Fragmento de "Hoy como ayer"(Memorias)

ANTONIO GUEDES SÁNCHEZ

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Facultad de Medicina 

Una de las asignaturas, invento del régimen cubano para la ideologización de la enseñanza, fue la que llamaron la Unidad El Hombre y su Medio, que se impartía en el primer año de la carrera. Nos sentaban en el aula en un círculo, con un profesor, para hablar de la materia que estaba escrita en un folleto que nos daban. Cada uno se suponía ofrecía su “opinión” después de analizarla. Esa asignatura era una mezcla de elementos de historia, antropología, psicología con enfoque soviético y marxismo. Uno de los temas fue “el origen de la religión”, con el enfoque que el folleto recogía: la interpretación marxista y ninguna más. Ahí se explicaba que el origen de la religión estaba “en la alienación económica”, porque la religión era una superestructura, etc. No sé cómo, pero me atreví a hablar según los datos que recogen la antropología, la arqueología y la paleontología, y expresé cómo la religión se presentaba en todas las culturas, incluyendo en las comunidades primitivas (que ellos llamaban “comunidades comunistas primitivas”).

Añadí que había datos de estas ciencias y descubrimientos que decían claramente que no existía un solo pueblo, por muy primitivo que fuera, y no había ninguna cultura, donde estuviera ausente la religión. El profesor preguntó “quién estaba a favor de lo que yo decía”. La mayoría levantó la mano para apoyar lo que había acabado de comentar. Aproveché y les dije a todos: “pero eso no es lo que dice nuestro material de estudio”. Todo el mundo quedó sorprendido, lo que demuestra que no habían leído ese material y que no tenían idea ni conocimientos de nada.

Comienzo en el curso 1976-1977 el primer año de Medicina, y asisto a las clases en el Instituto Superior de Ciencias Médicas. Me ubican en el grupo III, brigada VI y con expediente 306003. Hay que fijarse en la terminología militar de brigada. La disciplina es semimilitar. Teníamos, como siempre, que ir a las concentra- ciones cuando había un discurso o acto del gobierno, al recibimiento de dignatarios extranjeros, a los círculos de estudios políticos que convocaba la UJC –aunque no fuéramos militantes de la organización–, integrarnos en la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y hacer guardias de milicia en el propio centro.

En las guardias de milicias nos daban un fusil no cargado. Así como lo digo. Nos tocaba cada vez en diferentes lugares del Instituto o Facultad de Medicina. Recuerdo que, cuando me tocaba hacer la guardia en un almacén que estaba iluminado con una bombilla enorme, sentía más miedo que en otros sitios más oscuros, o cuando me tocaba el “recorrido”: dar vueltas por todo el recinto del centro. Me encontraba sentado o de pie en el exterior de ese almacén, muy iluminado, con un fusil descargado y frente a mí la noche negra. Pensaba que, si venía alguien para robar o hacer otra cosa, era un blanco perfecto porque me verían a mí y yo no podría distinguir a nadie en la tremenda oscuridad. 

Una de las asignaturas, invento del régimen cubano para la ideologización de la enseñanza, fue la que llamaron la Unidad El Hombre y su Medio, que se impartía en los dos primeros años de la carrera. Nos sentaban en el aula en un círculo, con un profesor, para hablar de la materia que estaba escrita en un folleto que nos daban. Cada uno se suponía ofrecía su “opinión” después de analizarla. Esa asignatura era una mezcla de elementos de historia, antropología, psicología con enfoque soviético y marxismo. Recuerdo que uno de los temas fue “el origen de la religión”, por supuesto con el enfoque que el folleto recogía: la interpretación marxista y ninguna más. Ahí se explicaba que el origen de la religión estaba “en la alienación económica”, porque la religión era una superestructura, etc. No sé cómo, pero me atreví a hablar según los datos que recogen la antropología, la arqueología y la paleontología, y expresé cómo la religión se presentaba en todas las culturas, incluyendo en las comunidades primitivas (que ellos llamaban “comunidades comunistas primitivas”). Añadí que había datos de estas ciencias y descubrimientos que decían claramente que no existía un solo pueblo, por muy primitivo que fuera, y no había ninguna cultura, donde estuviera ausente la religión. El profesor preguntó “quién estaba a favor de lo que yo decía”. La mayoría levantó la mano para apoyar lo que había acabado de comentar. Aproveché y les dije a todos: “pero eso no es lo que dice nuestro material de estudio”. Todo el mundo quedó sorprendido, lo que demuestra que no habían leído ese material y que no tenían idea ni conocimientos de nada. Al haber estado en el Seminario y estudiar todas esas asignaturas, más mis lecturas, tenía esa ventaja. Cuando llegué a casa se lo comenté a Lourdes y temí que eso me costara la expulsión de la carrera. Sin embargo, asombrosamente, en ese momento no me pasó nada. Las cosas de ese sistema son muchas veces arbitrarias y también dependen del momento, lugar y con las personas que ocurran. 

