"El viejo Lázaro", capítulo de la novela inédita "Canciones antiguas"

RODOLFO MARTÍNEZ SOTOMAYOR

Foto: “La promesa”, de Juan Carlos Mirabal

Al día siguiente llegó Marisol con la propuesta. Sería una aventura diferente. Todos tus amigos tenían embullo por la novedad. Una caminata hasta el rincón de San Lázaro era algo extraordinario. Recuerdas que tu madre siempre enviaba kilos con Carmela como ofrenda a ese santo. Pensaste que nada perderías si caminabas desde tu pueblo a ese santuario al que llamaban Rincón. Le pedirías al milagroso santo que te librara del servicio militar obligatorio y tu ofrenda sería esa larga caminata. Muchos hippis del pueblo harían el recorrido de varios kilómetros desde el parque. Allí estaban el Yanqui y Espinilla. Una mochila al hombro y botellas de aguardiente serían la compañía. De niño escuchabas las historias de hechos  milagrosos que concedía ese santo al que veneraba la gente, un viejo con muletas y perros a sus pies que dominaba el rincón oculto de  tantas casas

Comenzaste la caminata tomando a Marisol de la mano. Espinilla y el Yanqui abrieron una de las botellas y bromeaban diciendo que necesitaban combustible para el viaje. El cansancio llegaba a tus piernas y crecía por el resto del cuerpo. De todas partes van saliendo rostros desconocidos, mujeres que llevan bultos en los que guardan algo de comer para el camino o velas que usarán al llegar al santuario.

Espinilla y el Yanqui continúan con sus bromas. Se recuestan a todos los postes

de la luz imitando un desmayo por el hambre. Marisol ríe y les dice que "resistan", burlándose de las consignas. Un grupo entona cantos acompañado de los toques sobre una caja que sustituye a un tambor. Caminan como al paso de una conga. Se sigue uniendo gente desconocida a esa improvisada caravana que ha crecido mucho desde que saliste.

Ya la tarde va dejando ese color rojizo en el cielo que anuncia un telón final al día, siguen llegando rostros desconocidos y disímiles. Una anciana de ropas raídas tiene un ramo de flores en una mano y en la otra una vela morada. Se comienzan a ver patrullas de policías estacionadas al borde del sendero. Tú revisas que tengas tu carné de identidad cuando ves que lo piden a un grupo de jóvenes que han tomado la delantera.

Un anciano con un pantalón fabricado con saco de yute, de rodillas en el suelo, y ayudándose con  un bastón, va dando pequeños pasos que lo hacen avanzar muy lentamente sobre el asfalto. Un vendedor de flores se acerca y te dice que al santo le gustan. Puedes ver una mujer empujando una carreta con imágenes del viejo Lázaro acompañado de sus perros, mientras otros perros callejos parecen seguirle el rastro.  A tu derecha un portal con muchas velas frente a un pequeño altar. Continúan la procesión y la multitud se hace compacta a medida que te acercas al santuario. Sólo ves espacios en el centro cuando alguien  gatea como un enorme sacrificio al viejo Lázaro. Otro anciano tiene una soga amarrada a una piedra y la mueve de un lado al otro para hacer posible el deslizarse y avanzar. Una negra vestida de morado despeja la ruta de las piedras.

Espinilla dice que nunca creyó que el viejo  hiciera venir a tanta gente. El Yanqui se queja de  no haber traído más ron en su mochila. Ya divisas las rejas que anuncian la entrada al rincón de San Lázaro.  Varias monjas conversan frente a la estatua de una virgen. La multitud se abalanza hasta la puerta de la iglesia. Una gruesa negra con el pelo cubierto por una tela y fumando un tabaco intenta pasar entre la gente. Por las bocinas se escucha una voz repitiendo que al santo se le debe respeto, que no debe fumarse frente al altar. Por todas partes venden imágenes del santo. Limosneros con llagas en las piernas extienden su mano a los devotos que cruzan. Algunos han colocado un plato a sus pies donde la gente tira monedas de todo tipo. Un hombre repta con su hijo al hombro y una mujer camina a su lado. Ella dice que falta poco cuando está a varios metros de la escalera que conduce al templo. Ella dice que el viejo Lázaro salvó a su niño de la muerte y  llevan cinco años cumpliendo esta promesa. Tú tomas a Marisol de la mano al subir los escalones. La misma voz que autoritaria ordenaba dejar de fumar en el templo, dice ahora que será expulsado quien lo haga. Nadie escucha ese llamado al orden. El aroma a tabaco se aspira junto al incienso. Espinilla y el Yanqui se han perdido de vista. Los asientos están repletos. Ahora la multitud se ha colocado de pie mirando al altar.  Por más que buscas no ves a ese viejo con muletas que se adora en todas partes. San Lázaro es un rostro que mira al cielo con cara angelical, cubierto de un pulcro ropaje y  las manos unidas en gesto de oración. La multitud se ha postrado ante él. El altar está inundado de flores. Montañas de kilos desbordan cubos preparados para depositar limosnas. Velas encendidas y ceras derretidas también son parte de ese ritual. La multitud parece quedar consternada en el silencio. Han apoyado las rodillas  y cierran sus ojos para elevar una oración.

Tú te quedas de pie, repites en tu mente una plegaria implorando que te liberen de un reclutamiento. Miras frente al altar y tus ojos recorren aquel pabellón lleno de columnas de un pálido amarillo que a pesar del cansancio, te transmiten paz. Miras  entre los cuerpos desconocidos y te sorprendes al ver una cara familiar, un pelo largo cae sobre los hombros de una joven que arrodillada ante ese santuario te evoca  calma. La contemplas con el temor de que te descubra al concluir su oración. Ahora Marisol ha tomado la mano del Yanqui. Te acercas a la puerta de salida mientras ellos te siguen sin preguntar que ha pasado. Habías visto a Elisa entre la gente como un espejismo.

Los empujones al entrar a la guagua se hacían  molestos. El calor era asfixiante y el cansancio aumentaba al estar aprisionado entre la gente.

Llegaste a tu casa y como siempre besaste el rostro de tu madre que dormía. Ella despertó y te censuró el estar afuera tanto tiempo. Tú apenas la escuchabas. Tenías la cabeza demasiado llena para percatarte de las palabras. Dormiste mientras pedías sin cesar y en silencio al viejo Lázaro que te salvara del reclutamiento, le repetías que esa caminata había sido tu ofrenda. Te dormías y en esa zona de la vigilia,  aparecía junto a tu madre, rezando frente al altar, el rostro de Elisa.


Rodolfo Martínez Sotomayor (La Habana, 1966). Ha publicado los libros Contrastes (1996), Claustrofobia y otros encierros (2005), Tres dramaturgos, tres generaciones (2012) y la novela Retrato de Nubia (2017), las compilaciones Palabras por un joven suicida (2006) y Crear en femenino (2017). Cuentos y poemas suyos han sido incluidos en antologías de los EE.UU. y Europa. Traducido al inglés, francés, alemán, finés y húngaro. Ha publicado críticas de cine, literatura, teatro y artículos de opinión en revistas y periódicos como: Diario Las Américas, Encuentro, El Nuevo Herald, El Universal. Fundador y Presidente de la Editorial Silueta; Director de la revista Conexos.

 

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