Entrevista a Pío E. Serrano

JOAQUÍN GÁLVEZ

Pío E. Serrano

El poeta, ensayista y editor cubano, Pio E. Serrano, es una de las figuras más representativas de la literatura cubana del exilio. Además de su destacada obra poética, con varios libros publicados y poemas recogidos en importantes antologías, fue el fundador, en 1990, de la reconocida Editorial Verbum, en Madrid, ciudad donde reside desde que se exilió en 1974. Fundó, junto a Jesús Díaz, la revista Encuentro de la cultura cubana y también formó parte del consejo de redacción de la revista de la Fundación Hispano-Cubana. Graduado de Filología Hispánica en la Universidad de La Habana, donde fungió como profesor, ha dictado conferencias y seminarios sobre historia y literatura hispanoamericanas en universidades de Europa, Asia y Estados Unidos. Ha publicado ensayos sobre historia y cultura cubanas en libros y revistas especializadas de Europa y América Latina. Serrano, que en la actualidad dirige un seminario de literatura coreana en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales, recientemente le concedió esta entrevista a Insularis Magazine.

¿Cuándo comienzas a escribir y cuáles fueron las lecturas y los escritores que más te influenciaron durante esos primeros años de formación literaria?

Al final de la infancia, 12 ó 13 años, aunque parezca un tópico, el primer libro que me reveló el prodigio de la lectura fue La Isla del Tesoro, donde encontré un feliz refugio habitado por la aventura, la voluble condición humana, los equívocos rostros del Bien y del Mal, y, sobre todo, la lealtad a la amistad. Ya al llegar a la universidad descubrí que la literatura también podía ser portadora de más sutiles indagaciones. En esa todavía tardía adolescencia leía fervorosamente Las flores del mal, ese goteo, poema tras poema, sobre la fealdad, la necedad, reveladores de una perturbadora angustia a las que oponía el ensueño y la ironía, la voluptuosidad y el misterio, un mundo embriagado por nuevas y sorprendentes sensaciones. En resumen, un libro de educación ética y estética, óptimo para un joven habitado por el malestar propio de la edad. Por suerte, luego llegó, para quedarse, Eliseo Diego que apaciguó el malditismo de Baudelaire y me descubrió esa realidad entrañable que, a mi entender, es la auténtica materia que informa la poesía, la melancólica palabra que palpa y alimenta la memoria; esa palabra que sólo nombra un resplandor fugaz, un desconcierto. Y llegaron también Lezama, monumental desafío, y la lucidez y gravedad del verso de Baquero.

Dedicatoria de José Lezama Lima a Pío E. Serrano

Dedicatoria de Eliseo Diego a Pío E. Serrano

Durante la convulsa década de los años 60, en Cuba, formas parte de dos promociones literarias emblemáticas, que estéticamente se diferenciaban con respecto a la política de la cultura oficial cubana, el grupo de las Ediciones El Puente, y, posteriormente, el que se nucleó en torno a la revista El Caimán Barbudo, conocido hoy como los “caimaneros”. ¿Cómo se produjo tu vínculo con ambas hornadas y qué repercusión tuvo en tu carrera literaria?

Con posterioridad, muchos años después, asocio esos primeros años 60 -y todo lo que progresivamente fue destilando el régimen cubano- con la década que siguió en 1917 en la Unión Soviética. Época de transición, de estremecimientos, de incertidumbre y de tempranos entusiasmos, a la postre devoradora de algunos de los más lúcidos poetas del momento. Pienso en el fervor hiperbólico de Maiakovski y en el pistoletazo que lo sacó fuera del juego. Pienso en el cuello quebrado de Esenin y en el último poema escrito en la mañana. Pienso en el cruel destino de Block y Mandelstam. Pienso en el desgarrado testimonio de Anna Ajmátova al escribir “Réquiem”. No es que pretenda asimilar la magnitud trágica de la experiencia soviética con la cubana, aunque en esta también las hubo represoras, carcelarias, suicidios y exilios forzosos. Más bien pienso en ese magma insólito en el que los jóvenes creadores cubanos, de repente, se vieron insertos en un conflictivo estado de conciencia. La dualidad entre los proyectos de El Puente y del grupo de El Caimán Barbudo fue una buena, minúscula prueba de ello.

