Fragmento de “El reino de la infancia”. Memorias de mi vida en Cuba

UVA DE ARAGÓN

Sara Hernández Catá, copa en mano, en la celebración del Premio Nobel de Literatura a Ernest Hemingway. A la derecha de éste, la escritora Anita Arroyo. La Habana, 1954

Los amigos de Tita Sara[i]

Tita Sara supo cultivar las amistades de su padre con intelectuales en todos los países donde sirvió a Cuba como diplomático, y también en la Isla. Se trataba con la flor y nata del mundo cultural cubano. Su poder de convocatoria era extraordinario. A menudo organizaba tertulias en su casa a las que no solían faltar Raúl Roa y Ada Kourí; Fernando Ortiz y María; Gustavo Torroella y Beba Kourí; Salvador Bueno y su esposa Ada (a quien Sara apodó Ada mejor); Piro Pendás y Silvia Kourí; el caricaturista Juan David y Luis Mariano Carbonell, este último nos deleitaba recitando. Una noche podían estar Enrique Labrador Ruiz y Cheché. Alguna vez Alejo Carpentier –quien vivía casi siempre en el extranjero–, y que a la gente menuda nos hacía mucha gracia cuando decía “Sarrita, consígueme otro whiskey”, –con su acento afrancesado y las erres arrastradas.

Hay una anécdota deliciosa con Bola de Nieves que contó con detalles el arquitecto Nicolás Quintana en una conferencia en la Universidad Internacional de la Florida. Una tarde lo llamó Sara para pedirle que recogiera un piano y lo llevara a la reunión de esa noche. Como Quintana, uno de los más jóvenes de las tertulias, tenía acceso a los camiones de la compañía constructora de su padre, y como según sus palabras “A Sarita no se le podía decir que no”, se disponía a cumplir la encomienda cuando ella lo llamó de nuevo para instruirle que debería también recoger al pianista que lo esperaría a tal hora en tal esquina. Y ese pianista no era otro que el Bola.

Cuando se acercaban a la calle donde vivían mi tía y mi abuela, Bola le pidió de pronto que pararan. Se bajó del carro, se subió al camión y entraron a la cuadra con Bola tecleando con deleite sobre el piano. Así lo vimos los niños que estábamos en la acera esperando a los invitados. Por muchos años tenía una vaga imagen de esa escena tan surrealista que pensaba era producto de mi fantasía. Quintana, entonces joven, alto, apuesto, de ojos claros, me pareció una especie de mago aquella noche, y de nuevo, cuando ya envejecido, me hizo recuperar esta bella historia.

Otro lugar donde Sara acudía a menudo y a la que algunas veces íbamos acompañándola, era la casona de Fernando Ortiz y María, en 27 y L, en El Vedado. Mi hermana y yo, cuando niñas, jugábamos con María Fernanda, la hija de ambos. Correteábamos por el largo portal que rodeaba la casa, pero a medida que fuimos creciendo compartíamos más con los mayores. El grupo era el mismo de  las tertulias de Tita Sara, y algunos otros más. En él se hablaba de todo lo humano y lo divino: de política internacional, la situación del país, literatura, una próxima exhibición de pintura, un libro recién publicado, un filme europeo, o un juego entre el Habana y el Almendares, los dos equipos de pelota más populares. Incluso improvisaban disfraces con lo que encontraban a mano: una lámpara, una toalla que hacía de turbante. Eran gente muy divertida, que pasaba de las discusiones más serias a cantar,  mientras una bota pasaba de mano en mano: “Tómese esa copa de vino, tómese esa copa de vino/ya se la tomó, ya se la tomó/y ahora le toca al vecino…” 

Sara tenía amigos periodistas  –Francisco Ichaso, Antonio Ortega, Gaspar Pumarejo, José Pardo Llada–, pintores –Carlos Enríquez, Mario Carreño, que estuvo casado con María Luisa Gómez Mena–, y políticos de diverso signo, muchos del Partido Socialista, Juan Marinello, el propio Wangüemert, pero también ortodoxos como José Pardo Llada y Carlos Márquez Sterling; auténticos como Aureliano Sánchez Arango, Felipe Pazos, Carlos  y Antonio Prío. Su vieja amistad con Guillermo de Zéndegui y Beatriz Lugris no se afectó porque Guillermo aceptara el Ministerio de Cultura durante la segunda era de Batista. Ella era de una generosidad proverbial y en la turbulencia política de Cuba escondió a muchos en su casa, fueran tirios o troyanos.

Entre sus amigas más íntimas, además de todas las Kourí, una de las más allegadas fue María Luisa Gómez Mena. Se conocían desde los años en que María Luisa vivió en España, de 1926 a 1936. La condesa de Revilla de Camargo era una mujer bajita, trigueña, de un pelo muy negro, habladora, simpática y sin ninguno de esos remilgos que a veces tiene la gente de dinero y posición. Por el contrario, ayudó mucho a los refugiados españoles, y fue gran mecenas del teatro, la literatura y las artes plásticas. ¡Era tan desenfadada en su forma de hablar como mi tía Sara! De ella puedo contar una anécdota un tanto subida de tono. Estaba María Luisa en Río de Janeiro, visitando a los Hernández-Catá, y en la víspera de su regreso a Cuba se formó gran alboroto porque una de las chicas que trabajaba en la embajada había sido “desflorada” por su novio, de apellido Fagundes. Tanto fue el daño del fogoso enamorado, que hubo que llamar al médico y darle puntos a la joven. En medio de los llantos, suspiros y la preocupación de mi abuela, María Luisa se puso las manos en jarra y dijo:

–¡Ay, no, yo no regreso a La Habana sin verle “la cosa” a Fagundes!

El nombre de Fagundes se quedó siempre en la familia como código secreto para referirse a cualquier hombre generosamente dotado.

[i]Se refuere a la tía materna de la autora, Sara Hernández-Catá  (1909-1980)

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UVA DE ARAGÓN (La Habana, 1944), periodista, narradora, ensayista, profesora universitaria, promotora de la cultura, reside en Estados Unidos desde 1959. Ha cultivado todos los géneros literarios y publicado más de una docena de libros, algunos traducidos al inglés. Su obra incluye El reino de la infancia. Memoria de mi vida en Cuba (2021), Memoria del Silencio (2002, 2010, 2014), El caimán ante el espejo (1994); las colecciones de artículos Morir de exilio (2006) y Crónicas de la República (2009) así como los poemarios Los nombres del amor (1996) y Entresemáforos (Poemas escritos en ruta) (1980). Algunos de sus cuentos, poemas, ensayos y artículos aparecen en diversas antologías. Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua (ANLE).  Obtuvo un Ph.D. en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Miami. En 2010 inauguró su blog Habanera soy https://uvadearagon.wordpress.com/

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