Martí y los fundamentos de la sacralización patriótica

JOAQUÍN GÁLVEZ

Por donde quiera que nos asomamos a la vida y obra del escritor y prócer cubano, José Martí, aflora un tema preponderante: su patria, Cuba. El momento histórico que le tocó vivir a Martí fue de suma importancia para que en un espíritu sensible como el suyo calara hondamente la preocupación por el destino de Cuba. Es así como desde muy temprano en su vida entra en contacto con ese anhelo cubano que era la independencia. Si indagamos en las raíces que marcaron esa vocación -y hasta obsesión- por la patria, veremos que las mismas tienen, incluso, una causa psicológica.

La primera gran influencia en Martí es su maestro y padre espiritual, Rafael María Mendive. Precisamente, en 1868, cuando estalla la llamada Guerra de los Diez Años en la finca La Demajagua, Martí se encuentra cursando su segundo año de Bachillerato en San Pablo, el colegio particular de Mendive en su casa de Prado. La impronta de Mendive en Martí constituye el inicio de su preocupación por el destino de Cuba. Mendive es un fuerte opositor del colonialismo español, un hombre culto que infunde en Martí el estímulo por el estudio y la lectura de los clásicos y, además, lo vincula con el medio intelectual y literario de La Habana colonial. Cuando acudimos a este pasaje de la biografía MartíEl Apóstol, de Jorge Mañach, podemos entender fácilmente cómo la figura de Mendive, en un momento de precariedad familiar, influye decisivamente en Martí:

Don Mariano es entonces brusco y huraño, y su exabrupto obligan a Pepe a refugiarse en Mendive, el padre espiritual… Esta anhelosa sustitución, este tener que buscar hogar y autoridad espiritual fuera de su casa y de su sangre, echó las primeras sombras sobre el espíritu de Martí (Mañach, 27).

Ese desamparo familiar que sufre Martí en esa etapa de su vida y que logra ser evacuado por la absorbente personalidad de su maestro, es también la iniciación de su largo peregrinaje patriótico. Cuba pasa a convertirse en el epicentro de su vida, como una madre que se encuentra en cautiverio y por la que siente el ineludible compromiso de rescatarla. Para Martí, la patria pasa a ser su hogar, madre y padre que aguarda por todos sus hijos: los cubanos.               

No en balde los primeros intentos literarios de Martí están inspirados en sus inquietudes patrióticas, como el “Soneto al Diez de Octubre”, donde expresa: “Del ancho Cauto a la Escambraica sierra ruge el cañón, y al bélico estampido…” (Mañach, 29). Sin duda, la sensibilidad y profunda capacidad intelectual de Martí, unidas a su ámbito histórico y familiar, crean las condiciones necesarias para que su entrega a la causa de la libertad de Cuba sea ya en esos años de adolescencia un camino a seguir, una razón de ser en su vida.

Una de las primeras obras de Martí con cierta relevancia literaria y que lleva el sello de lo patriótico, es el poema épico-dramático Abdala, publicado en un seminario al que Martí nombró La Patria Libre. En ese poema se consigna el compromiso patriótico martiano:

El amor, madre, a la patria

no es el amor ridículo a la tierra,

ni a la yerba que pisan nuestras plantas:

es el odio invencible a quien la oprime,

es el rencor eterno a quien la ataca…(Martí,20).

En el momento en que Martí escribe este poema, su madre Doña Leonor vivía temerosa por las actividades anticolonialistas de su hijo. El contexto en que transcurre la trama de este poema es análogo con la vida de Martí. En el poema Abdala, la madre de un joven guerrero manifiesta su renuencia a que éste parta hacia la guerra; pero, al igual que lo siente Martí con respecto a la preocupación de su madre, el joven Abdala esgrime su sentimiento patriótico como deber superior para liberar a la patria del infortunio que le causa el opresor a todo un pueblo; es decir, el concepto de patria para Martí tenía ya un basamento humanista, donde debía imperar la convivencia y la justicia humana. Esta visión patriótica de Martí llega a desplazar, sin proponérselo, a la familia. De ahí que su vida se convierta en una peregrinación misionera, un viaje por alcanzar la cima de un ideal que consideraba humanamente superior: el insoslayable compromiso con el destino de Cuba, el de conquistar ese hogar de todos que para él era la patria.

