El asesino y otros poemas

FÉLIX RIZO

EL ASESINO 

Te va a matar; será pronto

Ya no tendrás que dar vueltas

Por el mundo

Queriendo vivir más allá de la hora

Que te exigió tu consciencia.

 

Vendrá por ti; sigiloso

Con un arsenal de instrumentos

Para dar final a la vida que llevas

Deshilachada a medias

Como un trapo viejo.

 

Has elegido con astucia:

El asesino de las masas.

El sutil hechicero de las manos de polvo.

Un hombre diferente a otros hombres,

Ya que su vida es esa: arrancar la ajena.

 

Es especial su golpe,

Su herida es olorosa,

Su veneno es dulzón,

Su estocada es burbuja.

 

Tiene manos suaves como las alas

De una mariposa perdida,

Saber escoger

De tu cuerpo

El detalle donde quedará para siempre

Hundida la daga,

O descarnado el hueso.

 

Vampiro, brujo, fantasma, mago:

Llámalo como quieras,

Pero no dejes de abrir la puerta

Cuando toque;

Te vaticino una muerte tan hermosa

Que nadie podrá creer

Que ya te fuiste.

RESUCITADO

Están buscando a alguien

Para que acabe de asesinar

A Lázaro de Betania.

Que usen cualquier arma,

Donde quiere que lo encuentre.

 

Lázaro transfirió un día su muerte

Desde un milagro hacia la otra vida:

Dos milenios atrás en una aldea

Donde vivía junto a sus hermanas.

 

Lázaro salió de la cueva desorientado;

Los trapos limpios

Como aquel día primero,

Lágrimas secas en los ojos

Sueños perdidos en la mente

Oscurecida por el infinito.

 

Tocó la luz del sol a media tarde

Y el reflejo amarillo

Se sembró en su cabeza:

Cantos de búhos desgarraban el aire

Con ecos invisibles,

Y el mundo se hizo tan largo

Tan extremadamente largo

Que Lázaro perdió su rumbo a casa…

 

Por cientos de años

Se hundió en los arenales de Wadi Rum,

Y en las nieblas densas del Metula

Los fuegos del Bosque Carmel

Le quemaron los soplidos

Que espantan la soledad del hombre,

Hasta que un martes de noviembre

Llegó al puerto de Haifa.

Se tiró en una esquina a observar en silencio

Los enormes edificios que con dedos de púas

Parecían destripar las nubes a pedazos,

Y al caer la noche de esa primera noche,

Abandonado y solo

Marchó directo a la orilla del mar

A consolar su llanto…

En el reflejo del agua

Mezclada con el vaho de la luna

Lázaro vio su cara vieja de viejo engurruñado

Viejo antiquísimo, viejo magullado.

Y lloró aún más al comprender

que la mortalidad tan vieja como él,

bruja y arpía tocaba a las puertas de la muerte

solo una vez en la vida.

  

KATSUKO SARUHASHI

La sirena oriental se ha colado

Bajo un manglar a observar las olas

Mientras se chupa un dedo

Amarillento de tanto abrir y cerrar

Los gabinetes del laboratorio geoquímico.

 

Hoy de todos los días,

Viene preparada para entrar por una orilla

Del Mar de Okhotsk

trayendo consigo un pluviómetro,

Una enorme probeta,

Y uno catalejo…

Está dispuesta a explorar el fondo de los mares:

Las regiones batiales y abismales

Hasta llegar, sin dar un paso atrás,

Al achicharrado atolón de Bikini.

 

No dejará de inspeccionar

Corriente oceánica posible,

Penetrarán sus ojos a los profundos bajos

De las cuencas de Melanesia y Roggeveen

Después, al llegar a casa,

Almorzará ostiones y berberechos

En su barrio de Shinjuku.

 

Katsuko Saruhashi:

Eterna mariposa de las aguas,

Hija de dioses sintoístas,

Maga de sombras y peluches,

Que se adentrará por siempre a las aguas,

Vestida de lupas y termómetros

Para perseguir

Entre los arenales de las planicies abismales,

Esa burbuja espantosa

De la radiación.