En el mes de octubre de 1976 se hacen las “elecciones” de los Poderes Populares. Estas no son, ni remotamente, elecciones democráticas, pluralistas y libres. Fuimos testigos de esta farsa. Lo que hacen es reunir a los vecinos de un CDR, de una cuadra, y señalan alzando la mano, por propuesta de algún presente o desde la mesa que preside, a un Delegado. Era notorio que jamás se propondría a alguien que de alguna manera no estuviera vinculado o “simpatizara” con el sistema político. No hay libertad para que algo así prospere: las reuniones son dirigidas y controladas por los miembros del PCC, CDR y la Seguridad del Estado, que muchas veces no sabemos quiénes son. Se hacen las propuestas guiadas y, bajo una atmósfera de miedo y de máscara, se “elige” el Delegado para la Circunscripción. Cada 5 circunscripciones, hay un Consejo Popular Local. Los miembros de estos Consejos se eligen entre los Delegados de las circunscripciones correspondientes. Después, entre los elegidos de los Consejos Populares Locales, salen los can- didatos para el Poder Popular Municipal. De los Municipales, salen los delegados Provinciales y después, de estos últimos, los de la Asamblea Nacional. Los ciudadanos sólo participan hasta la segunda ronda de votaciones, de donde va a salir el Delegado al Consejo Popular Local, entre uno de los cinco Delegados de las Circunscripciones. Ya no habrá ninguna votación secreta, ni en urna cerrada, para que la población participe en la selección de los integrantes de los demás niveles: Poderes Populares Municipales, Provinciales, ni mucho menos para la Asamblea Nacional. Partiendo que la Constitución cubana instituye que el PCC es como un ente supraestatal y que es quien dirige y orienta el trabajo de las organizaciones de masas y,  a la vez, como las organizaciones de masas son, a través de las comisiones de candidaturas, son quienes proponen a los candidatos, no se puede hablar de libertad, democracia y pluralismo. En Cuba solamente hay un partido y no es posible, ni por la ley ni en la práctica, que haya otros. 

Cuando se celebraron las elecciones para nuestro Consejo Popular Local, para seleccionar 1 entre los 5 candidatos, cada uno de una circunscripción diferente, Eladia, Lourdes y yo fuimos al colegio electoral designado. Hicimos como en la elección de la Constitución: anular la papeleta, a pesar de que se decía que te controlaban y lo iban a saber, etc. Tampoco conocíamos a los candidatos de las otras cuatro circunscripciones de nuestro consejo local, sólo el de nuestro CDR o cuadra: no se hacía campaña Nos fueron a buscar a casa porque, recordar, había que emular entre los CDR y entre las circunscripciones para ver cuál era el CDR que votaban primero todos sus miembros. El ir a buscarte es también una medida de garantizar que la votación sea cerca del 100%. Nosotros también participamos de la “comparsa” de la “mascarada” y lo hicimos bajo presión. El temor, o mejor el miedo, era tremendo y mucho más cuando tenías algo que perder, como yo mis estudios en la Universidad.

Los Poderes Populares Municipales son quienes, en teoría, dirigen las empresas estatales y los servicios locales. En la práctica, la administración depende del PCC. Y además que la estructura es cíclica y cerrada: todos, o casi todos, los miembros de los Poderes Populares pertenecen al único Partido y no les queda más remedio que obedecer su disciplina. Esta forma de elegir, y los controles que trae consigo, demuestra que el supuesto “poder legislativo” no es más que una polea de trasmisión del Partido Comunista Cubano, aunque pretendan presentarlo como un instrumento de democracia.

