Las conexiones castristas del magnicida de Dallas

Interrogaciones sobre el asesinato de John F. Kennedy y sus relaciones con el Gobierno cubano

JACOBO MACHOVER

Nunca se conocerá la verdad sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy en Dallas, Texas, el viernes 22 de noviembre de 1963. El informe oficial de la Comisión Warren[1] no ha permitido establecer las responsabilidades, ya que el supuesto culpable, Lee Harvey Oswald, fue a su vez asesinado en menos de 48 horas por Jack Ruby. Oswald habló ante los investigadores pero los datos que libró fueron insuficientes para establecer sus reales motivaciones y sus conexiones con la Unión Soviética y Cuba. Sin embargo, su simpatía hacia la revolución castrista era manifiesta, a la par de su desilusión con el comunismo imperante en la Unión Soviética, donde había vivido dos años y medio, entre octubre de 1959 y junio de 1962, y contraído matrimonio con Marina N. Prusakova -con quien tuvo dos hijos-, antes de regresar a Estados Unidos.

1)     Un marxista heteroxo

Marxista, Oswald lo era desde su estancia en el cuerpo de los marines en Estados Unidos. Su viaje a la URSS tenía como objetivo primero proclamar su rechazo al « imperialismo americano ». Pero era una deserción de poca monta para el Partido comunista de la Unión Soviética. En realidad, no era un comunista ortodoxo. Había sido profundamente marcado por la lectura de 1984, de George Orwell[2], mientras aún estaba en los marines, a los que hablaba de sus convicciones marxistas y, en cierto sentido, anti-stalinistas, sin tapujos. Le atraía la guerrilla castrista, como a varios de sus compatriotas (tales Herman Marks, cuya « especialidad » era dar el tiro de gracia a los fusilados en la fortaleza de La Cabaña, bajo las órdenes de Ernesto Che Guevara, a partir de la toma del poder en 1959, desaparecido luego de Cuba sin dejar huellas, o el Comandante William Morgan, fusilado más tarde por Fidel Castro, contra quien complotaba, en abril de 1961, a raíz de los combates de Bahía de Cochinos). La opción castrista, opuesta a la de Nikita Kruschov, sobre todo después de la crisis de los misisles de octubre-noviembre de 1962, era mucho más exaltante, orientada hacia la lucha armada en América latina y, ¿por qué no?, en Estados Unidos. A su hermano Robert, le escribía desde la Unión Soviética : « In the event of war I would kill any american who put a uniform on in defence of the american government –any american » (sic). El intento posterior de asesinato a través de una mirilla telescópica, el 10 de abril de 1963, del General Edwin Walker, candidato demócrata racista y extremista a la gobernación en Texas frente al entonces republicano John Connally, pero partidario de Kennedy, quien fue herido en el auto que también transportaba en Dallas a su esposa y a John y Jacqueline Kennedy, se enmarca en esa idea de que todos los americanos eran culpables de la política de su país. La militancia en un grupúsculo como el Communist Party o en el Socialist Workers Party, cercano a las tesis de Trotski, más afín a su orientación crítica, era poco satisfactoria. Además había roto de facto con su sueño soviético en medio de su larga estancia allí, hasta el punto de cometer un intento de suicidio anunciado en su Historic Diary : « I am shocked !! My dreams ! » La estrategia de Nikita Kruschev después de la crisis de los misiles no concordaba con sus opciones guerreras.

La ayuda a la revolución y su participación en ella, tal vez en alguna operación guerrillera en América latina, eran su meta confesada. Uno de los seudónimos, práctica común en las organizaciones de extrema izquierda, que utilizó, « Hidell » -entre otros muchos, « Osborne », « D.F. Drittal », « Lt. J. Evans », y también simples variaciones sobre sus nombres y apellido reales, « H. O. Lee » por ejemplo-, lo eligió, según su esposa, porque rimaba con « Fidel ». Hasta concibió el proyecto, ya en 1963, abortado por Marina que consideraba que se trataba de una locura, de secuestrar un avión de línea para hacerlo aterrizar en la isla, algo bastante común por aquellos años.