 

Desde los laboratorios del Observatorio Central

Donde cocías tus regaños

Sobre el cesio- 137 por los años 50,

Ya los gringos vigilaban tus estudios

Con un extraordinario telescopio terrenal,

Y rogaban a los cielos desde el Monte Rushmore

Para que desaparecieran de tus notas

Las sesenta y siete bombas nucleares explotadas

En las Islas Marshall.

 

Al fin, te moriste un día, geisha de la química

Primer expediente a una mujer científica…

Premio Miyake sinigual

Promotora de la Tabla Saruhashi,

Japón con Hiroshima y Nagasaki

Arrastradas como dos nalgas enormes

Por tu moño de cristal…

 

Señora nuestra,

Hija de gente sana,

Amiga de multitudes nobles.

Por eso hoy en día

Cuando la guerra nuclear

Es parte del entretenimiento de los hombres

Como un juego de monopolio;

 

Google te dedica un garabato

Para que nunca te olviden.

SONETO XXV

Bajó el telón, las luces se apagaron

Ahora yacen en consumado silencio

Proscenio, bastidor, platea, palcos:

Ha llegado el momento del olvido.

 

Se cerrarán las puertas poco a poco 

Se fregarán las tapias y los pisos

El fragmento de un último suspiro

Ocultará la trama del monólogo

 

Ha llegado el final; todo termina

Expiran mudos aplausos y ovaciones:

Descendamos la escalera de la vida:

 

Solo ha quedado vacío y despedida

Vayan a casa: aposten al destino:

¡La próxima función ya está vendida!

 

ADIÓS A VALERIO

Llegó la hora

De marcharte, Valerio.

Anda y no mires atrás.

Sigue tú camino, línea recta

Ojos en paralelo,

Antes que comience

El aguacero del jueves.

Adiós, Valerio

Cara de marañón,

Pelo engrampado

En la materia de un abejorro.

Siempre con tu cigarro en la boca

Y tus ojos como arenales

Buscando el mar.

No trates

De arrastrar contigo las huellas

Que dibujaste un día

como retratos

de alguna memoria vieja.

Es muy tarde, Valerio,

Tú no tienes la culpa

De lo que no pudo ser:

La verdad, como las dudas,

A veces llega cuando ya descendió

El telón del último acto.

Lleva contigo el pluviómetro

Y tus otros andariveles

Para medir las aguas sucias

De estas comarcas.

Ya no puedes hacer otra cosa

Que caminar en silencio

Por las calles empedradas de Lisboa

Y confundir recuerdos con deseos.

En realidad:

Nosotros los de entonces

No seremos jamás los de mañana,

Aunque nos pese en el alma:

Las memorias son plumas de gaviotas

Que, con los años, van volando

Sin paradero

Prendidas al aire que quedó

después de la tormenta.

Adiós, Valerio.

Azul, sereno, triste:

Sigue el sendero que te guíen tus pasos,

Y no te detengas:

La luz que alumbra adelante

Te llevará a un punto de paredes blancas,

ventanales abiertos, soles de medianoche…

Serás un hombre feliz, Valerio.

Al final del camino

El silencio se encargará

De borrar el vaho

Que dejaron, un día, nuestras palabras.


Félix Rizo, mejor conocido por los seudónimos de Cristiano M. Jaime y Chicho Porras nació en la isla de Cuba de padre cubano y madre de descendencia portuguesa.  Reside en la ciudad de Miami, pero vivió la mayor parte de su vida entre Nueva Jersey y Nueva York. Todas sus poesías, dramas teatrales y novelas giran sobre el tema central de la realidad paralela o paralelismo que el autor maneja con buena precisión literaria. Ha escrito desde los 12 años y publicado, entre otros:  cuentos:  De Mujeres y Perros, Cuentos de Caronte; novelas:  El Mundo Sin Clara; El Extraño Viaje de una Salamandra; La Eternidad en una Hora.  Tiene cuatro libros de poesía publicados:  Pasado Pluscuamperfecto, El Extraordinario Moño de una Dama Boba, La Santa Marica Levanta su Vuelo y los Poemas de Facebook. Sus obras de teatros han sido presentadas en Nueva York, Lisboa y Miami. Es editor de la revista Rácata de arte que se distribuye en Miami, NY, y Latinoamérica.   Vive actualmente en las afueras de Lisboa, Portugal.

 

Previous
Previous

Prólogo y otros poemas

Next
Next

Fragmentos de la novela "Tania"