Beatriz fue bautizada en la Iglesia Parroquial del Corpus Christi en Marianao, provincia de La Habana, el día 22 de octubre de 1976, por el sacerdote Mons. Pedro Sambi. Sus padrinos fueron Eladia Iglesia y el padre Carlos Manuel de Céspedes. En la Eucaristía estuvieron ayudando los mismos acólitos de nuestra boda: Norberto López, que ya era Diácono temporal, y Carlos Piedra, que era seminarista. Monseñor Sambi, aunque habitualmente iba a ayudar a nuestra parroquia anterior San Agustín, por la gran amistad que nos unía, vino a presidir la Eucaristía y bautizó a Beatriz. Lo celebramos en el Corpus Christi porque esta iglesia era la parroquia que nos correspondía, estaba más cerca de casa y el transporte era malo para estar desplazándonos con la niña, mucho más siendo pequeña. Sin embargo, como teníamos un gran vínculo con la anterior, la mayoría de los que asistieron al bautizo pertenecían a San Agustín. Otros que fueron eran de la parroquia de Jesús del Monte, donde estaba el padre Carlos Manuel y nos habíamos casado. Mis padres y mi hermana estuvieron.

Desde que Beatriz nació comenzamos a participar en la parroquia del Corpus Christi. Allí estaba de párroco el padre Andrés Desilets de los sacerdotes de la Sociedad de las Misiones Extranjeras (Misioneros Canadienses). Allí vivían y trabajaban pastoralmente las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción (MIC) de origen canadiense también. Fundadas en Montreal por Délia Tétreault de Marieville, en el año 1948 llegaron a Cuba a la Diócesis de Matanzas y empezaron a trabajar en estrecha colaboración con los padres canadienses de las Misiones Extranjeras, específicamente en la ciudad de Colón, donde estaban el colegio y seminario de los padres. En la parroquia del Corpus Christi conocimos a Oslidia García Carbayo –quien años después, ya en España, ha sido la madrina de bautismo de nuestra hija Cecilia– y a sus hijas Ayxa y Amixa. En esta parroquia estuvimos asistiendo a las Eucaristías, las reuniones, a la formación y participábamos en las actividades de la Iglesia. En el Corpus iban muchos diplomáticos y extranjeros que se encontraban en el país, por estar situada en una zona donde se concentraban sus domicilios.

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Resumen de noticias

En la Navidad de 1976, nacida ya Beatriz, nos preocupa el hecho que en Cuba no se ponían prácticamente en ningún hogar los signos navideños. Mucho menos en las calles, escuelas, tiendas, trabajos y, en esa época, ni siquiera en los hoteles. Solamente en los templos se colocaba habitualmente el belén o misterio, en alguna iglesia se añadía el árbol. Queríamos que nuestra hija viera y se educara con los signos externos navi- deños, porque ayudan a los interiores, que son los más importantes. Como no se vendían en ningún sitio, nos dimos a la tarea de buscar y traer para La Habana los que se conservaban en casa de nuestras familias. Los adornos –bombillas, bolas, lágrimas, espumillones– de casa de los padres de Lourdes, mi árbol de Navidad, los de casa de mis abuelos de Conchita. El padre Carlos Manuel de Céspedes nos consiguió un árbol artificial de una señora de la parroquia de Jesús del Monte. Todos los trajimos y lo colocamos para la Navidad de 1976. Eladia tenía un bonito misterio de tamaño mediano, y también lo pusimos. Cuando Mayra y Heriberto Ortiz se marcharon por el Mariel, en el año 1980, fuimos a la casa donde vivían –la del padre de Mayda– y le pedimos al padre que si no iba a utilizar los adornos nos regalara algunos: así lo hizo, y pudimos aumentar los nuestros y sobre todo tener repuesto cuando se rompieran. Las bolas antiguas eran de cristal muy fino y las bombillas si se fundían no había cómo sustituirlas. Los signos navideños los pusimos todos los años hasta que nos pudimos marchar de Cuba. 

A pesar de que a finales de la década de los 70 comenzaron a mejorar algo las posibilidades de la alimentación, al permitir, como reseñé anteriormente, el Mercado Libre Campesino –de aquellos que conservaban algo de tierra, de un 10% al 20 % del total, porque el resto estaba en manos del estado, con sus granjas colectivas improductivas– y permitieron, con carácter limitado, el ejercicio de ciertas profesiones. Aun así, la escasez seguía siendo tremenda; las colas permanentes acompañaban el racionamiento: muchas cosas, de las pocas que teníamos asignadas, no llegaban en el plazo en que se suponía que “tocaban”. Y, si llegaban a los comercios estales, lo hacían en cantidades exiguas que no alcanzaban a todos (que, a su vez, a menudo eran expoliadas en el último eslabón, los propios trabajadores de la bodega). Por todo ello el mercado negro y los problemas eran inmensos.

