La risa, un arma mortal

PABLO SOCORRO

Decía Mark Twain, y no sin razón, que «la risa es el arma más efectiva del ser humano». Nos podemos morir de risa, literalmente. O matar de vergüenza a una persona cuando nos reímos de ella.

Sobran los nombres de famosos que han muerto de un ataque al corazón, hipo o de asma a causa de carcajadas incontrolables. Anthony Trollope, prolífico novelista inglés de la época victoriana murió ahogado en su propia risa, según cuentan.

Sin embargo, hay especialistas que señalan que una buena carcajada aumenta la ventilación pulmonar, es excelente ejercicio para el corazón y ayuda a luchar contra la hipertensión. También puede prevenir la arterioesclerosis porque los procesos químicos que se producen con ella bajan los niveles de colesterol.

El neurólogo francés Henri Rubinstein asegura que la risa también tiene funciones terapéuticas al liberarnos del estrés. “La risa -añade- permite al cuerpo liberar dos neurotransmisores: la endorfina que usualmente genera euforia (además de efectos analgésicos) y la dopamina relacionada con los estados psicológicos de bienestar”. Ambas ayudan a reducir el cortisol, la hormona del estrés.

Algunos especialistas aseguran que reír equivale a 10 minutos de ejercicios aeróbicos o 15 minutos de pedaleo en una bicicleta estática porque cuando nos carcajeamos ponemos en movimientos unos 300 músculos del cuerpo, lo que nos hace quemar calorías. En vez de tantos gimnasios, deberíamos poner Clubes de la Comedia en cada barrio y programas humorísticos en la televisión como Míster Bean, discursos de Nicolas Maduro, Daniel Ortega o Fidel Castro.

Los científicos del tema han dividido a la sociedad en dos grandes grupos: los gelásticos, gente fácil para la risa, y los agelásticos, aquellos que no ríen ni aunque le hagan cosquillas.

Gelos fue la palabra que se inventaron los griegos para la risa. Aburridos de tanto coturno y ditirambo en las tragedias de Esquilo, compensaron con las chirigotas de las comedias de Aristófanes. La gente salía de estas últimas comentando: «Me he meado de gelos con las cosas de Aristo».

Entre los agelásticos más conocidos están Isaac Newton, Jonathan Swift, el autor de “Los viajes de Gulliver”, los dictadores Josef Stalin, Hitler, Mao Zedong y Fidel Castro. La tapa al pomo se la puso el filósofo holandés Baruch Spinoza, de quien se dice sólo se reía cuando observaba arañas batiéndose a muerte.

Ahora bien, el humor es también una poderosa arma política.

Los políticos son, sin dudas, los personajes que más chistes motivan. Unos por su estupidez, otros por su crueldad y muchos por su avaricia y corrupción. Hasta el pensador Pablo Coelho se ha sumado al carro de la jodedora contra los dirigentes al afirmar que, «cuando un político dice que acabará con la pobreza, se refiere a la suya». Y aún añadió: «Entre un Gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay una cierta complicidad vergonzosa».

Hoy el mundo se divide claramente en dos segmentos: los diri-gentes, aquellos que tienen más comida que apetito, y los indi-gentes, aquellos que tienen más apetito que comida.

La venganza de los segundos contra los primeros son los chistes. El humor le proporciona a la gente común una manera fácil y tolerable de desahogarse y mitigar sus frustraciones.

El pensador checo Slavoj Zizek, a quien se ha calificado de «filósofo más peligroso de Occidente» por la irreverencia de sus pensamientos, afirma en su libro Mis chistes, mi filosofía que «el humor nos coloca delante el espejo de nuestro propio yo y de la sociedad, pues el chiste es siempre una proyección del subconsciente colectivo, de sus miedos, de sus odios, de todo aquello que el estado reprime y acaba aflorando en un estallido de libertad e insolencia».

Todo chiste implica una proyección de la realidad, algunas veces distorsionada y otras tal como es. Para la filosofía, el sujeto que produce el chiste y el que lo recibe son espejos. Y la risa es el puente entre ambos. Para los agelásticos este puente es el espejismo del espejo.

En los regímenes dictatoriales, el humor suele convertirse en una vía de disidencia y de oxigenación de las aspiraciones democráticas de la sociedad civil. El humor de los que no tienen poder siempre es cuestionador y subversivo, como señalaba George Orwell, para quien los chistes antisistemas eran “diminutas revoluciones”,

Uno de los mitos más extendidos en los desaparecidos regímenes comunistas de Europa del Este era la existencia de un departamento de la policía secreta dedicado a inventar y poner en circulación chistes políticos contra el gobierno y sus representantes. El humor en contra del comunismo y sus líderes era la vía menos riesgosa que tenía el sistema para que la gente canalizara sus frustraciones y enconos.

No se ha podido constatar esta aseveración, que corrió como chisme en todos los países del desmerengado bloque comunista europeo. De todas formas, los jerarcas ideológicos del Partido estaban consciente de la función estabilizadora de los chistes en una sociedad infeliz.