El grupo El Puente (1961-1965) comenzó a formarse por el entusiasmo de José Mario y de unos pocos estudiantes universitarios, alentados todos por un proyecto editorial autónomo, libre de influencias oficiales y abierto a jóvenes escritores ansiosos por darse a conocer, ajenos a las pugnas por el poder cultural desatadas en otras instancias, que se proponía, ingenuamente, asaltar el cielo. Sin otro programa que el fervor por la literatura. Un grupo que no discriminaba las apetencias sexuales de cada cual, ni las razas, ni las tendencias poéticas. Los hubo alentados por el proceso revolucionario que se estrenaba y los que prematuramente le dieron un portazo, como La marcha de los hurones (1960) de Isel Rivero. Yo, estuve entre los primeros, creía que ‘dentro de la Revolución’ podría seguir escribiendo una poesía intimista y existencial en una Habana vertiginosa y proteica. Por entonces estudiaba segundo de Derecho y también tenía una vida muy activa en la Universidad. El núcleo duro de El Puente lo formaban José Mario, Ana María Simo y Reinaldo Felipe (García Ramos), mis primeros poemas aparecieron en la Segunda novísima de poesía cubana (1964), que no llegó a circular, secuestrada en la imprenta en 1965. Tuvo una vida breve y siempre azarosa. Sin ser consciente de ello, se adentraban en la boca del lobo, y para 1965 comenzó el asedio con el incidente del viaje a La Habana de Allen Ginsberg, comenzado por Jesús Díaz -del que se arrepintió en los años 90-, aunque no fue el único, que culminó con José Mario en las UMAPS y Ana Mará Simo, primero encarcelada, forzada al exilio.

En cuanto a mi cercanía a El Caimán Barbudo, sin que formara parte del grupo, concretamente a su primera época (1966-1967), influyó mi amistad con Luis Rogelio Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera, compañeros de la Escuela de Letras, con los que asistía a algunos de los encuentros con poetas extranjeros que se celebraban en la terraza del edificio que fuera del Diario de la Marina, entre ellos Cardenal, Gelman, Lihn y, sobre todo, Roque Dalton, el más frecuente. Todos ellos exponentes de la nueva poética conversacional de raíz norteamericana, asumida por los poetas ‘caimanes’ en su variante coloquialista y en un extremo y reductor prosaísmo. Como se supo después, Jesús Díaz asumió el encargo que le había hecho el dirigente ‘Pepe’ Llanusa de fundar un magazine literario que en sus propuestas representara todo lo contrario a lo que ellos entendían representaba El Puente. Así surgió El Caimán Barbudo, apareció como suplemento cultural del periódico Juventud Rebelde, órgano de la UJC. El número inicial dio a conocer su orientación en un presuntuoso manifiesto, “Nos pronunciamos”, que proclamaba su voluntad de “hacer una poesía de, desde y por la Revolución”. Yo publiqué un artículo sobre la canción protesta en Estados Unidos. La poesía que escribía entonces no se libró de la corriente coloquialista que, por entonces, además de influir en los jóvenes cubanos, parecía extenderse por Hispanoamérica. Ya yo conocía a Eliseo Diego, a quien visitaba en la sección de libros infantiles y juveniles de la Biblioteca Nacional, y discretamente me alentaba a alejarme de los excesos coloquialismo y buscara una voz de expresión más íntima y personal. Con todo, la existencia de aquella primera etapa de El Caimán Barbudo fue breve y también de un final azaroso. El cese de Jesús Díaz fue motivado por el grave desliz de publicar un polémico artículo de Heberto Padilla en el que fustigaba la novela Pasión de Urbino del que era viceministro de Cultura, Lisandro Otero, al tiempo que elogiaba Tres tristes tigres, Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, del ya exiliado Guillermo Cabrera Infante.