El presidio político de Martí, cuando apenas tenía dieciséis años, constituyó una experiencia amarga que dejó una huella imperecedera tanto en su vida como en su obra. Ciertamente, el presidio político acelera su madurez como hombre, a la vez que determina su entrega total a la causa de la independencia de Cuba. Es en el presidio político donde Martí entra en contacto con el dolor en su forma más despiadada. Debido a esta experiencia, escribe su conmovedor testimonio El presidio político en Cuba. En el siguiente pasaje podemos constatar:

Dios existe, y yo vengo en su nombre a romper en las almas españolas el vaso frío que encierra en ellas la lagrima (Martí, 4)

En la frase anterior se revela el talante religioso de Martí, el cual estaba permeado por sus lecturas bíblicas, especialmente los evangelios y la figura de Cristo. Ese fundamento religioso es una de las bases de su conducta ética- moral, la cual es notoria en toda su vida y obra. Cuando el reo invoca el nombre de Dios como consecuencia del dolor causado por el opresor colonialista, deslinda que no todos los españoles se deben juzgar por igual. Él invoca a Dios no para condenar, sino para salvar a España de esa mácula que es el colonialismo y que no por ello representa todo lo que es España.

En este testimonio también podemos leer:

Pero yo os pido en nombre de ese honor de la Patria que invocáis, que reparéis algunos de vuestros más lamentables errores, que en ello habría honra legítima y verdadera; yo os pido que seáis humanos, que seáis justos, que no seáis criminales sancionando un crimen constante, perpetuo, ebrio, acostumbrado a una cantidad de sangre diaria que le basta ya (Martí, 10).

El tono del discurso martiano en este testimonio tiene un cariz misericordioso. Pone a un lado las razones políticas para ensalzar las humanas, pues ahora le pide a España que tome conciencia de sus errores, de su brutalidad y que no ultraje más al criollo.

Luego de cumplido su presidio político, Martí es desterrado a España. En este primer destierro entra en contacto con una de las corrientes filosóficas de su tiempo: el krausismo alemán. El mismo fortifica el espiritualismo martiano como parte integral de su compromiso con el futuro de Cuba. Esta filosofía siembra en Martí esa visión dialéctica del transformismo, de un evolucionismo constante en aras de una superación humana. Su compromiso patriótico entra dentro de esta concepción filosófica, por la que el prócer cubano ve en su vida y obra el cumplimiento de un deber, de una experiencia humana más elevada. De ahí que Martí afirme: “Para mí el arte nunca será placer, sino deber”.

Martí, junto al poeta mexicano, Manuel Gutiérrez Nájera, es considerado uno de los fundadores del movimiento Modernista hispanoamericano. Martí, el poeta, no está al margen de las corrientes literarias de su época, entre las que destaca el simbolismo francés. Se nutre estéticamente de éstas, pero prevalece en su obra su compromiso ético-moral. Esa prioridad temática en la obra martiana, incluyendo la poética, es la que lo convierte en un escritor singular dentro del movimiento modernista.

En el poema “Yugo y estrella”, de sus Versos libres, asistimos a esa concepción martiana del deber patrio:

-Dame el yugo, oh mi madre, de manera

que puesto en él de pie; luzca en mi frente

mejor la estrella que ilumina y mata (Martí, 189).