Haré un resumen de lo que sufrimos durante toda la etapa que vivimos en casa de Eladia (1975-1981), y padecía también el resto de la población:

––– El suministro de electricidad (“la luz”) se cortaba casi todas  las noches (siempre todos los días laborables), de forma programada, durante lo que llamaban “hora pico”, mínimo   2 o 3 de las horas de más demanda, cuando se regresaba al hogar, se disponía de un poco de tiempo libre y para comer  o ducharse. El corte podía producirse también durante el  día, 2 o 3 veces por semana y había épocas que más. En oca- siones el apagón duraba toda la noche: nos acostábamos a dormir aún sin electricidad. Según el gobierno, “para ahorrar energía”. Pero a Cuba, como he dicho en otro momento,    la URSS le vendía el petróleo más barato que el precio de mercado mundial y Cuba revendía el combustible a precio  de mercado, para obtener una ganancia. También,  todos  los tendidos eléctricos, las plantas de producción de energía, los transformadores llevaban colocados por décadas sin recibir mantenimiento adecuado. Imaginar cómo  conservar los alimentos en refrigeradores sin funcionar, cómo estudiar, cómo –los que lo tenían– no podían usar un ventilador en el calor tropical de Cuba, no se podía ver la televisión, si salías a la calle era en total oscuridad unas calles llenas de socavones...

Nosotros teníamos un único farol antiguo que era de Eladia. Como no había otros que comprar en el mercado, nos adscribimos a la “inventiva” nacional. Fabricamos unos de la siguiente manera: buscamos un pomo (frasco de cristal) ancho.

Cogimos un tubo de pasta dental –de una marca nueva cubana que no era ni parecida a las pastas dentales de antes– ya vacío y lo rellenamos con una especie de pabilo del algodón que consiguiéramos. Cortamos la parte inferior del tubo para hacer unas “patas” que lo sostuvieran vertical. Sacamos una porción del pabilo por encima, a través de lo que había sido la salida de la pasta. Después echamos un poco de keroseno en el frasco –sólo los que podían justificar ante las autoridades que cocinaban con keroseno tenían “derecho a comprar” la cuota racionada por la libreta y tener legalmente una cantidad de ese combustible en casa: como nosotros usábamos balón de gas, teníamos que “resolverlo” de contrabando. Cuidando que el tubo con el pabilo se mantuviera parado dentro del frasco con combustible, y que la mecha no sobresaliera mucho, la encendíamos. No se debía acercar el “farol” a la pared o al techo, porque los manchaba con tizne.

––– Muchas veces no teníamos artículos de aseo, que estaban muy racionados: las cuotas eran particularmente insuficientes y aun así muchas veces no se cubrían las que señala la libreta, no llegaban a la tienda –era común no saber “por dónde iba” la distribución, porque siempre estaba atrasada. Acabada la cuota de pasta dental, nos lavábamos los dientes y la boca con cepillo, agua y bicarbonato –también el bicar- bonato era difícil de conseguir en la farmacia.

El desodorante, particularmente necesario en el calor de Cuba, cuando desaparecía, lo hacíamos con leche de magnesia –que, como también había dificultades de conseguirla en la farmacia, había que recurrir a la variante de mezclar alcohol con bicarbonato.

El papel sanitario (higiénico), siempre y en todos los sitios era un grave problema. Usábamos el papel de periódico cortado en trozos: así se encontraban, si acaso, las hojitas enganchadas en un clavo, en gran parte de locales públicos. Los periódicos llevaban muchas menos hojas que los que estamos acostumbrados a ver en Occidente, y la tinta desteñía y manchaba. Y suerte que el periódico, al ser un arma de propaganda, siempre había. Allí no había papel higiénico, pero para las cosas políticas y burocráticas gastaban mucho papel.

Las cuchillas de afeitar, soviéticas: teníamos un vaso para frotarlas cada día y conservarles el filo más tiempo.