En 1970, decides abandonar Cuba. ¿Cuáles fueron las causas que te llevaron a tomar esta decisión y cómo afectó tu vida, si tomamos en cuenta que tienes que esperar cuatro años para poder salir del país y que era el comienzo de una etapa de censura y represión en la cultura cubana, conocida como Quinquenio Gris?

En 1968 fui expulsado de la Escuela Nacional de Artes (ENA) por ‘diversionismo ideológico’. Allí me había enviado el Departamento de Filosofía de la Universidad para enseñar Historia de la Filosofía. Entonces el Departamento de Filosofía asumía una posición de resistencia al reduccionismo marxista-leninista que pretendían imponer los viejos comunistas (PSP) como doctrina revolucionaria. Una postura heterodoxa que pretendía reivindicar un socialismo autónomo y nacionalista, lejos de la influencia del marxismo soviético. Sin trabajo, a mi rescate vino Eduardo Castañeda, quien me invitó a incorporarme al Instituto del Libro, con tan pobre suerte que varios meses después Castañeda se suicidó. Perdida su protección, el jefe de personal del Instituto del Libro me informó que con el tipo de baja que la ENA me había dado, únicamente se me podía ofrecer trabajo en la agricultura, al menos por dos años. Así las cosas, con mi mujer entonces, Edith Llerena, expulsada también de su puesto de profesora de danza en la propia ENA, decidimos marcharnos del país. Un proceso que tomaría cuatro años de trabajos forzados en la agricultura hasta que se nos otorgara el premiso de salida del país. Efectivamente, cuando, al fin, pudimos viajar a España ya se podían observar los efectos del llamado Quinquenio Gris, en realidad, el inicio un Decenio de consecuencias desastrosas para la economía y la cultura del país.

En 1974, logras salir de Cuba y te estableces en España. ¿Cómo fue tu experiencia como intelectual exiliado en esa España de finales del franquismo y de principios de la transición democrática, periodo en el que la Revolución cubana contaba con un apoyo mayoritario, algunos muy influyentes como el de políticos e intelectuales?

La experiencia de un exiliado cubano en España resultaba paradójica. Nosotros pensábamos continuar hacia Francia, pues no nos resultaba cómodo saltar de una dictadura comunista a otra de color fascista, pero como carecíamos de recursos económicos para el viaje decidimos permanecer provisionalmente en Madrid hasta poder desplazarnos a París. Mientras, yo trataría de convalidar mis estudios en la Universidad Complutense, un intento infructuoso por las dificultades de la burocracia española. Mis viajes a la universidad me permitieron establecer relación con los estudiantes españoles y advertir el fermento de rechazo a la dictadura que protagonizaban aquellos jóvenes españoles. A mediados de 1974 ya se conocía la grave enfermedad que llevaría a la tumba a Franco en 1975. El país hervía entre disímiles posiciones políticas y se aventuraba un cambio radical. Ante estas perspectivas, postergamos la urgencia de viajar a Francia para permanecer en España e involucrarnos en ese avizorado futuro democrático. A mí me exaltaba la idea de haber tenido que salir derrotado de mi país por una dictadura y de poder ahora afrontar la aventura de restituir la democracia en el país que me acogía. Y así, muerto Franco, llegamos a la feliz Transición democrática española.

