El azoro y otros poemas

ARMANDO ÁLVAREZ BRAVO

El azoro

Lo más terrible es este azoro

De sentirse uno mismo y no explicarse

De callar lo que no se debe

Lo que perdió su medida al paso de los días

Ser yo

            Inmutable

A pesar del esfuerzo por cambiar

De vida

De labios

De rostros y compromisos previamente establecidos

Saberse en perpetuo deterioro

Y no poder hacer nada para remediarlo

Porque las Dominaciones y Potestades

Están fuera de nuestro alcance

Y cada palabra nos aleja más de la verdad

Y nos pone en una nueva encrucijada.

 

Los papeles

La vida de un hombre

y su medida son papeles:

documentos, inscripciones, cartas,

testimonios, declaraciones,

contratos, poderes:

toda suerte de escritos.

 

Las palabras que eternizan

el papel y la tinta, los cuños,

los asientos, los sellos,

las notas al margen

de los funcionarios,

determinan lo que es un hombre,

lo que puede o no puede hacer.

 

En todas partes

de este breve, maravilloso

y terrible mundo

lo son todo los papeles.

 

Para vivir, sobrevivir y morir

un hombre necesita de papeles.

 

El mal y la infamia

son pródigos en papeles.

 

Bien es verdad

que algunos papeles sirven

a la poesía, al amor,

a la voluntad de hacer felices a otros

o, simplemente, de hacer que la verdad

no se olvide ni se ignore.

 

Muchos, demasiados,

insuficientes son los papeles

que traducen mi vida.

Pero los únicos que valen la pena

 –aunque nadie les haga caso–

son los que guardan unos poemas,

varias ficciones, la realidad

de un fragmento de historia,

las cartas a los que quiero.

 

Pienso que esas palabras

que confié al papel

tantas veces con miedo,

tantas con esperanza, siempre con lealtad,

resultarían más hermosas y auténticas

si las hubiese escrito

en la hoja recién caída de un árbol

o en la arena que barre la marea.

 

Del padre al hijo pródigo

                                                San Lucas, 2, 11-32.

No necesitas explicar nada;

tus razones te pertenecen.

Cada hombre sabe el por qué de sus actos

y debe vivir su propia vida.

Nadie lo hará por él, y nadie tiene derecho a juzgarlo.

Somos nuestro propio juez y verdugo,

y es de ti mismo de quien no puedes escapar.

No te haré reproches, porque mi vida

tampoco está libre del error,

y porque condenarte nos envilecería mutuamente.

En mí no encontrarás preguntas.

Sé muy bien que todo tiene su respuesta,

muchas respuestas, y los días me enseñaron

con su fuego que éstas carecen de valor.

A diferencia de los hijos –quizás lo sepas alguna vez–,

los padres no preguntan. Hacerlo empeora las cosas

y nada se saca de ello. Tal vez no puedo comprender

tu decisión –es probable que mi padre

tampoco lograra penetrar las mías–, mas un padre

solo tiene a sus hijos, buenos o malos,

pero simplemente sus hijos, y los necesita.

Irte o volver no es un acto de valor,

es un accidente. Si lo deseas, regresa.

No quiero que lo hagas por mí, sino por ti mismo.

Tal vez estés muy cansado.

Mas si crees que debes seguir tu camino,

ten el coraje de perseverar en él. Sé consecuente

contigo mismo. No somos más que hombres,

y ya esto es bastante difícil.

Quiero pedirte únicamente una cosa, si vuelves

nada me expliques. No es necesario.

También yo tomé una decisión, y tu presencia me basta.

Recuerda que nada nos diferencia,

ninguno es mejor o peor que el otro.

Yo solo soy más viejo, hijo mío.

 

Como el coronel neoclásico

                                                    Para Gastón Baquero

 

Un sombrero para la invisibilidad.

Es deseable ser conocido pero no reconocido.

A estas alturas beber el whisky con zumo de manzana,

bajo el inmenso retrato oscuro de Jamaica,

su luz pendiente. Conversamos sobre Cuba, es nuestras

palabras. Otra vez los libros y los papeles preciosos son la casa.

¿Volverán a perderse?

Hay que evitar a los visitantes indeseables, los tontos

y los coleccionistas de anécdotas. Solo son bienvenidos

los leopardos de Kenia. Sí, la muerte suena a Dios.

No queda otra cosa que el silencio y la lectura

y la defensa de la soledad para imaginar una Patria

que son siglos de exilio. Aquí murieron tantos buenos

del XIX. Nosotros no tendremos su XX,

ni tan siquiera eso. Aquí es cualquier parte.