––– Para arreglar cualquier cosa, estaban los llamados “consolidados” del estado. Había unos para llevar arreglar zapatos, otros para equipos eléctricos, etc. A reparar a domicilio era muy difícil que vinieran de allí: para eso, había que acudir    al favor personal de un amigo o al contrabando. En realidad, estos métodos eran los efectivos: a través de los consolidados del estado se podía estar esperando meses: nunca llegaba el momento de entrega, indefinido. En estos lugares muchas veces no tenían las piezas de repuesto o los materiales por varias razones: porque no las había ya, porque no llegaban las que había y porque las que llegaban las robaban los mismos que trabajaban allí, para poder ellos guardarlas para su familia o amigos, colocarlas en la “bolsa negra” o venir ellos por su cuenta, de contrabando, a arreglar el equipo a domicilio. O sea, el método establecido: “resolver” y el “sociolismo” (intercambio de favores).

––– Las pocas ferreterías que quedaron en Cuba eran una broma.  Sus estanterías o anaqueles estaban totalmente vacíos. No encontrabas clavos, tornillos, cristales, pintura, brochas, piezas de repuesto de plomería (fontanería), maderas o herramientas de cualquier tipo. Nada de nada.

Hacer una reparación en una casa y/o la autorización para comprar los materiales, tiene que ser autorizada por el Poder Popular. Este consideraba si había materiales para suministrar o si tenían otras prioridades y, siempre, la “actitud” del solicitante: si quería abandonar el país, si era familiar de un preso político, si demostraba “desafección” hacia el régimen.

––– El suministro de agua constituía otra odisea permanente. Hay muchos barrios de La Habana, y en muchos pueblos y ciudades de Cuba, donde la falta del agua es crónica. No han tenido previsión: se han construido muy pocas presas, acueductos o el resto de infraestructuras. El existente no se ha cuidado nunca: no se hacen revisiones, reparaciones ni mantenimiento: las tuberías son viejas y los salideros de agua en las casas y las calles son frecuentes, los motores que impulsan el agua en las edificaciones se estropean constantemente (entre otras cosas porque el flujo de agua es escuálido). El agua también la cortaban a diario, durante tantas horas que podía decirse que “la ponían”, no que “la quitaban”. Cuando llegaba al edificio, el motor que tenía que hacer llegar el agua a los pisos y depósitos en la azotea se rompía con mucha frecuencia. Siempre Eladia estaba “luchando con eso”. Constantemente preocupada por el motor, conseguía que fueran a arreglarlo y estaba al tanto del encendido y apagado para que no se quemara. Ante esa realidad tuvimos que comprar a una persona conocida un tanque, un depósito grande y de acero inoxidable, que pusimos en el cuartito pe- queño que había al lado de la cocina y aprovechábamos a llenarlo de agua durante el tiempo que salía por la llave (grifo). Estos depósitos de agua fueron y siguen siendo la única solución para la generalidad de la población. De esta forma, cuando íbamos a cocinar, lavar, limpiar o bañarnos, si no había agua en el grifo, lo frecuente, entonces con cubos sacábamos el agua del depósito y la usábamos según la necesidad. El agua para beber, viniera del grifo o del depósito, la hervíamos en la cocina.

––– Cuando pasaba por la farmacia cercana, que estaba en la 5ª Avenida y veía que “habían sacado” algo en ese momento, fuera alcohol, algodón, pastillas para el dolor o compresas para la menstruación, inmediatamente hacía la cola y compraba las que vendieran (siempre una cantidad controlada), no importaba si ese día hiciera falta o no. Había que tener lo que fuera para el momento necesario –que seguro entonces no lo encontrabas en la farmacia– o para intercambiarlo por otra objeto o alimento. Muchas mujeres han tenido que usar telas de todo tipo como compresas, que tenían que lavar para reutilizar.

––– Igualmente cerca de casa, en la esquina de 5ª Ave. y 96-A, había una cafetería en la que a veces vendían unas croquetas o unos sándwiches de “jamón” (un tipo incierto de embutido) y “queso” (un tipo de aglomerado). Cuando cualquiera de nosotros se enteraba del suceso y allí nos trasladábamos o porque al pasar veíamos que estaba la cola formada, la hacíamos para aprovechar la oportunidad. Comprábamos lo que vendieran. A las croquetas, de cachondeo los cubanos las llamaban “ave y cosmonauta”, el “ave” por lo de averiguar de qué estaban hechas y lo de “cosmonauta” porque “se pegaban al cielo de la boca” (el paladar).

