La voz inevitable y otros poemas

ÁNGEL CUADRA

 
Ángel Cuadra (im).jpg
 

La voz inevitable

Amigos,

les digo que quisiera

no haber escrito estos poemas.

Porque,

después de tanta muerte

-muerte diaria de celdas, de angustia, de impotencia-,

es de esperar que diera el canto de la vida,

que promete y levanta.

Y no he podido,

amigos.

Deje las rejas atrás

-hace minutos o siglos…no distingo-,

Y aún me cuelgan pedazos de cadenas

que arrastro por las calles.

Las calles por las que ame hace años,

que transité con libros, con premura,

con luchas y con sueños:

todo lo que al regreso he ido a recobrar

y sólo encuentro tedio.

Me he hecho la promesa de callar,

y no he podido, amigos.

Estos son los poemas de la otra verdad,

que alguien la recoge y la padece.

Y no he podido, amigos,

encarcelarla en el silencio.

Este hombre

              (Nunca sabremos cuántos cubanos  

              han perecido en el mar, huyendo de la 

              Isla por la costa).

Hay un hombre en la noche.

Nadie sabrá quizá su mínima tragedia. 

Había soñado días enteros con este miedo;

largas horas de insomnio repasando terrores y esperanzas.

Había dado sonrisas cordiales,

rumió consignas, hizo concesiones políticas

y amasó su impotencia entre sordinas.

Tenía que pasar esos escollos diarios, y andaba. 

Era un hombre sencillo que iba al cinematógrafo,

y caminaba por las calles con un nombre vulgar.

Sólo que había una luz que le dolía,

pequeñita, detrás del pecho y las sienes.

El no pesaba en los asuntos generales 

que lo arrastraban como un mar

en donde día a día naufragaba.

Y esta noche cualquiera,

este hombre cargó con sus terrores y esperanzas.

La luna, que siempre se menciona en estos casos,

lo descubrió sobre la costa:

y este hombre tenía su luz pequeña afuera.

Todos los ojos posibles, todos los dedos acusadores

se alzaban en la sombra a delatar su fuga.

Entre la soledad ya era el gran perseguido,

este hombre sencillo que no dejó su nombre

y del que no se sabrá nunca

dónde el mar apagó su luz pequeña,

ahora que ya no está sobre la costa 

donde los vientos cantan con sus flautas de sal.

Penélope

Penélope. 

Las resacas de Ítaca… ¡Penélope!

Gira en torno a tus manos un manto de humo.

Hembra abismal sitiada por leyes y por sátiros.

Sigue la orden primera, precursora de todas las uvas;

donde no hubo cristales, tu limpieza. 

Como desnudada por todos los vientos de la historia,

tú cubriendo con nubes tus senos y tu vientre.

Tu sexo no es a la intemperie: 

tu primavera no está en subasta. 

La sombra de tu lecho, Penélope, acude a poseerte:

desteje el hilo, esposa fresca y mustia, 

que es sólo tu quehacer nocturno;

pura raíz de amianto contra los fuegos acechadores.

Y mientras en las tazas de otoño van a beber los murciélagos,

tú fundas tu estirpe con la heráldica arcilla de tu nombre.

Penélope.

Tu olor a hembra recorre los pasillos

y se arrincona de pudores vírgenes,

temiendo por un pétalo invisible

que aposenta en tu pubis una virginidad sin tacto.

De tus muslos feroces haces trincheras.

Hombre para tus goces sólo uno;

hombre que a su regreso

reserva tus panales bajo una grave rigidez de cera.

Yo te he visto, Penélope, te he visto.

Besé tu mano en otro siglo, con respeto de altar. 

No te comprendo y te comprendo.

Salvo de mis lujurias el espacio tuyo.

Destejedora infatigable, sigues perennemente renovada.

Otros tus rostros, otros tus pechos, tus caderas otras.

Pero tu mismo signo siempre, siempre tu signo,

tu increíble abolengo.

Las resacas de Ítaca te he visto.

Te he visto ahora de cerca:

Penélope del sábado o domingo, 

de cada tercer mes o cada uno

o cada vez que te permiten acercarte.