2)     Fair Play for Cuba Committee

Lo esencial de su acción se desarrolló en el seno del Fair Play for Cuba Committee, en New Orleans, Louisiana, hasta por lo menos agosto de 1963, pocos meses antes del magnicidio, y se prolongó, nominalmente, hasta el 1° de noviembre, fecha en la que abrió un apartado postal en Dallas, Texas, a su nombre, al del American Civil Liberties Union y al del Fair Play for Cuba Committee.

Creado en abril de 1960 en New York, el Fair Play for Cuba Committee fue una especie de caballo de Troya del castrismo dentro de los Estados Unidos. Contó para su creación con el respaldo de intelectuales americanos como los novelistas Norman Mailer y James Baldwin o los integrantes de la beat generation Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg -quien fuera expulsado de Cuba años más tarde, al emitir críticas hacia Fidel Castro y bromas sobre Raúl Castro y Che Guevara y relacionarse con poetas reprimidos-, o el filósofo francés Jean-Paul Sartre, quien acababa de efectuar un periplo de un mes en la isla y de publicar una serie de 16 artículos ditirámbicos sobre Fidel Castro en el diario France Soir bajo el título de Ouragan sur le sucre (Huracán sobre el azúcar en su edición en un solo volumen en español). Prueba de la importancia, al menos simbólica, ya que no contaba con una numerosa membresía, del Comité. Castro aún no había decretado que su revolución era « socialista » ni que él era comunista. Sólo lo haría en 1961. Pero las relaciones con Estados Unidos ya se estaban degradando a medida que las relaciones con la URSS se venían fortaleciendo, después de un período de relativa indulgencia después de la caída de Fulgencio Batista el 1° de enero de 1959. Quien lanzaría los ataques más duros contra el régimen castrista establecido a corta distancia de las costas americanas era el que iba a ser designado candidato del Partido demócrata para las elecciones presidenciales de noviembre, John F. Kennedy, apoyado por su hermano Robert, frente a su rival republicano, el vice-Presidente de Dwight Eisenhower, Richard Nixon. Nixon, en los debates televisivos que lo opondrían a Kennedy, se mostraría mucho más moderado, ya que tenía que guardar el secreto sobre el desembarco que estaba preparando la administración republicana. Parte de la elección presidencial, con resultados extremadamente reñidos, se jugaría sobre el tema cubano. Desde el inicio, pues, contrariamente a Nixon, que había recibido al Líder revolucionario triunfante en la Casa Blanca en abril de 1959, Kennedy mostró una posición resueltamente hostil hacia Castro.

La creación del Fair Play for Cuba Committee fue una creación genuinamente procastrista, por parte de una intelligentsia que consideraba con simpatía una revolución que se presentaba como anti-imperialista pero no comunista. Su lema : « Hands off Cuba ! »[3] (« Manos fuera de Cuba »). A pesar de sus reducidas tropas, el Comité tuvo un papel fundamental en abril de 1961, en el momento más álgido de los enfrentamientos en Bahía de Cochinos.

En efecto, entre el 16 y el 19 de abril, mientras los combatientes cubanos anticastristas de la Brigada 2506 reclamaban el apoyo aéreo prometido por Kennedy para destruir los aviones gubernamentales castristas que los estaban bombardeando, una manifestación, poco importante pero que tuvo gran repercusión internacional, se desarrolló ante la sede de las Naciones Unidas en New York, convocada por dicho Comité. Esa protesta bastó para que Kennedy renunciara a la intervención de la aviación y de la marina estacionada frente a la costa sur de Cuba.

3)     Altercado con anticastristas en New Orleans

Lee Harvey Oswald apareció espectacularmente en el historial público del Fair Play for Cuba Committee el 9 de agosto de 1963, entre su retorno de la Unión Soviética, en junio de 1962, y el asesinato de Kennedy, en noviembre de 1963. Varias imágenes lo muestran enarbolando carteles con el ya clásico « Hands off Cuba ! » y distribuyendo panfletos. En una de ellas, se encuentra frente a tres exiliados anticastristas, miembros del Directorio Revolucionario, Celso Hernández, Miguel Cruz y Carlos Bringuier, abogado en Cuba antes de salir para el exilio y autor de varios libros posteriores sobre las relaciones entre el castrismo y Oswald[4]. Ese día hubo un altercado entre Oswald y los militantes del Directorio, que terminó con la detención de los cuatro protagonistas. Pero el único que fue declarado culpable y multado por la policía -con la cantidad irrisoria de diez dólares- fue Oswald. 

