Hay verdor y exuberancia y otros poemas
IRAIDA ITURRALDE
Hay verdor y exuberancia
Hay verdor y exuberancia, hay maravillas
que mi madre supo entretejer en la tiniebla
y decirme, por ejemplo, que este pétalo fragante
que es la vida, se riega a diario y con desvelo,
como una permanencia jubilosa, alejando
a las aves rapiñas de este reino.
Hay días de un amor tan misterioso
que la alegría viste mi alma de dorado
y su risa me acompaña en la espesura,
su caracol desenredando ovillos
y yo peinándome en su espejo.
Sola viene la dicha a despedirse
Sola viene la dicha a despedirse
como quien toca el hombro para decir me voy
no tengo más estancia en esta casa
me he quedado tuerta, apenas tintineo.
Rueda un vaho en los anaqueles del pasillo
la dicha se despide
la risa de los niños le es ajena
le aburre ver que la puerta está cerrada
que la sombra tapa el sol de la rendija en las mañanas.
Y a mí me aburre el sueño de no saber más nada
de ver el comején que se inmiscuye en los armarios
disfrazado de mesías milenario
no entiende que esta casa ya no es mía
ni yo entiendo quién soy ni el idioma que hablo.
Con su música de jácara se burla de la vida
le traza a la dicha su destino
le dice que desfile en otros lados
donde las nubes revientan y mojan a su antojo
el fértil cantar de los bohíos.
Canto a la vida que melodiosa serpentea
Si en silencio te fuiste
llenando el aire de un resplandor oscuro
candente mi alma
sollozando tras tu luz
inclinada la frente
tú, convertido en pez
yo, en proeza
porque aún existo sin tu piel
y veo cómo vibran tus hijas
cuando piensan en ti, sereno y azul
en un lugar del firmamento
o se acurrucan en el vello
espeso y hondo de tu gata
o contemplan
su espléndida armonía
Si en silencio también
siento tus ojos en sus voces
y escucho en sus sonrisas
el viejo paso de tus días
Si en silencio me doy cuenta
que mi vida se perfila
en el aire esperanzado que respiran,
sus notas sincopadas
el aleteo imparable
de su ángel en la tierra
Entonces yo también
aguardo el sol
le canto a la energía
que en mis hijas serpentea
Soy el río de tu pez
con un nuevo candor
me regocijo
Se pasea un chelo antiguo por el Prado
a Tania León
Dirán que no conoces los sonidos nocturnos
del mosaico, la losa blanca del banquillo junto al árbol,
el paladar reseco, ávido de almendras.
Dirán que ya olvidaste la sombra de las hojas
que sepultan la tristeza cada tarde
o el contoneo taciturno de palomas
posadas en fila en un contén.
Dirán que tu mundo es otro,
lo que ven tus ojos al bostezar cada mañana,
un espejo, la espuma del café,
que reniegas de tu patio, hoy plantado de abedules.
Aún ignoran que la danza abierta de tus cuerdas
se recrea a diario en la memoria,
en los surcos de la frente de una abuela
que renace luminosa en tu piel.
El goce de tu verbo
a Severo
El goce de tu verbo
en tus gestos se dilata,
mas la muerte se aproxima
y la piel, que era matriz
del placer, hoy se recata.
Sólo queda la huella
de tu escritura escarlata,
la efervescencia divina
del que pintó el antifaz
de Cuba en plena bachata.
Iraida Iturralde nació en La Habana. Salió a Estados Unidos en 1962 en el éxodo infantil Pedro Pan. Es graduada en Ciencias Políticas de St. Peter’s College, New York University y Columbia. Ha sido profesora universitaria de ciencias políticas, así como editora y traductora. Codirigió las revistas literarias Romanica (1975-1982) y Lyra (1987-1990). Ha sido distinguida por la Beca Cintas, la Ford Foundation y otros reconocimientos literarios. Su poesía ha sido ampliamente antalogada en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica, con traducciones al inglés, portugués y sueco, y ha sido musicalizada por compositores de la talla de Flores Chaviano y Tania León. Es autora de siete poemarios, incluyendo Like Love’s Lament, una reciente colección en inglés. Actualmente preside el Centro Cultural Cubano de Nueva York, donde ha desempeñado, durante más de dos décadas, un papel primordial en la preservación y promoción de la cultura cubana y cubanoamericana en la ciudad de Nueva York.