Memoria de mí y otros poemas

ORLANDO ROSSARDI

Memoria de mí

Este hombre que soy se ha licenciado de altas letras,

tiene título sellado y de tarde en tarde prodiga poesía.

Ha cruzado por su historia a la carrera

y aún busca, ferozmente, como detener el paso,

en qué manos vibrar en sueltas y espigadas alegrías.

No es que nunca tuvo amor, ¡pero fue tan pasajero!

 

Las tardes y los golpes de este hombre

se dieron como se dan, a veces, los golpes y las tardes:

¡deslumbrantes, serios, torrenciales!

Quiso no hacerles caso pero eran suyos

y no tuvo más remedio que meterles toda el alma.

 

Este hombre tuvo infancia y a ratos aún la tiene.

Tuvo amigos y los vio perderse luego por un golpe de fortuna.

 

También tuvo un espacio al que llamó suyo;

y a otras cosas fue llamando cielo, mujer, patria…

Dios, más tarde, en su bondad quizás, regó sus letras

y los nombres que eran suyos se quedaron

dando tumbos por los cuadros del tablero.

Este hombre que soy es como otros hombres

-ni más alto ni más bajo en su melancolía-,

uno más, de entre otros tantos, que no pudo,

que no quiso estarse quieto ante el milagro,

que puso leche de su cuna a destilar,

verso con verso, sueño entre las líneas.

Este hombre por dichoso se merece cuanto tiene:

Un amor antiguo perdido en los armarios,

una clave de victoria en las derrotas,

un silencio de espantado entre la gente,

un corazón que a veces le da sustos

y una más fácil –repentina- entrega al llanto.

 

 Generación sola

                                 A los poetas de mi generación

Y nos quedamos solos

y cayó la noche -dentro y fuera-

en campo de azul y atardecer

de estrellas. Y nos quedamos

solos, con la estrofa entre las manos,

órganos al viento y bulevares,

y semanas, y distancia.

Urbanamente solos

por aulas y oficinas,

entre elásticas mareas,

con enigmas y poemas

por las bibliotecas solas,

los libros de ida y vuelta;

con las grietas solos

por la prisa y por los ritos.

Solos cuando todos

buscaban compañía. Solos,

por azar solos, armándonos

la suerte sin pretextos tropicales.

y mucha palabra al viento

y mucho podrirse en pliegos

viejos entre estantes y correos;

solos por la ojerosa raza.

 

Y nos quedamos solos

jugando tristemente

a que esta luz es luz

y alumbra, y aquélla es sombra,

a que esta ausencia es mía

y no del otro. Por los cantos

solos, con la letra del idioma

perdiendo nombre y seña

en las distancias, palpando

como amigos los silencios,

por los rostros que se echaban

a otros rostros también solos,

dando golpes por las puertas

por ver si a golpe vivo,

de un golpe, la soledad se abría.

 

Hambre de poema

A Enrique García Cuevas que murió

de hambre en las cárceles de Cuba

 

¿Sabe usted lo que es morir de hambre?

Yo no. Pero hay hombre que se ponen a esas cosas

por ver si alguien revienta o se estremece

y cambia el mundo, de golpe, su estructura.

Yo no sé lo que es morir de hambre

(a mí puede y me salva el sueño en poesía),

pero va y me pongo en huelga de poema

y se me secan la garganta y las bacterias,

y el corazón se me vacía de savia y de sonrisas;

me quedo esquelético de enseres y paisajes

y luego, irremediablemente, muero

sin saber lo que es vivir a secas.

Va y me pongo a morir en medio de la calle de poema

-sin regreso- tercamente, yendo y regresando

del pan nuestro a los presagios,

en la espera de que algo pase sin que pase nada,

como sucede con la gente en las aceras

que camina y se detiene, deshojada y hueca,

esperando una luz verde que le ceda el paso.

¿De hambre? No, yo no sé lo que es morirse de ese modo,

pero va y me siento a morir de poesía

y luego tiene alguien que añadir en las esquelas:

“Descanse en paz quien murió de esa manera;

le sobrevive el mundo y otros deudos más cercanos”

Entonces va y alguno, sin llorar siquiera,

cruza los brazos, vibra y se estremece;

y en cualquier lugar de esta remota herida

surge diáfana la letra entera del poema.

 

Coral Gables

En memoria de Juan Ramón Jiménez

De romance a los romances bulle el alma de la espera.

La esfera es con la espera un alto a la montaña.

Las calles se amotinan con el duelo

y pasan con sus luces por los hombres.

Es la vía que ha salido nuevamente a ser camino,

ronda de los cantos que se quedan,

a arder su verdeoro del ocaso.

La tarde allí se filtra por las cosas y sus nombres,

con sus ramas, se iluminan como nuevas.

Un lugar de asilo para el alba de los besos

que acorrala, y lenta cunde el cuerpo.

 

 Todos los rostros

Juan Abreu por sus rostros

Todos los rostros el rostro:

Los ojos que miran a lo lejos,

la frente que se asoma

las cejas asediando el ceño,

las mejillas en su asiento

y unos labios que conversan.

El rostro es todo el rostro

de los rostros que nos miran.

Se suman al decir de una sonrisa

que se abrió en su día,

se conciertan en un solo gesto

y hablan, sin abrir la boca,

de un cariño viejo y desmedido

que vibra y que retumba.

El rostro de uno o de aquel

otros son un solo rostro

que mira con los mismos ojos,

ruega de a uno en fondo,

se asoma y lanzan su perfil

de sombras su yo acuso.

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Orlando Rossardi ( La Habana, 1938). Escritor, periodista, investigador y profesor universitario. Miembro de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y correspondiente de la Academia Panameña y de la Real Academia Española. Pertenece al PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio y a la Asociación Nacional de Educadores Cubanoamericanos. Su obra ha sido publicada en España, Hispanoamérica y los Estados Unidos.

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