Pocos días antes, el 5 de agosto, hubo un extraño encuentro en el interior de la tienda de ropa de Bringuier, Casa Roca, que fungía como sede del Directorio Revolucionario y de otras oraganizaciones del exilio. Oswald había entrado a ofrecerse, por su conocimiento del manejo de armas, para una operación para derrocar a Castro, dejándole en la tienda una guía para los marines. El ofrecimiento fue rechazado por Bringuier. No se trataba simplemente de uno de los vaivenes ideológicos de Oswald sino, probablemente, de un intento -fallido, por impreparación política y linguística : Oswald no hablaba para nada español- de infiltrar al enemigo, una política extendida y permanentemente glorificada por la revolución cubana. Su posterior aparición en una calle de New Orleans con carteles pro-castristas era más bien una provocación, poco hábil, destinada a mostrar a qué bando pertenecía y a darles garantías a los dirigentes y representantes de la revolución cubana de su determinación a luchar por todos los medios en su favor. Pero en silencio no había podido ser[5].

El altercado causó cierto revuelo en New Orleans. El 13 de agosto una televisión lo fue a filmar distribuyendo los panfletos de su organización, del que él era el único integrante en New Orleans : no eran muchos los anticastristas convencidos en Estados Unidos. Lee Harvey Oswald fue entrevistado por una radio local y, pocos días más tarde, el 21 de agosto, invitado a participar en un debate frente a Carlos Bringuier, a lo que accedió. En el transcurso del debate, atacó duramente al Presidente John F. Kennedy pero quedó mal parado por tener que responder de su estancia anterior en la Unión Soviética.

 Al enterarse del atentado contra Kennedy el 22 de noviembre, Carlos Bringuier quedó convencido de que la acción del hombre con quien se enfrentó en New Orleans estaba dirigida por Fidel Castro en persona. Su opinión ante la « Warren Commission » no fue considerada en ese aspecto, aunque sí su testimonio sobre sus encuentros con Oswald, que constituyó uno de los elementos esenciales para determinar sus ideas políticas. Por su parte, el fiscal, District Attorney, de New Orleans, Jim Garrison, desestimó sus declaraciones, concluyendo de sus interrogatorios que eran el vice-Presidente Lyndon B. Johnson y el director del FBI, J. Edgar Hoover, quienes se aprovechaban del asesinato del Presidente[6].

 

4)     En las representaciones diplomáticas de la Unión Soviética y de Cuba en México

La participación documentada de Lee Harvey Oswald en el Fair Play for Cuba Committee fue su principal credencial para acercarse a los diplomáticos cubanos durante el viaje a México que emprendió meses más tarde, entre el 26 de septiembre y el 3 de octubre, cuando ya había abandonado New Orleans y dejado allí a su esposa Marina, con quien tenía serios problemas conyugales, para instalarse en Fort Worth y luego en Dallas.

El objetivo del viaje a México de Lee Harvey Oswald era poder ir a Cuba. O recibir un respaldo a su proyecto.

La visita a la legación de la Unión Soviética en el Distrito federal, situada a dos cuadras de la de Cuba, no fue sino un pretexto, o una tapadera. Oswald habría podido viajar directamente a la URSS, con quien Estados Unidos mantenía relaciones diplomáticas normales, desde varios aeropuertos americanos, sin necesidad de trasladarse a otro país, a condición de conseguir una visa, claro. No era el caso de Cuba, desde la ruptura de las relaciones diplomáticas el 3 de enero de 1961, pocos días antes de que Kennedy le sucediera a Eisenhower en la Presidencia.

Su embajada y su consulado se encontraban en el mismo edificio, en el Distrito Federal. Desde su expulsión, provocada por la intromisión en varios países a través de expediciones guerrilleras, de la Organización de Estados americanos, la OEA, en enero de 1962, por 14 votos a favor, 1 en contra (Cuba) y 6 abstenciones, entre ellas la de México, ese país se había vuelto el principal contacto del subcontiente con la isla. De hecho nunca rompió sus relaciones diplomáticas con el régimen castrista. La legación diplomática cubana cumplía pues un papel fundamental en América latina. Era también un nido de espías, de agentes de la Dirección General de Inteligencia, la DGI, a muy alto nivel.

