Fragmento de “Neurosis Miami”

GASTÓN VIRKEL

The man cave resultó ser un garaje al fondo de la propiedad, cubierto en su totalidad por un ficus de china que en mi casa solían llamar “Enamorada del muro”, un recuerdo que me condujo a la certeza de que ambas, Wilma y la enamorada, se confesaban los miedos más ocultos y compartían las risas de sus redenciones ínfimas.

La puerta oxidada se resistió a la torpeza de Sammy. Una vez dentro, me sorprendí por un confort ridículo, un culto a la inacción. En el centro de la escena, una inmensa TV cuarenta y dos pulgadas. Estaba por ingresar en una máquina del tiempo. No soy fan del eterno retorno; me genera nostalgia en un principio y me deprime más tarde.

Sammy se dirigió hasta un armario de Rooms to go. Tomó los dos pequeñísimos picaportes y se aseguró que yo estuviese pendiente de la maniobra. Luego abrió ambas puertas con un movimiento veloz, como queriendo sorprender un intruso doméstico y esquivo. Entre las varias cajas que allí se apilaban, tomó la etiquetada “S1” y la acercó a su escritorio repleto de objetos inútiles.

—Este es mi agujero negro, season one. Anda, ayúdame, carnal.

—¿Tu qué?

Me puse de pie y casi de inmediato recibí el empellón de la caja en el estómago. La abracé por instinto y, mientras recuperaba el aire, contemplé por primera vez el vacío al que descendíamos como un asesino serial en abstinencia de sangre: allí estaban los veintidós VHS con la primera temporada de Miami Vice.

—¿Tu qué?

Sammy respiró hondo, tiró hacia arriba de su cinturón y barrió de dos brazadas todo lo que había sobre la superficie de su escritorio. Al suelo sin contemplaciones. Me contó que cuando Edward James Olmos llegó a mitad de la primera temporada impuso sus condiciones. La primera consitía en que solo él sería responsable de componer a Martin Castillo. Entró al set de la oficina de su personaje, caviló unos instantes y exigió que le quitaran absolutamente todo de su escritorio. El teniente debía ser una persona austera, liviana de equipajes.

Recién ahí tuvo Sammy la delicadeza de liberarme de las cintas.  Las dejó sobre su despacho, y tomó la primera. Sopló para quitar el polvo de varios años de olvido.

—El piloto: Brother’s keepers —dijo emocionado—, cinco millones de dólares de budget. El más caro de la época.

Y la introdujo en la videocasetera.

—Martin, tu hijo Martin, ¿se llama así por Castillo?

Miami Vice cambió la historia de esta pinche ciudad...

—Pobre pibe.

—... de la televisión, de mucha gente.

Sammy luchaba cuerpo a cuerpo con el control remoto para lograr que la VHS emergiera desde las tinieblas y se impusiera a las otras fuentes que requerían la atención del cuarenta y dos pulgadas.

—No le caí muy bien a tu mujer, ¿no?

Me miró un instante, no es eso, dijo, no es tu culpa. Me sirvió otro trago, yo no podía seguirle el ritmo. Me explicó que Wilma era sabia para muchas cosas y que cuando te chingaba con algo así por lo general tenía razón. Entre otras cosas, Wilma tiene el don de leer a la gente; “como una psicóloga”, precisó con malicia. Y aquella vez le advirtió a Sammy que se estaba metiendo de nuevo en su agujero negro y que me arrastraría a mí.

—¿Qué es eso del agujero negro?

—Pinches escritores. Les dices que su vida se está por desmadrar y en lugar de echar a correr quieren saber el plot que los va a llevar a la chingada.

Fue la mejor definición de escritor que jamás haya oído. Deseaba con toda el alma serle fiel a esa estirpe, pero en aquel entonces, solo había escrito algunos relatos y para ser sincero, bastante adolescentes y cínicos. Yo no contaba con la disciplina que se necesitaba. O la voluntad. Por eso intentaba cuentos y trabajaba en televisión.

—No soy escritor. Tal vez algún día.

—No mames, ¿escribes? Pues ya eres escritor. Veo que tú también tienes tu agujero negro. Bien, porque de eso se nutre toda la literatura.

Carraspeó y se puso de pie. Como levitando en un trance fatídico, dirigió sus brazos hacia mí, extendiendo las palmas. Me brindó el tiempo para que mi pisquis hiciera la sinapsis irrevocable de la revelación que cambiaría nuestras vidas y a la que él ya había arribado. Pero yo andaba muy lento aquella tarde noche.

—¿Qué?

—¿No lo ves, güey? —susurró mientras me zarandeaba en slow motion—, tú vas a nutrirte de mi agujero negro.

Rompí su despertar espiritual con una risita imbécil.

—Suena perverso.

—¡Ya me estás albureando, cabrón! Buen comienzo. Pero óyeme bien: tenemos que escribir el spec script donde el pinche psicólogo se los chinga a todos. ¿Qué dices?

—¿Qué mierda es un spec script?

—Speculative script. Como si fuera un episodio real de la serie. Así es como los guionistas prueban que pueden ser parte de un equipo autoral.

Lo miré fijo un buen rato como si esperara una señal o una revelación. Pero no la necesitaba. Me hubiera sumado a cualquier excusa que me permitiera regresar a esa casa. Club de lectura, un puzzle de un millón de piezas, pest control. Cualquiera.

—Dale: I’m in. Chinguémonos a todos desde el diván.

Adquiera el libro: https://www.amazon.com/Neurosis-Miami-Spanish-Gaston-Virkel/dp/B0C2TBB74J


Gastón Virkel nació en Argentina, pero vive en Estados Unidos desde 2001. Es escritor, guionista y editor. Ha publicado Cuentos atravesados, la nouvelle Maldito Lasticön y Neurosis Miami. Es parte del consejo editorial de Suburbano Ediciones en los Estados Unidos y trabaja en una productora como Head of Development donde desarrolla documentales, series y películas.

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