En mis primeros meses en España me sorprendió que, en los tratos con funcionarios franquistas, estos me recriminaran haber dejado atrás el paraíso de una revolución encabezada por un caudillo, pichón de gallego como el propio Caudillo, que había derrotado a los norteamericanos. Evidentemente, reaccionaban ante la herida del 98, creyendo que fueron los norteamericanos los que habían derrotado a España en Cuba, ‘la perla de la corona’. Igual me sucedía con los estudiantes comunistas, pero no con los socialistas que pude conocer y tratar. Estos últimos fueron más comprensivos y me abrieron las puertas. En primer lugar, pienso en Félix Grande, militante del PSOE y dirigente cultural, quien me invitó a escribir en las páginas de El Socialista y más tarde en los Cuadernos Hispanoamericanos. Al ganar el Premio Casa de las Américas por su libro Blanco Spirituals, Félix ya había viajado a Cuba en 1967 y estaba al tanto de las dificultades que sufrían algunos escritores cubanos. Cierto que todavía existía un amplio sector de la cultura española que simpatizaba con la revolución cubana, una posición que cambiaría a partir del caso Padilla y de la publicación en 1973 de Persona non grata, el testimonio de Jorge Edwards sobre sus años como embajador de Chile en Cuba. Edwards y Juan Goytisolo, entre otros, fueron siempre amigos de los intelectuales cubanos exiliados en España.

¿Qué importancia tuvo para ti contar con la amistad de un poeta de la talla de Gastón Baquero, sobre todo en aquellos primeros años de exilio en España?

Conocer a Gastón Baquero recién llegado a España fue una sorpresa inesperada. Yo había leído en Cuba su extraordinario Palabras escritas en la arena por un inocente, aquel “diálogo ante la sustancia del universo” (Baquero), aquella penetrante y sorprendente de plenitud de canto versicular que, con unos pocos amigos de la universidad leíamos a escondidas en un banco al comienzo de la Avenida de los Presidentes, pues su obra estaba ausente del curso de Literatura Cubana que impartía José Antonio Portuondo. Pues bien, allí estaba el execrado, el poderoso señor que prácticamente había dirigido el Diario de la Marina hasta 1959, el poeta Baquero en su modesto despacho de Cultura Hispánica con una cordial sonrisa de acogida a dos jóvenes poetas inéditos, Edith y yo, que tímidamente nos acercamos a saludarlo. Al final de nuestra entrevista nos invitó a cenar en su casa al día siguiente, prometiendo un arroz con quimbombó a la criolla. Cenamos en su mesa de trabajo, despejada de libros y papeles que él había depositado en el suelo junto a una pila de discos, en su mayoría de Mozart. En una pared, unas pocas fotografías: Martí, Maceo, Darío y Joséphine Baker. Y aquello fue el inesperado inicio de una amistad que permanecería hasta su fallecimiento. Desde nuestro primer encuentro, Baquero fue siempre para nosotros un Maestro y un guía.

Cuando en 1990, mi mujer entonces, Aurora Calviño, y yo fundamos la editorial Verbum, decidimos que el primer libro fuera un volumen de poesías inéditas de Baquero, quien nos entregó una carpeta con los poemas que él quiso titular Poemas invisibles. Ya Baquero había estremecido a los jóvenes poetas españoles con la publicación de Memorial de un testigo (1966), con el que inauguraba una segunda etapa de su dicción poética. Como escribí alguna vez; “Lejos del resentimiento y el desencanto del exiliado, sus nuevos poemas se inscribían en el encantamiento del lenguaje y elabora un sorprendente espejo que lo devuelve en una lúdica y maravillosa lucidez expresiva, inversa geometría de la gravedad tonal que se hace severa en sus primeros poemas cubanos”.

Gastón Baquero

Dedicatoria de Gastón Baquero a Pío E. Serrano

A finales de la década de los 70, publicas tu primer poemario A propia sombra (Barcelona, 1978), y posteriormente Cuaderno de viaje (Madrid, 1981), La literatura como signo (1981), Segundo Cuaderno de Viaje (Madrid, 1987) y Poesía reunida (Madrid, 1988). ¿Los poemas que conforman estos libros fueron escritos en su totalidad en España o también incluiste poemas que escribiste en Cuba? ¿Cuál es la impronta temática y formal que predomina en la hechura de estos poemas?

