Quema de periódicos, revistas y libros
JOSE A. ALBERTINI
Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen
la historia, sino al servicio de quienes la padecen.
Albert Camus.
Fue en el mes de enero. Mediados de enero de 1960. No recuerdo el día de semana escogido por el Partido Socialista Popular, (PSP). En realidad Partido Comunista Cubano para realizar un bien organizado mitin callejero, a media cuadra de mi casa, en el Paseo de la Paz. Supongo escogieron el lugar porque, por entonces, era la avenida más ancha de Santa Clara.
Desde aproximadamente las cuatro de la tarde, con ayuda policial, cerraron al tránsito la cuadra comprendida entre las calles Estrada Palma y callejón de la Audiencia (Palacio de Justicia). Un grupo de carpinteros erigieron la tribuna y algunos camiones llegaron llenos de sillas. De ese tipo de sillas plegables que vemos en las funerarias. Los asientos fueron colocados en filas perfectas, por diligentes miembros de la organización, sobre el asfalto, de contén a contén. Al mismo tiempo, en la tribuna, personas capacitadas instalaron dos micrófonos de pie y tres potentes bocinas.
El vecindario estaba expectante. Por años, desde los gobiernos constitucionales, primero, de Ramón Grau San Martín, Carlos Prío Socarrás y más tarde durante la dictadura del general Fulgencio Batista, (1952-59) el Partido Comunista fue prohibido por constituir una agrupación de ideario antidemocrático, al servicio de una potencia extranjera: la Unión Soviética.
Sin embargo, haciendo honor a la verdad, se impone decir que durante la campaña política que libró el general Fulgencio Batista Zaldívar, para salir victorioso en los comicios que le llevaron a la presidencia de la República, cuatrienio 1940-44, los comunistas criollos, siendo parte de la “Coalición Socialista Democrática”, en gran medida, contribuyeron al triunfo del militar devenido en político. El prominente dirigente marxista Blas Roca, por entonces, acuñó una frase que, a pesar de los años transcurridos, sigue demostrando la doble cara del otrora PSP: “¡Batista es el hombre!”.
Fulgencio Batista agradecido y tal vez, en aquellos tiempos, acariciando ideas socialistas, les permitió penetrar el movimiento obrero cubano del cual tomó control Lázaro Peña, secundado por Ursinio Rojas, Jesús Menéndez y otros. Asimismo, lograron dos ministerios sin cartera que fueron llenados por Carlos Rafael Rodríguez y Juan Marinello. Paralelamente, entrenados agentes de penetración procedieron a influenciar en docentes y alumnos de la enseñanza media y universitaria.
También, magos en la difusión de palabras que distorsionan el mensaje adquirieron, en 1943, una emisora radial que bautizaron con el nombre de La Mil Diez y se potenció el alcance del periódico Noticias de Hoy que desde 1938 circulaba en ediciones modestas.
Entusiasmado, el general Presidente con los eficaces “compañeros de viaje”, entabló relaciones diplomáticas (1943) con la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas. Maksim Litvínov, a la sazón representante de Moscú en los Estados Unidos de Norteamérica, ocupó el cargo de embajador en Cuba.
Por cierto tanto Litvínov como su sucesor, Andréi Gromiko, nunca, en aquella etapa, visitaron la Isla, aunque, enviados gubernamentales cubanos, cercanos al poder, fueron recibidos en el Kremlin.
Aun hoy en día, sin confirmación oficial, se comenta que el dictador soviético Jose Stalin y el presidente Batista, con el beneplácito cómplice de los jerarcas del PSP isleño, intercambiaron correspondencia.
Cumplido el mandato presidencial en las elecciones modélicas de 1944, Carlos Saladrigas Zayas, que bajo las banderas de la “Coalición Socialista Popular” hubiese sido el sucesor de Fulgencio Batista, resultó derrotado por el Dr. Ramón Grau San Martín, líder del “Partido Revolucionario Cubano” (Auténtico).
Los dos consecutivos mandatos auténticos, Grau San Martín y Prío Socarrás, como al inicio adelanté, bajo el lema de: “Cuba para los cubanos”, en 1948, clausuraron la emisora La Mil Diez, liberaron al movimiento obrero del control marxista y en 1950, por cierto tiempo, prohibieron la circulación del periódico HOY, otrora Noticias de Hoy. O sea la “luna de miel”, que los comunistas criollos mantuvieron con Batista, llegaba a su fin. No obstante, la semilla, de la utopía marxista, quedaba plantada.
El históricamente injustificado golpe de estado, perpetrado por el general Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, secundado por un grupo de militares y civiles, ansiosos de poder, a menos de tres meses de las elecciones presidenciales para elegir un nuevo mandatario constitucional, hizo que los cabecillas del PSP corrieran, pensando reverdecer el pasado reciente, a entrevistarse con Batista.
