Fragmento de "Memoria del silencio"

UVA DE ARAGÓN

FRAGMENTO DEL CAPÍTULO DÍEZ “CON EL ALMA ENLUTADA Y SOMBRÍA”

Todos los días escucho por radio la lista de los balseros recogidos en alta mar. Es absurdo pensar que mi familia vaya a venir así, y, sin embargo, en cada cubano que llega los abrazo a ellos.

El periódico donde en los últimos años he publicado algunos artículos me llamó sorpresivamente. Mandan un equipo a la base de Guantánamo para hacer un reportaje sobre los refugiados, y a última hora una de las reporteras se enfermó. Me ofrecen su puesto. Enseguida digo que sí y corro a comprar rollos para la cámara.

Jueves, 20 de octubre, 4:45 a.m. Los colegas llegan a mi casa. Hago café cubano. Partimos para el aeropuerto de Ft. Lauderdale.

El avión, de doce pasajeros, de la aerolínea Fandango, es de dos motores. Antes de irnos nos dan coffee y doughnuts. Hay un frío atroz durante el vuelo. Muchas nubes. Parece nieve. Abajo, la inmensidad del mar. Pienso en los balseros. Paramos en Exuma a echar gasolina. Queda hora y media de viaje. Confirmo mentalmente que he traído todo lo necesario para trabajar. Grabadora, cámara, libreta, pluma. Repaso mis notas, los lugares que deseo ver, las preguntas que quiero hacer. No pienso en que regreso a Cuba. Voy  a una base norteamericana. Y, sin embargo, el recuerdo de mi salida de la Isla hace más de 35 años me punza. Como tantas veces a través de estos años, veo mi cuarto de niña, tal como lo dejé por última vez, con el libro de geografía de Cuba y la pamela de lazos rosados sobre la cama, símbolos de la patria y de un estilo de vida gentil que dejaba atrás.

De pronto, me avisan. «Mira, a la derecha, ya se ve… ya se ve…». Al principio, no distingo nada. Pocos segundos después, entre nubes, se perfila claramente Maisí. Una multitud de emociones me invade. Por más de tres décadas he soñado con este país. Su presencia ha presidido mi vida, mis desvelos, mis rabias, mis conflictos más íntimos. A veces, me he preguntado si Cuba existía realmente o era sólo una idea, un mito. Y aquí está ahora, frente a mis ojos. La isla. Pienso en tantos seres queridos con los que hubiera querido compartir este momento. Sobre todo, pienso que Mama Luya y mi padre reposan bajo esta tierra, pienso que mi madre y mis hermanos respiran bajo este cielo. No saben que estoy aquí, tan cerca de ellos, y tan lejos. ¿Sentirán de algún modo mi presencia? ¿Les llevará la brisa las ondas de mi pensamiento?

A medida que el avión se acerca, se hace más claro el contorno de las montañas, el litoral de la provincia oriental. Me parece que Cuba me abraza. Saco foto tras foto. Fluyen al fin las lágrimas que trato inútilmente de contener. No puedo explicar lo que siento. Ya se ve nítidamente la bahía. Como en los momentos de dicha más extrema, pienso que desearía morirme.

El avión toca tierra cubana. Nos llevan al ferry. No puedo describir el azul de esta agua, de este cielo. Si fuera pintora… ¿Cómo es posible qué a mi alrededor todos permanezcan ajenos a este milagro que vivo? Estoy en Cuba.

Nos vamos acercando a la base. Diviso la bandera norteamericana. Comprendo mejor que nunca el dolor del poeta cubano que regresó hace un siglo de distante ribera con el alma enlutada y sombría, para encontrar una bandera que no era la suya.

Lo primero que vemos es la salida de medio millar de haitianos que regresan a su país. Antes de embarcarlos, les quitan el negro brazalete de refugiados. Con chancletas y mal vestidos, van con sus bultos a cuesta, sus niños, y una gran incertidumbre reflejada en los rostros. El Capitán nos contó que rezan y cantan mucho. No es un regreso jubiloso pero es un regreso. ¿Cuándo nos tocará a los cubanos? Por fin, llegamos a los campamentos. Vemos la escuela, la clínica, hasta una improvisada galería de arte. Me cuentan que tienen un alcalde, un intérprete. Algunos se reúnen para estudiar inglés; otros, para leer la biblia. Todos tienen algo que decir. Quieren que el mundo sepa que es una emigración buena, que hay muchos profesionales, que son refugiados políticos, no económicos. Se ven limpios. Se expresan bien. Son respetuosos. Quieren mandar recados a sus parientes. Quieren que transmitamos al resto del mundo sus historias de valor y frustración. También no preguntan qué creemos que va a pasar con ellos, si los dejarán por fin entrar a los Estados Unidos.

En una improvisada cuna de madera, llora una criatura.

Pregunto su nombre.

—No tiene.

Me sorprendo.

—Mi esposo —nos informa la madre— dice que no le va a

poner nombre hasta que salga de aquí el último cubano.

La mujer carga a su hijita y la mece. La leche le ha

manchado la blusa alrededor de los pezones. Me confía en voz

baja:

—Yo le digo Consuelito, porque si no fuera por ella…

Pienso en mi nieto. ¡Tiene tanto! Trato de animarla:

—Usted verá como salen de aquí pronto…

Y escondo el rostro tras la cámara para que no me vea

llorar.

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UVA DE ARAGÓN (La Habana, 1944), periodista, narradora, ensayista, profesora universitaria, promotora de la cultura, reside en Estados Unidos desde 1959. Ha cultivado todos los géneros literarios y publicado más de una docena de libros, algunos traducidos al inglés. Su obra incluye El reino de la infancia. Memoria de mi vida en Cuba (2021), Memoria del Silencio (2002, 2010, 2014), El caimán ante el espejo (1994); las colecciones de artículos Morir de exilio (2006) y Crónicas de la República (2009) así como los poemarios Los nombres del amor (1996) y Entresemáforos (Poemas escritos en ruta) (1980). Algunos de sus cuentos, poemas, ensayos y artículos aparecen en diversas antologías. Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua (ANLE).  Obtuvo un Ph.D. en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Miami. En 2010 inauguró su blog Habanera soy https://uvadearagon.wordpress.com/

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