En esos versos se pone de manifiesto la forma en que Martí encara su realidad histórica, que es su misión sagrada en la vida. Quiere el yugo, es decir, el que ciega la luz, en este caso el yugo español, para que por esta vía en él se ciña mejor la luz que en aras del cumplimiento del deber ha de exterminar la oscuridad de dicho yugo. No cabe duda de que este poema es una evocación a la realidad de la Cuba colonial y al compromiso del poeta de liberar a su patria. También es un ejemplo de esa unicidad que existe entre la vida y obra de Martí, donde ambas forman un solo cuerpo, pues una es el resultado de la otra.

En su conocida obra Lo cubano en la poesía, el poeta y ensayista cubano, Cintio Vitier, expone una de las características de la obra martiana: el sentido trascendente de la vida:

Para él la existencia es un combate espiritual, una agonía en la acepción que le dará Unamuno, a la cual se adelanta (y el propio Unamuno alguna vez llamó la atención sobre este hecho). Pero, aunque seamos malheridos, si militamos del lado de la pereza, podemos contar con el triunfo. De aquí lo que podría llamarse su doloroso optimismo (Vitier, 276).

La obra martiana está dotada de ese sentido trascendente al que se refiere Vitier y en el que sobresale su insoslayable compromiso con la patria. El sacrificio y el dolor, sustentados por esta cosmovisión de la existencia humana, son armas redentoras que gratifican el espíritu, de la misma manera que lo hicieron los místicos y los héroes.

Podemos entonces comprender el porqué de los epítetos que se han empleado para nombrar a Martí: “El santo de América”, “El Apóstol”, “El místico del deber”, “El Apóstol de la libertad”, sin que no falten los que tienen una connotación peyorativa como “El Cristo inútil”, proferido por varios de sus coterráneos, que consideraban incompleto su rol, pues no era el típico líder cubano: un guerrero al estilo de Gómez y Maceo.

La aureola mística de Martí fulge como consecuencia de su entrega total a una causa por la que estaba dispuesto a dar su vida. La sacralización de Martí, impregnada de patriotismo romántico, durante el siglo XX en la Cuba republicana, contribuyó a exaltar la lucha violenta revolucionaria, como método de cambio político, en detrimento de todo proceso cívico de sufragio democrático. 

Una de las preocupaciones más arraigadas en el pensamiento martiano es la de la identidad nacional. Martí no sólo buscaba con denodado tesón la independencia cubana del colonialismo español, sino que además trataba de prevenir a Cuba de una anexión norteamericana. En su libro Flores del destierro aparece el poema “Al extranjero”, en el que el poeta nos confiesa esa preocupación por el destino de su patria:

Hoja tras hoja de papel consumo:

Rasgos, consejos, iras, letras fieras

Que parecen espadas: lo que escribo,

Por compasión lo borro, porque el crimen,

El crimen es al fin de mis hermanos.

Huyo de mí, tiemblo del sol; quisiera

saber dónde hace el topo su guarida,

Dónde oculta su escama la serpiente,

Dónde sueltan la carga los traidores,

Y dónde no hay honor, sino ceniza:

Allí, mas solo allí, decir pudiera

¡Lo que dicen y viven!, que mi patria

¡Piensa unirse al bárbaro extranjero! (Martí, 198)

En el poema anterior somos testigos del compromiso de Martí con su ideal de patria, que no transaba con otras corrientes políticas de la Cuba colonial, como la anexionista y la autonomista, las cuales buscaban una salida viable o pragmática al problema cubano. Sus letras fieras no son más que el resultado de su lucha por hacer realidad el surgimiento de una Cuba independiente; pero él participa en esa lucha henchido de su propia mística revolucionaria, la cual no está exenta de entrar en contradicción con la forma en que sus coterráneos asumen esa realidad histórica. Por eso carga la cruz del dolor que le pueden infligir sus compatriotas, debido a su visión de una Cuba futura o ante la incapacidad (o negativa) de estos de entender su ideal de patria.