Es la Nada. Invisibles, hagamos la ronda,

nuestros pasos resonando en las calles

donde está la frontera andaluza,

el sitio en que no estamos

y para el que no hay despedida. Nos cogió la confronta.

Entretengámonos con el juego de la Poesía en libertad.

Plaza mayor

En la vasta intimidad de la noche madrileña,

vuelvo a encontrar, espléndidas, las palabras y la vida,

como un niño que murió todas las muertes

aferrado a sus sueños y a la final certidumbre del amor.

 

El incesante oleaje de las jornadas

me deparó dicha, dolor, soledad, miedo,

amistad, y el recuerdo y el deseo

que en el silencio de todas las derrotas

–cuando solo las cicatrices hacen compañía–

susurran al pisoteado corazón

eso que no tiene nombre pero que llamamos esperanza.

 

En la Plaza Mayor, por siempre extranjero,

un hombre sin su mujer y sus hijas todavía,

solo sabe, solo puede dar gracias por el sabor de la cerveza,

por la eficacia de la compañía,

por la conversación y el silencio que ahondan las miradas

y son como el remoto y perdido juguete que fue una infancia,

como aquel glorioso vértigo de hermosas muchachas

y amigos magníficos cual la intemperie,

y las canciones y tantas cosas que ya casi nadie recuerda.

 

Es muy tarde. La ciudad duerme, y quizás también el universo.

Todo comienza. Soy de nuevo cada una de las vidas de mi vida:

el mismo y otro. Los pasos que resuenan

en la quietud de la noche que se adentra en la primavera

son una pobre, insuficiente traducción

de lo que jamás sabrán pronunciar los labios,

ni comunicar el calor de las manos

que deben aprender de nuevo a acariciar.

 

Mi torpeza es insalvable para dar gracias.

Solo pido que si se olvida esta plaza, esta noche,

esta ciudad, la conversación, mi propio rostro, tanta dicha,

siempre se recuerde mi inmensa gratitud:

ese árbol que nunca sucumbió, que siempre crecerá.

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Armando Álvarez Bravo nace en La Habana, Cuba, en 1938 y fallece, exiliado de su país por la persecución política a los intelec­tuales libres, en Miami, Florida, Estados Unidos en 2019. Cursó estudios primarios y secundarios en el colegio de los Hermanos de la Salle en El Vedado y después en la Escuela Profesional de Publicidad en la Universidad de La Habana, donde llegó a ser profesor.

Poeta, crítico, narrador, investigador literario, traductor y editor era miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, corres­pondiente de la Real Academia Española y la Academia Norteameri­cana de la Lengua Española y miembro vitalicio de la American Translators Association. Fundador y ex presidente del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio. Autor de más de cuarenta libros de varios géneros, se le considera uno de los poetas fundamentales de la poesía cubana del 50, que él designó como la “generación arrasada”.

El autor publica en Cuba sus dos primeros libros, El Azoro (1964) y Relaciones (1973), siendo este último destruido por las mismas autoridades cubanas días después de su publicación.

Sale al exilio en 1981 y reside en Madrid, España.  Allí continúa sus publicaciones con Para domar un animal (1982), que ganó el Premio de Poesía José Luis Gallego. Le siguen Juicio de Residencia (1982) y Las Lejanías (1984).

En 1985 se establece con su familia en Miami, Florida. En esta ciudad trabaja para El Nuevo Herald como crítico de arte y literatura por veinte años y continúa su obra poética.

Publica El Prisma de la Razón (1990), Naufragios y Comentarios (1993), Trenos (1996), Cabos Sueltos (1997), Poesía en tres paisajes (1999), que recoge tres libros: Rastro de un merodeador nocturno, Solo se puede confiar en la soledad y Noticias de nadie; La belleza del físico mundo (2004), A ras de mundo (2007), Cuaderno de campo (2009), Poemas para la princesa (2010), Siempre habrá un poema (2012), Singladuras (2016), que recoge dos libros Memorias, desme­morias y El dominio.

En este volumen de su Poesía Completa se encuentran tres libros inéditos: Nunca se aprende a perder (2014), El corazón en la Palma de la mano (2017), y Los días contados (2018-2019).

Cuentos: Las traiciones del recuerdo y El día más memorable.

Ensayos: Órbita de Lezama Lima, Autorretrato a trancos, Al curioso lector (ensayos sobre arte y literatura).

Edición (Obras escogidas): El epistolario de los Milanes y Los poetas del PEN de escritores cubanos en el exilio (una selección de poemas).

Otras obras: Varios libros para la enseñanza del español y su literatura; Historia de la Literatura Universal; Historia del Arte y varios volúmenes en colaboración entre los que se encuentra: Diccio­nario de la Literatura Cubana, Lengua y literatura en su contexto y The Visual Art Critic.

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