––– Para hacer una ensalada fría “especial” cuando, por ejemplo, teníamos una reunión de amigos o en la Iglesia para un ágape, unos llevaban el huevo, otros la mayonesa, y así, porque nadie teníamos todos los ingredientes, que no se conseguía nada fácil, ya lo sabemos bien. No porque quisiéramos hacer notar la participación de todos. Quizás algún extranjero, alguien que desconozca la realidad, piense aquello de que “es muy bonito el compartir” y la solidaridad, sin saber las dificultades y lo que se esconde detrás de las apariencias. Se puede compartir de otra forma, voluntariamente y no como único recurso.

––– Si vas a la carnicería que corresponde a tu cartilla de racionamiento, además de verla vacía, puedes observar unos letreros que dicen: “carne de embarazada”. Esto quiere señalar cuándo ha llegado una cuota de carne extra y limitada, que solamente venden por la cartilla a las mujeres embarazadas. En otro letrero puede leerse “carne de niño de 0-6 años”, lo que no quiere decir que esté garantizada la cuota del mes para esos niños. También puede haber uno con el texto “pollo piloto para los faltantes”, eso querrá decir que hay pollo para que, los que no alcanzaron una cuota correspondiente anterior, pueden al fin comprarla porque hay existencias.

––– La bodega donde te corresponde comprar, por la libreta, los alimentos y productos de higiene, además de tener los estantes vacíos y una remesa de algunos productos limitados (unas veces unos, otras veces otros), de los que se supone puedes comprar, siguiendo una clasificación de prioridad a la “mujer trabajadora” (como expliqué ya antes), también encontramos letreros específicos. “Leche para 0-7 años.” Esto es: medio litro por día y niño, pero hasta los siete años, después ya no hay cuota de leche. Esta leche suele ser un polvo para preparar papilla –en tiempos soviéticos, muchos estantes estaban decorados con botes de la “leche” Moloko (leche, en ruso), que nadie quería llevarse. La cartilla de racionamiento otorga el derecho de comprar, para los niños hasta los 3 años de edad, una cantidad de compota de frutas, que a veces ha llegado hasta 10 compota al mes, lo que no garantiza de que estén en la bodega para poder comprarlas. ¿Cómo se puede tomar leche a partir de los 7 años? Imposible. A no ser “por la bolsa negra” (contrabando), intercambios o, a partir de la década de los 2000, comprándolo en las tiendas especiales (fuera de las de racionamiento), usando la moneda nueva emitida por el gobierno, el CUC.

––– Cuanto producto llegaba a las tiendas de ropa se vendía. Por supuesto, por la cartilla de racionamiento y con las condiciones que en otros momentos he relatado. Generalmente no había variedad: ni en modelos, ni en colores. Así, por ejemplo, si llegaba una remesa de camisas o cualquier otra prenda de ropa, todas eran iguales. Los cubanos en guasa las llamaban “24 por segundo”, aludiendo a los fotogramas de cine, que son proyectados a una cadencia de 24 por segundo: en los lugares aparecían 24 personas por segundo llevando la misma prenda. Otro de los inventos del régimen fue armar una fábrica de zapatos de plástico, los Kikos. Daban un calor tremendo, en aquella temperatura, y resultaban evocadores de los olores más inusitados. Cuando te los quitabas, quedaban grabados en la piel los dibujitos de su superficie.

––– La falta de todo ha llevado a las cubanas fabricar sus rulos (rolos se diría en Cuba), con trozos de tubería de plástico o de cartón. Aunque lo más triste de todo es cómo veíamos que se iba perdiendo a pasos agigantados el cuidado en la presencia pública de las personas. Las mujeres salían a la calle con los rulos puestos, los hombres comenzaron a pararse en las puertas de sus casas o en las aceras sin camisa o con ella abierta… Los cubanos siempre habían sido muy cuidadosos en su limpieza y presentación en público, aunque se tratara de las personas más humildes o los guajiros acostumbrados al campo. Aun siendo analfabetos y sin dinero, nunca olían mal, ni vestían descuidados, aunque su ropa estuviera remendada –a no ser alguien que tuviera un problema mental y viviera como vagabundo. Este descuido ha sido otra consecuencia de la degradación que el comunismo ha llevado al pueblo cubano.