La memoria, sobre todo oral, de testigos del encuentro, narra que Batista fue sumamente cortés con los visitantes, pero de manera clara y directa les dijo: “Las cosas han cambiado, La Segunda Guerra Mundial ha terminado. La Unión Soviética ya no es aliada de los Estados Unidos y se ha cogido media Europa. En Asia los triunfantes comunistas chinos están metidos en la guerra de Corea y la apodada Guerra Fría ha polarizado al mundo. O estás con los rusos o con los norteamericanos”. Hizo una pausa y en tono justificativo dijo: “Los americanos reconocieron, casi de inmediato, mi gobierno… ¿Comprenden…?”.
Un detalle, poco conocido, fue que en círculos intelectuales y políticos muy selectos, se barajó la posibilidad que Estados Unidos le dio rápido visto bueno al golpe de estado, porque temían que en los comicios inminentes, pautados para el 1 de junio de 1952, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) fuese el vencedor. Se sabía que el fundador de la ortodoxia y aspirante presidencial, el populista Eduardo Chivás, era un demócrata de ideas extremas, pero antes de su suicidio (5 de agosto de 1951) y luego de haber sido sustituido, a causa del trágico deceso, por el Dr. Roberto Agramonte, para llenar la vacante, muchos activistas del PSP, habían penetrado a la agrupación. Así, de cierta manera quedó demostrado por la afluencia de jóvenes de cobertura ortodoxa, incluyendo al propio Fidel Castro, que apenas consumado el cuartelazo batistiano, se sumaron al proyecto de secretas intenciones totalitarias que salió a la luz, el 26 de julio de 1953, con el cruento asalto al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba.
Por cierto, acción armada que la dirigencia visible del PSP se apresuró a condenar en declaración pública cuyo meollo decía: “Actividades aventureras de la oposición burguesa”.
Se impone aclarar que la mayoría de la generación, de jóvenes ortodoxos y de otras agrupaciones que lucharon contra la dictadura de Batista estaba imbuida de sanos ideales democráticos y nacionalistas.
En 1953, Batista clausura, definitivamente, el periódico HOY. Y en 1955, dando pruebas de su alineación total con los Estados Unidos, crea el Buró de Represión Anticomunista, BRAC, por sus siglas.
No obstante, siempre protegió y en ocasiones ayudó económicamente al núcleo de “camaradas leales” del PSP que le asesoraron y acompañaron en su primer y único mandato constitucional.
Con el desembarco el 2 de diciembre de 1956, de Fidel Castro y 82 expedicionarios, por la costa sur de de la provincia de Oriente, se inició la fase armada de la insurrección que terminaría por derrocar, el 1 de enero de 1959, al gobierno de Batista.
Convencido el PSP, en los primeros meses del año 1957, que el gobierno de Batista y sus corruptas, a niveles superiores, fuerzas armadas terminarían siendo derrotadas por la rebelión que, además del Movimiento 26 de julio, encabezado por Fidel Castro, contaba con activas y aguerridas organizaciones democráticas como el Directorio 13 de marzo, el Segundo Frente Nacional del Escambray y la Organización Auténtica propiciaron, con fachada de social democracia, la entrada de elementos del partido en dichas agrupaciones.
Ya en las postrimerías de 1958, el PSP se despoja de la simulación y envía a la Sierra Maestra a Carlos Rafael Rodríguez, uno de sus más conspicuos dirigentes y connotado agente moscovita.
Quizá, consecuencia de la participación, ya a cara descubierta, de los comunistas criollos en la lucha frontal fue aquella opinión popular, de raíz aviesa, que rápidamente, caló en la ciudadanía: “Aquí lo que hace falta es que se caiga Batista. Después, ¡que venga cualquier cosa!”.
Y, por supuesto, la vorágine oposicionista armada y cívica fue de tal magnitud que Fulgencio Batista, el 1 de enero de 1959, en horas de la madrugada, acompañado de su familia y colaboradores cercanos, en tres aviones militares DC-4, conducidos por pilotos civiles de Cubana de Aviación, escapó rumbo a Republica Dominicana.
Apoteósica, de todos es sabido, fue la festiva alegría que sacudió al pueblo cubano la mañana del 1 de enero de 1959. Como, también, de todos es conocido, el temprano baño de sangre y represión selectiva que la revolución triunfante le endilgó a la ciudadanía.
La influencia marxista fue tan obvia, desde el mismo instante del triunfo revolucionario, que Fidel Castro, percatado que tan tempranamente, no debía enajenarse el apoyo de la respetada prensa libre cubana y los demócratas genuinos, declaró: “Esta revolución es más verde que las palmas”.
Empero, el 24 de octubre de 1959, Armando Hart Dávalos joven ministro de educación y partidario de Castro, en un encuentro con la prensa que se llamó “Día del Reportero” dijo: “La objetividad es un mito de la civilización. La única base de la objetividad es aquella que refleja a la opinión pública. ¿Y dónde está la opinión pública? Cuando habla el Dr. Castro lo hace en nombre del pueblo y por lo tanto expresa la opinión pública. Aquellos que ignoren la opinión pública defienden los intereses de la oligarquía”.
