Profeta del terror

JACOBO MACHOVER

El más enigmático de los encuentros del Che ha dado lugar a un texto profético que ha sido ocultado durante mucho tiempo por sus posteriores proclamas revolucionarias. 

Una vez de regreso a Buenos Aires después de su primer periplo por América latina, Guevara redactó entre 1951 y 1952 sus “Notas de viaje”, que fueron posteriormente publicadas bajo el título de Diarios de motocicleta, de las que se inspiró, en parte, la película de Walter Salles. Al final de esas notas aparece un escrito titulado “Acotación al margen”¹, al que la película no alude siquiera. El destino del Che, sin embargo, se anuncia allí en su totalidad. 

En esas líneas menciona el encuentro nocturno en un pueblo de montaña de uno de los países que ha atravesado, pero al que no nombra con un misterioso personaje del que sólo describe los ojos y los cuatro dientes delanteros. De sus orígenes apunta lo siguiente: “desde joven había huido de un país de Europa para escapar al cuchillo dogmatizante”. ¿De quién se trata? ¿De un fugitivo de un país que estuvo otrora bajo el yugo de la barbarie nazi o de un refugiado de una nación dominada en esa misma época por el estalinismo? Guevara no da más precisiones, a propósito. La extraña expresión “cuchillo dogmático” parece referirse al comunismo vigente en los países del Este. Pero el hombre, que “se adelantaba a la historia”, sigue siendo un revolucionario, a pesar de haber tenido que exiliarse. Guevara lo presenta como un visionario, capaz de determinar su propio destino o, por lo menos, de leer el porvenir que le aguarda. 

Ese texto, al igual que el conjunto de sus Diarios de motocicleta, así como su diario relativo a su segunda expedición latinoamericana, se ha quedado en las gavetas del “Centro de estudios Che Guevara”, bajo el control del Comité central del Partido comunista de Cuba, hasta 1993, después de la caída del muro de Berlín en 1989 y la implosión de la Unión Soviética en 1991, una época en que la revolución cubana estaba inmersa en la escasez del  “periodo especial en tiempo de paz”, consecutivo al derrumbe del bloque de Europa del Este. Los apuntes de Guevara no son nada ortodoxos respecto a la teoría marxista, tanto por su indigencia teórica como por su individualismo asumido y, sobre todo, por el carácter alucinado de la violencia que preconiza. No se trata, en efecto, de una violencia de clase, aunque mencione en su conclusión al “proletariado triunfante”, sino de la afirmación sádica y bárbara, afirmada con orgullo, de un joven irresistiblemente atraído por un incontenible impulso de muerte, que cada uno puede analizar en conciencia: 

“ (…) ahora sabía… sabía que en el momento en que el gran espíritu rector dé el tajo enorme que divida la humanidad en sólo dos fracciones antagónicas, estaré con el pueblo, y sé - porque lo veo impreso en la noche- que yo, el ecléctico disector de doctrinas y psicoanalista de dogmas, aullando como poseído, asaltaré las barricadas o trincheras, teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga entre mis manos. Y veo, como si un cansancio enorme derribara mi reciente exaltación, cómo caigo inmolado a la auténtica revolución estandardizadora de voluntades, pronunciando el “mea culpa” ejemplarizante. Ya siento mis narices dilatadas, saboreando el acre olor de pólvora y de sangre, de muerte enemiga; ya crispo mi cuerpo, listo a la pelea y preparo mi ser como un sagrado recinto para que en él resuene con vibraciones nuevas y nuevas esperanzas el aullido bestial del proletariado triunfante.”

Este texto puede provocar hoy día un malestar considerable. Pero hay más motivos, muchos más, en los escritos y discursos de Guevara hasta su muerte, en 1967.

Se puede, naturalmente -y algunos de sus exégetas lo hacen sin problemas de conciencia- interpretar esas palabras como una prueba de confianza ilimitada en la victoria del “pueblo” o del “proletariado”, dos nociones que distan mucho de ser sinónimas en la teoría marxista-leninista. Pero el joven Ernesto Guevara no se identifica entonces ni a los dogmas ni a las masas, que supuestamente deben ser el motor de la revolución. Se ve a sí mismo como “poseído”, “loco de furia”, en un estallido estremecedor de autoanálisis. Hace falta, sin duda, cierta dosis de locura para ser revolucionario, y sus sucesivos mentores, el extraño profeta de la montaña o Fidel Castro, no carecen de ella. De ahí a asumir esa característica como constitutiva de su personalidad, sólo alguien que aún no estaba –y que nunca lo estuvo realmente- enmarcado en las obligaciones de la disciplina comunista podía proclamarlo de esa manera, sin tapujos. 

