Pinchazos en el tuétano

JOSÉ HUGO FERNÁNDEZ

Ilustración de Margarita García Alonso

En esa joya de la ironía que es el poema Madrigal, Nicanor Parra planea ganar mucho dinero mediante la creación de un ataúd de doble fondo para que los muertos puedan asomarse a otros mundos. Con Mi última duquesa, el genio poético de Robert Browning inmortaliza a un duque haciendo que confiese entre líneas que asesinó a su esposa porque regalaba sonrisas. Entre tales referencias, una juguetona y otra líricamente sombría, podríamos inscribir quizá el delicioso engarce de sarcasmos que Joaquín Gálvez exhibe en este último poemario, Desde mi propia isla.

Su registro es abultado y diverso, contiene imágenes, inflexiones, situaciones, expresiones que no sólo dan cuenta de otra de las virtudes que amparan el talento de Gálvez, sino que demás lo hacen a través de lo que posiblemente sea el más difícil –y arriesgado- recurso para lograr versos de alto vuelo. La ironía, lo satírico, que más bien suelen ser considerados rompedores del encanto poético, otorgan una especial consistencia a este libro, a la vez que lo proveen de un aura propia, donde el lenguaje se atomiza, cáusticamente, y lejos de romper el encanto, lo redefine.  

Desde la pieza “Paisaje singularmente intrascendente”, en el inicio mismo del poemario, donde alude a cierto tipo de alma elegida a la que ningún médico le diagnosticó un chancro, hasta “Manifiesto”, en las páginas finales, en el que lamenta, guasón, no poseer una voz de comparsa y no ser un perpetrador de estética de turno o un abanderado de la tropología del cordero, Gálvez despliega su auténtico arsenal de chanzas, con las que en modo alguno parece buscar la empatía fácil con el lector, toda vez que no fueron moldeadas como simples artefactos para divertir. Al contrario, son pinchazos en el tuétano de la conciencia, como diría el antipoeta Parra. Sólo que aquí no se trata de antipoemas sino de poemas de cepa clásica con todas las de la ley, los que, gracias al uso de la sátira como accesorio, adquieren una renovada dimensión.

El tono mordaz está presente en todas las sesiones del libro, con los más variados matices, y en todos los asuntos que aborda el poeta. Se prodiga en el tema amoroso, en torno al cual abundan ejemplos, como el de la pieza “Mensaje de texto de Pablo Neruda”: Si pudiera escribir los versos más tristes esta/noche…/Pero a ella no le gusta la poesía/y sólo puedo escribirle un triste mensaje de texto…También abunda en temas relacionados con poetas o con la poesía propiamente, tal es el caso de “Epitafio del conde de Lautréamont como asesino en serie”: Sólo me recordarán como un hacedor de la muerte/(mi única y deleznable huella)./ Pero conseguí devolverles a mis víctimas su paz en/ los sepulcros,/ abreviarles el camino de regreso a casa… Y está, claro, en los de carácter ontológico, como el de “Oración de un hereje por el alma de un santo inquisidor”, pieza de grácil ironía, enfilada contra ciertos fundamentalismos religiosos; o como en “Apología de Frankestein”, donde se extrapola la monstruosidad del monstruo: Nunca fuiste la creación de alguien:/ sólo fuiste el impostor que dio la cara por nosotros/ cuando hicimos que salieras del sepulcro/ donde siempre nos habitas…; o como en el poema “S.O.S”, donde la mordacidad tiene sabor a sinsabores: El cielo de Cuba apuntalado/ los gorriones apuntalados/ la dulzura que aún persiste/ en la caña apuntalada/ a los edificios la música y el pan/ hagámosles sus exequias/ el sol apuntalado/ la edad sin oro Martí apuntalado/ el mar apuntalado qué importa salvémonos/ sobre su azul a hurtadillas

El choteo enaltece sus fines por conducto de la magia poética en Desde mi propia isla. Y no es que falten en el libro las dotes que han venido tipificando el quehacer de Gálvez. Hay delicadeza, hay complejidad emocional e intelectual, hay frescura, hay lustre en el lenguaje…, así que se conservan indemnes los rasgos de su depurado estilo. Pero nada parece ser tan eficaz para condensar tales atributos como ese sesgo irónico -más y menos manifiesto, aunque siempre en la dosis exacta-, capaz de expresar el desencanto que experimenta el poeta ante el drama de las pobrezas humanas, mientras extrae genuina poesía de sus costados más absurdos.

La mayéutica socrática, pasando por Chaucer o Cervantes o Quevedo o Browning o Dylan Thomas, hasta Parra y Virgilio Piñera, asoman sin duda entre los resquicios de este poemario, una grada más, y de muy particular relevancia, en la ascendente aventura poética de Joaquín Gálvez. 


José Hugo Fernández (La Habana, 1954) es escritor y periodista. Durante la década de los años 80, trabajó para diversas publicaciones en La Habana, y como guionista de radio y televisión. A partir de 1992, se desvinculó completamente de los medios oficiales y renunció a toda actividad pública en Cuba. Premio de Narrativa 'Reinaldo Arenas' 2017, tiene alrededor de una veintena de libros publicados. Actualmente reside en Miami.

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