Penélope en ómnibus, bajo la lluvia y los presagios,

bajo la caída otoñal de día tras día, de años tras años,

persistente y puntual, destejiendo tu manto

en torno a ti girando obsesionante como un signo del tiempo:

las resacas de Ítaca en las rejas.

Te he visto, Penélope de vientre y nombre actuales,

te he visto junto a algún compañero con quien comparto

estos años sin nombre del presidio.

El encuentro

Nos hallamos los dos frente a frente,

como bajo la luz que fija el tiempo.

No hubo el abismo, sino una ternura antigua

tendida entre los dos.

Nos dimos las manos con un saludo actual

hecho de ayer y siempre.

Hablamos largo como si no estuviéramos

en un plano preciso,

y las horas pasadas rodaron como dados alegres.

Poco a poco le fuimos reconociendo el buen metal humano,

ése que no sabíamos los dos:

porque él también en mí lo sabe.

(Alzamos ese punto como un astro sabido, 

íntimamente puesto en un cielo interior).

Habíamos andado juntos mucho tramo de vida.

-Ahora soy comunista- me dijo

grave, un poco separado de su voz,

como algo que se aparta

y que luego se integra otra vez a su centro. 

Volvió su imagen nuevamente intacta.

-Yo no lo soy…- Quedamos en silencio.

Y vi el espejo idéntico donde yo me miraba

desde sus ojos

con mi imagen intacta nuevamente.

Nos increpamos sin palabras.

Y sufrimos las reglas de este juego tremendo

que abre su dentadura y que devora.

Como entre las razones de dos mundos distintos

nos hallamos uniendo nuestras manos.

Era mi antiguo amigo bueno

que yo ratificaba con mi verdad abierta,

más allá de las cosas…Y las cosas.

Y vi su igual respuesta, pero callado

como mordiendo el pecado de su verdad sin voz.

Yo sigo por el mundo frente en alto y lo grito:

-Él es mi antiguo amigo bueno-.

Digo que nos habita una esencia misma.

Sólo que yo puedo gritarlo libremente a los vientos:

ésa es la diferencia.

El hombre nuevo

A un hombre le dicen:

“Odia a ése” y él odia.

Le dicen: “Arde en ira y blasfema”,

y él arroja baba ardiente de injuria

sobre el rostro indicado que antes no conocía.

Le dicen: “¡Mata!”,

y él hunde el puñal homicida

en un pecho hasta hoy ignorado.

Luego se alza y sonríe,

y disfruta su dosis de sangre.

Después le amansan el cabello,

le premian con palmadas la espalda…

Y él marcha manso y dócil 

-ciego en su vómito-

como un perro de escarnio.


Ángel Cuadra (sq).jpg

Ángel Cuadra nació en La Habana el 29 de agosto de 1931. Estudió Derecho en la Universidad de La Habana. Luchó contra la dictadura de Batista y posteriormente se enfrentó a la tiranía de Fidel Castro, por lo que pasó 15 años en las cárceles castristas condenado por conspiración. Fue actor y fundador del movimiento cultural El Renuevo. Poeta con una sólida obra. En la prisión continuó alentando el patriotismo y la cultura. El PEN de Suecia se interesó por su caso y lo acogió como preso de conciencia. Tras salir de la cárcel y de Cuba, se estableció en Miami donde se desempeñó como profesor en el Miami Dade College y laboró como coordinador de los autores hispanos a la Feria Internacional del Libro de Miami durante varios años. Ángel Cuadra siempre se mantuvo en el camino de la libertad y la cultura. Fue presidente del Ex Club, asociación para los presos políticos y columnista de Diario Las Américas. Respaldó y fue el rostro de los cubanos exiliados, en la concesión por parte del PEN Internacional, de una filial para los escritores cubanos exiliados. Representó al PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio en distintos congresos y dejó un legado literario de gran significación. Entre sus libros se encuentran Peldaño (1959), Impromptus (1977), Poemas en correspondencia (1979), Esa tristeza que nos inunda (1985), Fantasía para el viernes (1985), Las señales y los sueños (1988), Réquiem violento por Juan Palach (1989), La voz inevitable (1994) y Diez sonetos ocultos (2000), entre otros. Falleció en la ciudad de Miami el 13 de febrero de 2021.

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