–––  Todas las personas mayores de edad tenían asignada una cuota  de cigarros (cigarrillos) al mes, controlados por la cartilla, para comprar en las bodegas, fumaran o no. Los que no  fumábamos los utilizábamos para intercambio clandestino por otros productos. A nuestra casa iba una señora mayor todos los meses para que nosotros le diéramos las cajetillas de tabaco y ella nos las cambiaba por latas de leche condesada u otros productos. Era una cadena de trueques. Ella iba a nuestra casa porque tenía confianza, no a otros vecinos que la pudieran denunciar, y se hacía lo más discretamente posible. A veces la señora dejaba de ir a nuestra casa y ya sabíamos que la policía le había dicho que no podía salir de su domicilio por una cantidad de días, mientras se celebrara el evento político importante en Cuba o durase la visita de un dignatario extranjero. Donde vivíamos era una zona por la que pasaban muchas comitivas oficiales o vivían extranjeros o diplomáticos, y altos dirigentes o funcionarios del estado cubano. Con frecuencia la señora estaba “en prisión domiciliaria”. En definitiva, era para que la “imagen de Cuba” fuera impecable y uniforme (como un ejército): que no había personas pobres o que se comportaran a su manera. No les preocupaba tanto el intercambio en sí: lo más importante era lo político.

––– Coger un taxi era un problema grande: había muy pocos estatales y en esa época no estaban permitidos los particulares. Si paraba un taxi te podía decir que no iba para esa zona donde querías viajar, porque ellos tenían una programación oficial que seguir. Desde afuera, el primer contacto era preguntar: “¿para dónde va?” Antes de abrir la puerta o sentarte, tenías que decir para dónde querías ir, a ver si la dirección le convenía al taxista. Otras veces venían ya llenos y no podías montar. Ningún taxi oficial era de uso individual, y era preferente llevara todas las plazas ocupadas, así que podía recoger personas que no se conocieran, siempre que fueran para la misma zona de destino.

––– En una ocasión compré carne de res de “bolsa negra” por medio de un cocinero del Sanatorio de San Juan de Dios. Regresaba a casa con la jaba en la guagua con un miedo terrible. Dispusimos de la carne con cautela para que los vecinos no sospecharan si freíamos o cocinábamos más frecuente de lo normal o si percibían el olor.

––– El refrigerador de casa de Eladia era de los de antes de la Revolución. Se le estropeó el cierre y tuvieron que ponerle uno de “caja de balas” de los militares. Así también le ocurrió al de mi casa de Unión de Reyes, que tenía mi edad: mis padres habían comprado un General Electric cuando yo nací.

––– En Cuba no había pañales desechables para niños. Sólo los tenían los extranjeros o quizás algunos privilegiados de nivel muy alto en la Nueva Clase –no cualquier dirigente del gobierno. Por eso había que usar pañales de tela de gasa de algodón, que había que hervir. Esto también era un problema, ya que por la escasez de agua –esta fue una razón importante para instalar el tanque que pusimos en el cuarto pequeño–, ya por la falta de combustible de gas y de detergente. Para hervir los pañales teníamos que usar una lata de metal y un fogón (cocina) de keroseno. El keroseno no nos correspondía por la cartilla y acudíamos a la “bolsa negra”. También teníamos que hervir el agua para beber y por tanto se añadía más gasto de combustible.

Ya un balón de gas para la cocina era algo prácticamente inasequible. La distribución, en manos del organismo correspondiente del estado cubano, era, como todo, precaria e ineficaz. Por supuesto, los balones estaban racionados. En la cartilla de racionamiento aparece reflejado qué tipo de combustible usas en tu domicilio: gas de balón, keroseno o gas de la calle (por tubería). Cuando no nos alcanzaba el gas, a pesar del ahorro meticuloso que hacíamos de él, solamente podíamos usar la hornilla o fogón pequeño que teníamos de keroseno, lo que hacía más lento y trabajoso el proceso.