Una de las manifestaciones más evidentes del nacionalismo martiano estriba en su propio idealismo -de sagrado compromiso patriótico-, el cual ha propiciado un vínculo emocional con la patria que tiende a ubicarla por encima de toda crítica realista. De ahí que frases martianas, como “Vino, de plátano; y si sale agrio ¡es nuestro vino!”, hayan servido de bandera, no solo para obviar y justificar nuestros males nacionales, sino también para defenderlos a ultranza.  

En el ensayo José Martí: la invención de Cuba, del ensayista cubano Rafael Rojas, leemos:

Es cierto que, en sus ensayos políticos más difundidos, “Nuestra América”, “Carácter”, “La Revolución”, “Crece”, Martí idealiza moralmente a la nación cubana. Habla de un pueblo generoso, justo, trabajador, libre, cultivado, moderno y sensible. Las cinco virtudes ciudadanas que Agnes Heller atribuye al modelo cívico republicano de la modernidad, esto es, tolerancia, valentía, justicia, solidaridad y prudencia, Martí las vio en el carácter nacional del cubano. Pero esta idealización moral de una identidad psíquica nacional no pasa de ser un ardid retórico (Rojas, 87).

El análisis de Rojas puede corroborarse en la praxis histórica.  Martí asumía la causa de Cuba como una misión secreta, la cual debía llevarse a cabo con suma discreción y, por ende, toda empresa relacionada con la patria que destilara cierto pesimismo era preferible ocultarla antes que atizar visos de derrotismo. La ética patriótica de Martí lo llevó, aun sabiendo de que no estaban dadas las condiciones para el surgimiento de una república, a entregarse a la causa de la independencia de Cuba con devoción cuasi religiosa, a tal punto que su muerte en combate es la mejor prueba de su sacrificio y de la forma en que  subordinó sus ideales al servicio de dicha causa.

Aunque Martí fue un pensador que no se afilió a ningún credo o ideología, sí se nutrió de las corrientes filosóficas más importantes de la antigüedad y de su tiempo. Se sabe que en España participó en actos masónicos, que su cultura ecuménica abarcaba la biblia, los estoicos romanos, los enciclopedistas, el positivismo, el krausismo y también el trascendentalismo. Pero prevalecía en él una ética de talante religioso que se reflejaba hasta en la forma en que planeaba cualquier encomienda patriótica. Una muestra de ello la podemos encontrar en la Carta a Manuel Mercado cuando acusa:

En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin (Martí, 264).

Las palabras anteriores ponen de relieve el compromiso de Martí con una causa que consideraba sagrada y por la que había que mantener estricto silencio para no malograr el triunfo de esta. En este caso Martí alude al peligro que se cernía sobre Cuba por parte de los Estados Unidos y sus pretensiones imperialistas. Para Martí, la patria era un arquetipo de pura identidad nacional, el cual estaba por encima de toda solución racionalista o pragmática, tal como lo podían concebir los autonomistas y anexionistas cubanos. Martí obraba en su misión patriótica con las claves secretas de una cofradía, lo cual demuestra el carácter sagrado que le confería a la misma.

Sin embargo, en esta carta a Manuel Mercado deja bien claro que dicha misión y su consiguiente sacrificio personal llevan en sí el sello de lo trascendente:

Sé desaparecer. Pero no desaparecerá mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros (Martí, 266).

Sin duda, Martí con estas palabras reafirma la fe en su misión y destino. Él es el que desaparece, es decir, el hombre que se sumerge en el silencio para que se pueda perpetrar esa misión, que es hija del ideal patrio, y por cuyo fin es necesario eliminar cualquier tipo de protagonismo. 

Martí asumió el destino de Cuba con suprema responsabilidad, pues para él lograr la formación de una Cuba independiente constituía el triunfo del arquetipo platónico de la República. Por eso en su conocido discurso, Con todos y para el bien de todos, subraya:

Para Cuba que sufre, la primera palabra. De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos sobre ella (Martí, 115).