Prácticamente los poemas publicados en España fueron escritos aquí, salvo unos pocos rescatados en el primer libro. El sustrato de lo que escribo transcurre entre el amor, la amistad, la memoria íntima y la reflexión histórica, la mirada cotidiana que sorprende y revela. De tono moderadamente coloquial busca la complicidad del lector, salvándolo de mayores complejidades sintácticas.

En 1990, fundas la editorial Verbum, que muestra hoy un vasto catálogo de publicaciones, el cual incluye escritores cubanos, hispanoamericanos y de la literatura universal. ¿Cuál fue el criterio editorial que se planteó Verbum, desde sus inicios, y cuál es el principal aporte que le confieres en la difusión de la literatura cubana del exilio?

Como se sabe, Verbum, el nombre de la editorial alude a la primera revista fundada por Lezama y es una suerte de homenaje a los poetas origenistas, al tiempo que deja ver su vocación cubana, si bien no excluía autores de otros ámbitos ni siquiera otras temáticas no literarias. Así concebimos una colección para la enseñanza del español para extranjeros, otra de manuales prácticos de uso del español y diccionarios. Sabíamos que no sería fácil sobrevivir únicamente con textos literarios y miramos también hacia lo que el mercado exigía. En cualquier caso, en nuestras colecciones de poesía, narrativa, ensayo y teatro estuvimos atentos a una presencia importante de autores cubanos para lo cual creamos la Biblioteca de Autores Cubanos donde se han publicado: poetas cubanos clásicos (Heredia, Casal, Avellaneda…) como contemporáneos (Orlando Rossardi, Juan Cueto, José Abreu, Reinaldo García Ramos, Lilliam Moro, Isel Rivero …); ensayo (Rosario Rexach, Roberto González Echevarría, J. Mª Chacón y Calvo, Francisco Morán…; teatro (José Triana, Juan Abreu, Abilio Estévez, José Cid…); narrativa (Juan Arcocha, Carlos Manuel de Céspedes, Nivaria Tejera, Antonio José Ponte…).

Pronto también nos acercamos a literaturas de otras lenguas y literaturas poco presentes en el mercado del libro español y así surgieron la Biblioteca Hispanoafricana y las series de Letras Árabes, Letras Hebreas, Asia y la dedicada a la Literatura Coreana.

Fuiste, junto con Jesús Díaz, uno de los fundadores de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, que, como bien mencionas en una entrevista a Elizabeth Burgos, encontró detractores por levantar sospechas en ambas orillas. ¿Consideras que esta revista contribuyó a unificar el territorio literario cubano, es decir, a dar también a conocer, con amplitud, la obra de valiosos escritores del exilio, sobre todo la de aquellos que fueron borrados del mapa literario cubano o que eran desconocidos en la Isla por no haberse afiliado a la cultura oficial? ¿Cuál consideras que es su principal legado?

Bueno, como verás, de nuevo Jesús Díaz se cruzó en mi camino. Llegó a España en 1995 procedente de Alemania, después de haber roto todos sus lazos con el régimen cubano y sufrido un ataque feroz desde La Habana, entre ellos los de Armando Hart. Desde que llegué a España consideré que no tenía derecho a rechazar a los cubanos exiliados por tardía que fuera su defección del régimen. Yo mismo lo había sido en 1970. Jesús me llamó desde Alemania para anunciarme que viajaría a Madrid para compartir el proyecto de una revista cultural para debatir en libertad reflexiones sobre temas cubanos. En 1996 apareció el primer número de Encuentro de la cultura cubana con Jesús como director y yo subdirector, cargo que asumí hasta el tercer número, pues requería mucho de mi tiempo que yo necesitaba para atender la editorial.