A pocas horas de lo manifestado por Armando Hart el periódico Revolución, órgano oficial del Movimiento 26 de julio, sintetizando la idea expresada, publicó la consigna siguiente: “Ser anticomunista es ser antirrevolucionario”
Ulteriormente, el 26 de diciembre de 1959, Fidel Castro decretó que noticias y artículos de opinión, publicados por periódicos y revistas independientes, que no agradasen a la “Revolución” fuesen acompañados por notas de rechazo, atribuidas a los llamados “comités de prensa” del diario, en cuestión.
El muy respetado periódico “Prensa Libre”, de tirada nacional, calificó a aquellas primeras muestras de censura con el mote de “coletillas”. Por cierto, los diarios “HOY” y “Revolución”, por su claro alineamiento gubernamental, no las padecieron.
Listas las bocinas, en tanto subían a la tribuna jefes partidistas y oradores, se escuchó el himno nacional de Cuba y a continuación la música de “La Internacional” que fue coreada por los asistentes al mitin.
Mi hermano, yo y otros muchachos del barrio, bajo la farola que alumbraba el fin de la cuadra y la fachada, a esa hora cerrada, de la carnicería de Sinesio, a pasos del acto político, por primera vez, en nuestra juvenil existencia, escuchamos diatribas feroces contra los Estados Unidos y los calificados como: “Cubanos lacayos del imperialismo yanqui. Traidores nacionales que desde periódicos, revistas y otros medios de prensa, pagados por el dólar opresor, pretenden descarrilar a la genuina revolución cubana y mantener al pueblo sumido en la ignorancia y la opresión”.
Cada orador de una u otra forma repetía el mismo guion que era acogido por aplausos y gritos de: “¡Fuera los vende patrias!”, y otros más radicales que clamaban: “¡Paredón, paredón para los traidores…!”.
Concluido los discursos, arengas y consignas los concurrentes, de forma obediente, plegaron las sillas y las fueron entongando al pie de las aceras. Acto seguido, dejando un amplio pedazo de calle libre, hizo aparición una camioneta cargada, excesivamente, de libros, periódicos y revistas.
Manos ávidas, con premura desenfrenada, lanzaron sobre el asfalto, formando una pira, cientos de ejemplares de los periódicos nacionales Diario de la Marina, Prensa Libre y otros. También, de las revistas norteamericanas, en español, Life, Time y Selecciones del Reader’s Digest. Por último ediciones recientes de los libros La noche quedó atrás del alemán Jan Valtin. La gran estafa del peruano Eudocio Ravines y La nueva clase de Milovan Dilas, yugoeslavo nacido en Serbia, coronaron la fogata que fue rociada de gasolina e incendiada.
El fuego, lanzando pavesas al aire, se alzó en llamarada hambrienta. Los acordes de “La internacional, volvieron a campear. En tanto, la palabra escrita era incinerada, voces saturadas de odio irracional y extremista repetían: “¡Fuera los vende patrias! ¡Paredón para los traidores…!”.
Con el logro de las cenizas el acto concluyó. Con la misma diligencia con que inflaron el tinglado lo desinflaron. Un camión cisterna, provisto de manguera, lavó el rostro del asfalto chamuscado de negro. Cerca de la medianoche el tramo de calle volvió al entorno, aunque persistía el olor a papel quemado.
Mi hermano y yo salvamos la corta distancia que nos separaba de la casa. Los abuelos aguardaban en el portal. Abuela nos miró con aprensión. Los ojos se le llenaron de lágrimas y exclamó:
— ¡Nos han traicionado y engañado! — Con la mano derecha limpió las lágrimas y tomando control ordenó. —Entren. Ya es muy tarde y mañana tienen clases.
Abuelo, que había permanecido en silencio, salió del portal. Se detuvo en medio de la acera y observó, a la luz del alumbrado público, la avenida vacía.
—Entra tú también, o prefieres esperar a que salga el Sol —abuela lo conminó.
Abuelo, sin desprender los ojos de la noche, en voz baja y presagiosa, respondió.
—Temo que aquí, en Cuba, por mucho tiempo no volverá a salir el Sol.
J. A. Albertini (José Antonio). Santa Clara, Las Villas, Cuba (1944). Ex prisionero político cubano. Es autor de las novelas: Tierra de extraños (1983), A orillas del paraíso (1990), Cuando la sangre mancha (1995), El entierro del enterrador (2002), Allá, donde los ángeles vuelan (2010), Un día de viento (2014) y Siempre en el entonces (2017). También de los libros de entrevistas Miami Medical Team (1992) y Cuba y castrismo: Huelgas de hambre en el presidio político (2007).