Y también aflora el sabor de la sangre. “Asaltar las barricadas y las trincheras” puede formar parte de la mitología de los movimientos sociales y de las revoluciones europeas de los siglos XIX y XX. 

No obstante, hay que subrayar esta afirmación terrorífica: “degollaré a cuanto vencido caiga entre mis manos”. Guevara no llegó a practicar esa modalidad del crimen. Reemplazó el puñal, la espada o el sable de sus sueños por su propia pistola, cuando estaba en la guerrilla en la Sierra Maestra, o por los fusiles de los pelotones de ejecución cuando ejercía el poder en Cuba. Otros, ya sean los terroristas islamistas o los narcos de la droga, practicarán esas modalidades en su lugar, bajo los ojos horrorizados de la humanidad.  

El futuro comandante victorioso se siente ya, en germen, todopoderoso. El “acre olor” de la sangre, producido por la pólvora en lugar del puñal, habita constantemente estas líneas. La muerte también, la “muerte enemiga”. Incita al crimen. Sabe caracterizar perfectamente el goce físico, que se manifiesta con la sensación de las “narices dilatadas” provocada por la liquidación del “enemigo vencido” y por el “aullido”, de goce también, expresiones que figuran como recurrencias constantes en este texto. 

Con una extraña lucidez, Guevara vislumbra su propio sacrificio en el altar de la “auténtica revolución”, una revolución comunista que alcanzara el poder y lo llevara a inmolarse. Tal es su deseo. Tal será su destino. 

Las palabras de su interlocutor en la montaña son igualmente significativas. Tal vez haya sido ésa su escena primigenia, la que lo marcó para siempre, antes de su encuentro decisivo con Fidel Castro en México, en 1955. Sus palabras tienen un valor premonitorio que el joven aventurero va a seguir sin vacilar: 

“Todos ellos, todos los inadaptados, usted y yo por ejemplo, morirán maldiciendo el poder que contribuyeron a crear con sacrificio, a veces enorme. Es que la revolución con su forma impersonal les tomará la vida y hasta utilizará la memoria que de ellos quede como ejemplo e instrumento domesticatorio de las juventudes que surjan.”

La predicción es tan precisa que se podría llegar a pensar que esas palabras han sido reconstituidas a posteriori, después de la muerte del Che y su elevación a la categoría de mito por la propaganda castrista. Inadaptado, Ernesto Guevara lo fue, sin duda. Víctima, sólo lo fue en relación con los amos de Cuba, Fidel Castro y, también, su hermano Raúl, siempre en la sombra. 

El análisis político no constituye, sin embargo, el elemento esencial del discurso del fugitivo del “cuchillo dogmático”: el Che nunca será un disidente del movimiento comunista. Al contrario, éste hará de él uno de sus símbolos. Lo más significativo es la suerte que el hombre le asigna, que Guevara apunta como si se tratara de una profecía auto-realizada:

“(…) usted morirá con el puño cerrado y la mandíbula tensa, en perfecta demostración de odio y combate, porque no es un símbolo (algo inanimado que se toma de ejemplo)…”

En esta “Acotación al margen”, está expuesto el destino de Che Guevara, pero no realmente en lo referido a las circunstancias de su muerte, que no se produjo en combate, al revés de lo que siempre había proclamado, sino después de su rendición y de su captura de los rangers bolivianos, y finalmente de su asesinato.

¹ Ernesto Che Guevara : Diarios de motocicleta. Notas de viaje por América latina. Bogotá, Centro de estudios Che Guevara – Ocean Sur, 2004, pp. 143-145.


Jacobo Machover nació en La Habana en 1954 y vive en París desde 1963. Es actualmente catedrático en lengua, literatura y civilización hispánicas en la universidad de Aviñón, en Francia. Escribe indistintamente en español y en francés. Ha sido crítico literario y periodista en revistas y diarios como Magazine littéraire y Libération, así como corresponsal en París de Diario 16 y Cambio 16. Colabora en Revista de libros y Revista hispano-cubana. Entre sus libros se encuentran la novela Memoria de siglos (Madrid, Betania, 1991), la recopilación de relatos El año próximo en… La Habana (Madrid, Cocodrilo verde, 2001), y los ensayos La memoria frente al poder. Escritores cubanos del exilio: Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas (Valencia, Prensas Universitarias de Valencia, 2001), La dinastía Castro. Los misterios y secretos de su poder (Madrid, Áltera, 2007), La cara oculta del Che. Desmitificación de un héroe “romántico” (Barcelona, Ediciones del Bronce-Planeta, 2008), El terror “humanista”. Tribunales revolucionarios y paredón en Cuba (1959), Madrid, Editorial hispano-cubana, 2010 y El Sueño de la barbarie, Atmósfera Literaria, 2012 y El exilio lejos del paraíso, Atmósfera Literaria, 2016.

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