Sí, es cierto que la revista sufrió el ataque de una parte del exilio. Algo normal en todos los exilios. Los exiliados republicanos españoles vivieron en múltiples greñas, como los rusos en París. En primer lugar, la revista se abría a un foro donde los cubanos dispersos del exilio pudieran reflexionar con serenidad sobre sus coincidencias y diferencias; en segundo lugar, disponer de un sitio para confrontar las distintas perspectivas entre los dentro y los de fuera. Comprendo que no era fácil admitir que la revista, entre otros propósitos, se abriera a un debate respetuoso con autores cubanos cercanos al régimen. Pero la idea era precisamente crear un espacio de diálogo entre los de adentro y los de afuera. Nos sorprendió la acogida que tuvo la revista entre escritores cubanos residentes en la isla no afectos al gobierno, algo realmente temerario ya que Encuentro fue perseguida y estigmatizada por el régimen. En cualquier caso, la revista alcanzó un alto grado de reconocimiento internacional y la presencia de numerosos ‘cubanólogos’ críticos al proceso cubano la convirtió en un eficaz archivo procesal al régimen.

Te has dedicado al estudio de la literatura coreana, razón por la que escribiste Una breve historia de la literatura coreana. ¿Cómo surge tu interés por la literatura de ese país? ¿Cuáles, en tu opinión, son sus principales aportes literarios dentro de un continente en que dos gigantes como China y Japón han acaparado la mayor atención artística-literaria?

En realidad, siempre he sido un admirador y lector de las literaturas del Extremo Oriente, entiéndase, la china y la japonesa. Nada sabía de la literatura coreana hasta que en 1997 me visitó un profesor coreano de una universidad norteamericana. Había viajado a Madrid a la búsqueda de un editor para su libro de ensayo Surrealismo y budismo zen: convergencias y divergencias. Estudios de literatura comparada y antología de poesía zen de China, Corea y Japón. Me entusiasmó la idea, sobre todo por las presencias chinas y japonesas. Sin embargo, la lectura del texto y las largas conversaciones con el profesor coreano atrajeron rápidamente mi entusiasmo por la riqueza de la literatura coreana que había descubierto. Aquello fue un amor a primera vista.

Posteriormente, en 1998, conocí en Madrid a un joven doctorando coreano, Kim Chang-min, con quien inicié una prolongada amistad. A su regreso a Corea, me propuso la publicación de un libro de poemas traducido por él, cuyo autor era Chunsu Kim, un poeta que me sorprendió por la claridad de su escritura y la rica humanidad de sus textos. Esta segunda cala en la literatura coreana dejó abiertas las puertas de Verbum a los autores coreanos.

Desde tiempos remotos Corea estuvo vinculada a China. La avasallante frontera con China, un país poseedor desde tiempos antiguos de un desarrollo superior, sería la vía por la cual Corea se beneficiaría de una generosa herencia civilizadora. Si consideramos que la civilización china significó para el oriente asiático una referencia similar a la que Grecia y Roma lo fueron para los pueblos europeos: matriz fundacional de lenguas, religión, modelos literarios, arte, técnica y cultura general, se comprenderá lo esencial que esa notable cercanía resultó para la fragua de la cultura y la sociedad coreanas. Pero la asimilación de ese valioso legado no fue pasiva. Poseedora de un intenso sentido de identidad, la sociedad coreana reaccionaba con una sorprendente capacidad para adoptar y desarrollar, de acuerdo con sus necesidades locales, el patrimonio recibido de China, fueran la religión budista, los caracteres de su escritura, las artes literarias y artesanales, la ciencia y la tecnología. Algo parecido a lo que recibieron y transformaron las naciones europeas del Renacimiento. Corea tuvo su propio renacimiento transformador en una cultura propia. Así desarrolló un impresionante cuerpo literario (poesía, textos búdicos, ensayo y narrativa) que fue evolucionando desde el siglo XV hasta alcanzar hoy un prestigio literario de alcance internacional. Hoy una de las referencias internacionales más notable sobre Filosofía y Estudios culturales es el profesor Byung-Chul Han, residente en Alemania, y su novelista más sobresaliente, Yi Mun-Yol, ha sido traducido universalmente.