Los contadores de chistes en la Unión Soviética eran arrestados por una cláusula en el Código Penal, artículo 58, parágrafo 10, por “propaganda y agitación en contra de la URSS”. El historiador marxista ruso, Roy Medvedev, afirmó que unas 200.000 personas estuvieron presas en gulags por contar chistes en la era de Stalin.

En Cuba existió por un tiempo un departamento del Partido Comunista llamado Opinión del Pueblo, encargado de recoger desde chismes hasta chistes de Pepito en contra de la parafernalia del sistema. Una selección de lo recogido iba a parar directo a la mesa de Fidel Castro, no porque a este le interesara mucho lo que pensaba su pueblo, sino para conocer por donde le dolía más el zapato y seguir apretando.

Muchos de esos chistes «contrarrevolucionarios» se quedaban en el camino al despacho del dictador, un agelástico de pies a cabeza.

En los regímenes autoritarios como los de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte y Rusia, donde el humor está controlado por el poder, las bromas políticas que circulan entre la población de a pie, no son esfuerzos aleatorios para provocar la risa, sino que se centran en temas como las condiciones de vida, los líderes, las organizaciones, la propaganda gubernamental, la alimentación, la salud y todos los males y defecto de una sociedad cerrada. Los chistes exponen las fallas del sistema y por ellos los gobiernos totalitarios prohíben las expresiones de toda sátira, lo mismo en los medios de prensa, el arte y la cultura.

Y es que las dictaduras son como esos amantes necesitados de viagra. Si no se pone dura, los de abajo ni la sienten. Controlan la risa como controlan el hambre para mantener el poder.

“El sociólogo Tomás Várgnagy en su libro Proletarios de todos los países… ¡Perdonadnos!, destaca que “el humor y los chistes políticos, si bien pueden contribuir al orden social, la cohesión y el control, también suelen ser la expresión de un conflicto que puede incitar a la resistencia, a insultar, satirizar y ridiculizar a los poderosos”.

En este sentido el humor es como un arma, un medio de defensa y una forma de ataque, y se ha argumentado que tales armas de los débiles pueden ser muy importantes al hacer que la gente reflexione críticamente sobre su situación y le permita expresar hostilidad en contra de quienes lo engañan u oprimen, y hasta puede crear espacios alternativos de resistencia.

Hasta en las sociedades democráticas el humor sirve como catalizador de frustraciones, inquietudes y rebeliones contra lo establecido. Muchos investigadores, como el sociólogo israelita Avner Ziv, afirman la importancia del humor en la buena salud de una sociedad libre.

“La comedia y la sátira poseen un denominador común en el sentido de que ambas intentan cambiar o reformar la sociedad por medio del humor. Las dos formas juntas constituyen la mejor ilustración que existe de la función social del humor”, destaca Ziv, que ha escrito numerosos libros sobre el tema.

Hoy, con el desarrollo de las comunicaciones y el enorme alcance las redes sociales, los humoristas tienen una voz muy poderosa en el espectro político. En Estados Unidos, por ejemplo, los llamados late shows, y los humoristas de stand up, tienen cada vez una opinión de mayor peso en el electorado. Muchos políticos manejan esto a la perfección y son visitas usuales en estos shows de alta audiencia.

El humor es siempre un ejercicio de libertad, ya sea en sociedades dictatoriales como democráticas, una censura al poder y a la cultura de la cancelación. Una burla y venganza contra todo poder político que coerciona la libre expresión.

Como muestra, este chiste que circula ampliamente por las redes:

Un hombre está en el hospital, esperando ser la primera persona de la historia en recibir un trasplante de cerebro. Llega un médico y le dice:

—¡Felicidades! Usted califica para este experimento. Pero desgraciadamente, como se trata de un procedimiento nuevo, su seguro no lo va a cubrir todo. Así que vamos a darte tres opciones de cerebros y podrás decidir cuál puedes pagar.

—Bien, ¿cuáles son? —pregunta el paciente.

—Bueno, primero está el cerebro de ingeniero, que cuesta 100 dólares la onza. Luego está el cerebro de astrofísico, que le costará 200 dólares la onza. Por último está el cerebro de político. Ese es el más caro, a 1.000 dólares la onza.

El hombre mira al doctor, sorprendido.

—¡Eso es absurdo! ¿Por qué es tan caro el cerebro de político?

El médico se vuelve hacia él y le dice:

—Señor, ¿tiene usted idea de cuántos políticos hacen falta para conseguir una onza de cerebro?


Pablo Socorro (La Habana, 1951). Escritor y periodista. Se graduó en Periodismo en la Universidad de La Habana. A su arribo a Miami desempeñó varios trabajos, entre ellos árbitro de softbol y redactor de mesa de Reuters. En 1998 fue contratado por AFP como corresponsal y editor con base en Los Ángeles (California), hasta su retiro en 2017. En Estados Unidos ha publicado los libros ‘Hablar en cubano’ y ‘Saliendo del clóset: Crónicas para reír y pensar’, entre otros. Fue finalista en 2017 del Premio de Poesía Luigi Pirandello (Italia). Obtuvo mención en el Concurso de Cuentos Letras Marinas III (Argentina). Reside en la Florida.

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