Las palabras anteriores nos revelan el sentido ético de Martí con respecto a la patria. Para Martí, la patria es el arquetipo platónico de la convivencia y la armonía humanas. Por eso dedicó su vida a aunar esfuerzos para conseguir la unión de todos los cubanos independentistas y liberar a Cuba del yugo colonialista. Pero también en el discurso, Con todos y para el bien de todos, nos da una vislumbre de la forma de gobierno que deseaba en una Cuba republicana:

Para verdades trabajamos, y no para sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos y no para acorralarlos. Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y derechos de los habitantes leales de Cuba trabajamos, y no para erigir, a la boca del continente, de la república, la mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de Rosas, ¡o el Paraguay lúgubre de Francia! ¡Mejor caer bajo los excesos del carácter imperfecto de nuestros compatriotas que valerse del crédito adquirido con las armas de la guerra o las de la palabra que rebajarles el carácter! (Martí, 117).

Es sabido que una de las razones por la que Martí aguardó con mucha cautela para dar comienzo a la guerra fue, precisamente, porque quería crear condiciones no sólo para el éxito de esta, sino también para que estuvieran sentadas las bases que posibilitaran el surgimiento de una república cubana. Sus desavenencias con Máximo Gómez y con otros oficiales del ejército libertador, como Collazo, son pruebas fehacientes de que él se oponía a que la causa cubana fuera secuestrada por el protagonismo caudillista, del cual fue testigo de sus nefastas consecuencias durante su estancia en países como México y Venezuela. Martí admiraba a los héroes, pero no a los caudillos que se perpetuaban en el poder, razón por la que su ideario era partidario de una república democrática. 

Le tocó a Martí vivir un período de frustración en la historia de Cuba, que abarcó  la Guerra de los Diez Años, pasando por la Guerra Chiquita, hasta culminar en la que él mismo organizara y de la cual fue su guía intelectual y espiritual: la Guerra del 95. Ese ambiente de frustración política entre los cubanos es el que propicia que sobresalga una figura de su talla. Él tiene plena conciencia de la realidad cubana y de los obstáculos que han impedido llevar a cabo con acierto la guerra de independencia. Y es así como dentro de este marco histórico emerge el sentido de la obra política de Martí. Él no era un militar, ni hablaba el lenguaje de los mambises, como tampoco era fácil que estos entendieran el suyo. A pesar de ser blanco de innumerables críticas y agravios por parte de los generales y otros oficiales del ejército libertador, no desmayó su compromiso con la causa independentista cubana. También tuvo que combatir a los adversarios políticos, entre ellos los que diferían de sus ideales con respecto al destino de Cuba, ya fueran autonomistas o anexionistas.

Durante su larga estancia en Nueva York, Martí funda el periódico Patria con el fin de que sirviera de tribuna a la causa libertadora cubana. Es en este semanario donde publica uno de sus más fervorosos artículos en defensa de su patria y de los cubanos, Vindicación de Cuba, haciendo una réplica a un artículo publicado en el diario The Manufacturer.

La fundación del Partido Revolucionario Cubano fue uno de los tantos esfuerzos de Martí por unificar a los cubanos independentistas en su lucha común por la libertad de Cuba, para así tratar de dejar sentadas las bases que posibilitaran el surgimiento de una república libre y soberana.

Una de las características de la obra martiana es su constante alusión a la naturaleza. La misma lleva la huella de la influencia trascendentalista durante su larga estancia en los Estados Unidos, como rezan estos Versos sencillos:

Yo quiero salir del mundo

por la puerta natural:

en un carro de hojas verdes

a morir me han de llevar. (Martí, 177)

Estos versos están impregnados del influjo que ejerció el poeta y filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson en Martí. Como el filósofo de Concord en sus versos, el poeta cubano se vale de la expresión breve y conceptual para vaticinar su encuentro con la muerte. Predomina la búsqueda liberadora de la naturaleza; sin embargo, como podemos observar en los siguientes Versos sencillos, esa búsqueda se entrelaza con el sacrificio patriótico como forma enaltecedora del espíritu en aras del deber cumplido:

No me pongan en lo oscuro

a morir como un traidor:

¡Yo soy bueno y como bueno

moriré de cara al sol! (Martí, 177)

El 19 de mayo de 1895, Martí caía en el campo de batalla, en Dos Ríos, de cara al sol de su misión, al compromiso insoslayable que hizo con su patria, a tal punto que no le bastó con ser el alma de la Guerra del 95, sino que también se lanzó, prácticamente, a una aventura suicida en la manigua cubana, suponemos que, entre otras razones, para acallar aquellas voces difamatorias que lo injuriaron por nunca haber participado en combate. Su peregrinaje patriótico llevaba consigo los atributos de lo místico en función de lo político, cuya huella ha sido, desde entonces, un referente en la historia cubana, tal como lo revela el siguiente canto popular:                 

Martí no debió de morir,

Ay, de morir.

Si Martí no hubiera muerto

Otro gallo cantaría,

La patria se salvaría

Y Cuba sería feliz.

Este canto popular acarrea el lamento de la frustración política cubana, con su consiguiente ingrediente poético, lo cual coincide con la vida misma de Martí. Seguramente que Martí debió de seguir viviendo; pero él, como otros poetas, llámese Byron, Petofi, etc., optó por lanzarse a una batalla que no le correspondía, acaso porque este último sacrificio era la expresión máxima de esa comunión que estableció entre vida y obra.

Nacía así un paradigma nacionalista como resultado de la equívoca relación entre poesía, mística y política, cuya ineficacia en la incipiente república cubana, a partir de 1902, tuvo graves consecuencias en el transcurso del siglo XX.

 

Bibliografía

Baquero, Gastón. La fuente inagotable. Valencia: Pretextos, 1995.

Cabrera Infante, Guillermo. Mea Cuba. Barcelona: Plaza & Janes, 1992.

Mañach, Jorge. Martí, El Apóstol. Madrid: Espasa Calpe, S.A., 1942.

Martí, José. Antología mínima. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1972.

Rojas, Rafael. José Martí: la invención de Cuba. Madrid: colibri, 1998.

Vitier, Cintio. Lo cubano en la poesía. La Habana: Instituto del libro, 1970.


Joaquín Gálvez (La Habana, 1965). Poeta, ensayista, periodista y promotor cultural. Reside en Estados Unidos desde 1989. Se licenció en Humanidades en la Universidad Barry y obtuvo una Maestría en Bibliotecología y Ciencias de la Información en la Universidad del Sur de la Florida. Cursó estudios de postgrado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Internacional de la Florida. Ha publicado los poemarios “Alguien canta en la resaca” (Término Editorial, Cincinnati, 2000), “El viaje de los elegidos” (Betania, Madrid, 2005), “Trilogía del paria” (Editorial Silueta, Miami, 2007), “Hábitat” (Neo Club Ediciones, Miami, 2013), “Retrato desde la cuerda floja” (Poemas escogidos 1985-2012, Editorial Verbum, Madrid, 2016) y “Desde mi propia Isla” (Editorial El Ateje, Miami, 2022) . Tiene inédito “Para habitar otra isla” (reseñas, artículos y ensayos). Textos suyos aparecen recogidos en numerosas antologías y publicaciones en Estados Unidos, Europa y América Latina. De 2015 a 2017, fue editor y miembro del Consejo de Dirección de la revista Signum Nous. Desde 2009, coordina el blog y la tertulia La Otra Esquina de las Palabras. Es editor de Insularis Magazine, revista digital de Literatura, Arte y Pensamiento.

Previous
Previous

Fragmento de “¿Por qué el pueblo cubano ( aún) apoya el castrismo?”

Next
Next

Martín Domínguez Esteban: un arquitecto borrado por dos dictaduras