Es cierto que Corea permaneció oculta a la curiosidad occidental durante cientos de años. Las poderosas luminarias culturales de China y Japón ocultaban a la pequeña Corea. En realidad Corea posee una milenaria cultura que Occidente no conoció hasta fecha tardía, prácticamente hasta finales del siglo XIX. La invasión de Japón a la península convirtió a Corea en una colonia japonesa. Al final de la segunda guerra mundial el país quedó dividido entre los comunistas del norte y los republicanos del sur. Entre 1950 y 1953 se desató la Guerra entre el norte apoyado por soviéticos y chinos, y el sur amparado por fuerzas de Naciones Unidas, comandadas por el general norteamericano D. MacArthur. Con la firma de un Armisticio en 1953 la península quedó dividida. Durante la década de 1990, Corea del Sur conoció una acelerada industrialización que la convertiría en uno de los Dragones del Este.

Hoy Corea disfruta de un enorme prestigio internacional no solo por su competitividad económica sino por el reconocimiento a su milenaria cultura literaria y artística. Corea fue el primer país del Extremo Oriente que se dotó en 1446 de un alfabeto, el hangul, celebrado por la comunidad lingüística como uno de las más prácticos y de fácil comprensión, circunstancia que favoreció una generalizada y temprana alfabetización.

A partir de 2012 te jubilas y dejas de fungir como director de Verbum, aunque has trabajado como colaborador honorífico. ¿Ha dejado de laborar, desde entonces, el poeta y ensayista?  ¿Tienes algún libro en preparación o algún otro proyecto literario para un futuro cercano?

Sí, desde que en 2012 tuve que jubilarme por exigencias de la legislación española, reservé para mí, en calidad de Senior Editor, la dirección de dos de las colecciones de Verbum, la Biblioteca de Autores Cubanos y la Serie de Literatura Coreana, de las que me ocupo desde mi despacho. Tuve la suerte de contar con la voluntad de un joven y laborioso escritor cubano, doctorado por las universidades de La Habana y Madrid, Luis Rafael Hernández, con quien pacté la continuación de Verbum y es hoy su director, un director que ha ampliado notablemente nuestro catálogo y que ha consolidado nuestro mercado internacional.

Continúo escribiendo sobre literatura cubana, pero sobre todo sobre la coreana, y participo en encuentros internacionales -ya por vía Zoom- relacionados con historia, cultura y literatura coreanas. Y la poesía destila a cuentagotas. El proyecto más cercano es la traducción de una historia de Corea publicada en Italia.

En Madrid, Septiembre 2022.


Joaquín Gálvez (La Habana, 1965). Poeta, ensayista, periodista y promotor cultural. Reside en Estados Unidos desde 1989. Se licenció en Humanidades en la Universidad Barry y obtuvo una Maestría en Bibliotecología y Ciencias de la Información en la Universidad del Sur de la Florida. Ha publicado los poemarios “Alguien canta en la resaca” (Término Editorial, Cincinnati, 2000), “El viaje de los elegidos” (Betania, Madrid, 2005), “Trilogía del paria” (Editorial Silueta, Miami, 2007), “Hábitat” (Neo Club Ediciones, Miami, 2013), “Retrato desde la cuerda floja” (Poemas escogidos 1985-2012, Editorial Verbum, Madrid, 2016) y “Desde mi propia Isla” (Editorial El Ateje, Miami, 2022) . Tiene inédito “Para habitar otra isla” (reseñas, artículos y ensayos). Textos suyos aparecen recogidos en numerosas antologías y publicaciones en Estados Unidos, Europa y América Latina. De 2015 a 2017, fue editor y miembro del Consejo de Dirección de la revista Signum Nous. Desde 2009, coordina el blog y la tertulia La Otra Esquina de las Palabras. Es editor de Insularis Magazine, revista digital de Literatura, Arte y Pensamiento.

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