 En la Navidad de 1976, nacida ya Beatriz, nos preocupa el hecho que en Cuba no se ponían prácticamente en ningún hogar los signos navideños. Mucho menos en las calles, escuelas, tiendas, trabajos y en esa época ni tan siquiera en los hoteles. Solamente en los templos se colocaba habitualmente el belén o misterio, en alguna iglesia se añadía el árbol. Queríamos que nuestra hija viera y se educara con los signos externos navideños, porque ayudan a los interiores, que son los más importantes. Como no se vendían en ningún sitio, nos dimos a la tarea de buscar y traer para La Habana los que se conservaban en casa de nuestras familias. Los adornos –bolas, bombillas, lágrimas, espumillones– de casa de los padres de Lourdes, mi árbol de Navidad, los de casa de mis abuelos de Conchita. El padre Carlos Manuel de Céspedes nos consiguió un árbol artificial de una señora de la parroquia de Jesús del Monte. Todos los trajimos y lo colocamos para la Navidad de 1976. Eladia tenía un bonito Misterio de tamaño mediano, y también lo pusimos. Cuando Mayra y Heriberto Ortiz se marcharon por el Mariel, en el año 1980, fuimos a la casa donde vivían –la del padre de Mayda– y le pedimos al padre que si no iba a utilizar los adornos nos regalara algunos: así lo hizo, y pudimos aumentar los nuestros y sobre todo tener repuesto cuando se rompieran. Las bolas antiguas eran de cristal muy fino y las bombillas si se fundían no había cómo sustituirlas. Los signos navideños los pusimos todos los años hasta que nos pudimos marchar de Cuba.

Los vecinos por supuesto lo supieron: nos imaginamos la irritación de los “come candela” (así se conocía a los más fieros defensores de la dictadura comunista). Sin embargo, la madre de nuestra vecina Lourdes Veiga nos pedía permiso para verlo. Entraba a la sala y se sentaba un rato para contemplarlo. Como era mayor, menos problemas y control tenía ya encima. Suponíamos que a su hija también le hubieran gustado. Un día nos sorprendió un joven que tocó en la casa: era novio de la hija de un Comandante de la Revolución, Faustino Pérez. Estaba en el Servicio Militar Obligatorio y mientras visitaba a la chica, al enterarse de los adornos de Navidad, nos pidió pasar a verlos. Recuerdo una pregunta ingenua del joven: si yo había hecho esas bolas. Esto es una señal de la ignorancia en que está sometida esa población y más los jóvenes que no habían vivido nada anterior al comunismo. Estas visitas sucedieron en los años siguientes hasta que nos fuimos de Cuba. En cada momento histórico el desconocimiento varía: quizás hoy no hubiera hecho esa pregunta. De cualquier modo, ignoran muchas otras cosas. 

En una ocasión queríamos visitar  a la familia de Jagüey  Grande,  ya con Beatriz. Reservamos, con la empresa estatal (la única que había) de transporte de autobuses, los asientos para viajar directamente de La Habana a Jagüey. Nos fuimos para la Terminal de Ómnibus de La Habana a la hora señalada: pasamos un día entero allí y el autobús no salió. Regresamos para la casa sin poder viajar: ni siquiera sabían cuándo saldría alguno, y no podíamos esperar más tiempo con la niña pequeña. En Cuba las terminales, como muchos otros sitios no tienen las condiciones mínimas: las sillas un desastre, todas ocupadas –si nos sentábamos en una no podíamos dejarla porque la perdíamos. Las cafeterías casi vacías, con productos de mala calidad. Los baños públicos con una falta de higiene total. Sumar a todo eso el escándalo general (gritería) de las personas y el calor insoportable (era verano), acentuado por el hacinamiento.

La escasez seguía siendo tremenda; las colas permanentes acompañaban el racionamiento: muchas cosas, de las pocas que teníamos asignadas, no llegaban en el plazo en que se suponía que “tocaban” y si llegaban a los comercios estatales, lo hacían en cantidades exiguas (a su vez,muchas veces expoliadas en e lúltimo eslabón,los trabajadores de la bodega) que no alcanzaban a todos. Por todo ello el mercado negro y los problemas eran inmensos.

Adquiera el Libro: https://www.amazon.com/-/es/Antonio-Tony-Guedes-S%C3%A1nchez/dp/848017434X


Antonio (Tony) Guedes Sánchez nació en Unión de Reyes, provincia de Matanzas, Cuba, en 1951. Médico de Familia, ha ejercido en Madrid, donde reside junto a su familia desde 1981. Ha sido presidente de la Unión Liberal Cubana, partido político fundado en 1990 y miembro de la Internacional Liberal. Presidente de A.I.L (Asociación Iberoamericana por la Libertad). Miembro del Comité Cubano Pro Derechos Humanos en Madrid. El Municipio de Unión de Reyes en el exilio lo proclamó Hijo Predilecto en el 2015

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