La expedición inmediata de una visa por la Unión Soviética le fue denegada, algo que Oswald se podía haber imaginado perfectamente, ya que había residido allí y frecuentado varios cuadros del Partido comunista, a los que consideraba como unos burócratas privilegiados.

Tampoco podía pensar que la fuera a conseguir así como así por parte de las autoridades cubanas. El haber formado parte del Fair Play for Cuba Committee no era una credencial suficiente.

¿Qué fue entonces a hacer en el consulado? Ese es el principal misterio en torno a las relaciones de Oswald con la Cuba castrista.

 Varias versiones, contradictorias, han sido dadas a conocer.

Una es la de Gilberto Alvarado, un revolucionario nicaragüense que afirmaba encontrarse en el edificio diplomático cubano cuando vio una extraña transacción entre Lee Harvey Oswald (lo reconoció por las fotos publicadas después del magnicidio y de su propio asesinato por Jack Ruby) y un agente secreto, negro y pelirrojo, un jabao, lo que no es tan común. Este la habría remitido una suma de 6500 dólares en total, 1500 para sus gastos inmediatos, 5000 como adelanto para matar a alguien, según había podido escuchar. El intercambio habría tenido lugar alrededor del 18 de septiembre. Sin embargo, en esa fecha, Oswald no se encontraba en México sino en New Orleans. Llegó allí solo una semana más tarde, el 26 de septiembre. ¿Pudo haber una confusión en las fechas? Tal vez. Pero, interrogado más tarde por la CIA, Alvarado se retractó, antes de volver a su versión inicial y de retractarse otra vez. Se trataba, pues, de un testigo poco fiable.

Otra versión es la de Sylvia Durán, ciudadana mexicana, empleada en el consulado de Cuba. Era una militante comunista, casada con un mexicano, también comunista, absolutamente digna de confianza por parte de las autoridades castristas. En el « Warren report », se le designa como « Senora Duran ». Su testimonio fue una de las piezas fundamentales para descartar la eventual implicación de las autoridades castristas en el asesinato de Kennedy. Fue interrogada una primera vez por la policía mexicana y luego, al haber intentado abandonar el país con destino a Cuba, una segunda vez, el 27 de noviembre, por Luis Echeverría, futuro Presidente de la República, anteriormente ministro de Gobernación. Este quedó convencido de que decía la verdad. El cónsul cubano, Eusebio Azcue López, sustituido por su sucesor, Alfredo Mirabal, quien estuvo presente también en las discusiones con Oswald, había regresado a la isla el 18 de noviembre, cuatro días antes del trágico viernes 22. Sylvia Durán recordaba la fuerte discusión entre el cónsul Azcue y Oswald, a pesar de que Azcue no hablaba inglés y de que Oswald no hablaba español (había llevado a México un diccionario español-inglés). El cónsul le habría dicho que gente como él (Oswald) le hacía daño a la revolución y que, mientras él ocupara el puesto, no se le extendería ninguna visa.

Oswald, sin embargo, pudo rellenar un formulario de solicitud de entrada, que fue enviado al ministerio de Relaciones exteriores en La Habana. La respuesta, que fue comunicada a la « Warren Commission », habría llegado el 5 de octubre, concediendo la autorización de pasar por territorio cubano solamente si la Unión Soviética le extendía una visa definitiva.

Los documentos presentados, tanto la solicitud como la respuesta oficial, no son originales sino traducciones al inglés, lo que plantea serios interrogantes sobre su fiabilidad. Además, es absolutamente inverosímil que el plazo entre la solicitud, de fines de septiembre – principios de octubre, haya sido tan corto, apenas unos días. Cualquiera que conozca un mínimo la burocracia cubana y el tiempo necesario a la administración para dar una respuesta a sus ciudadanos o a los extranjeros sabe que eso toma meses, a veces años, o ni siquiera llega. Esas planillas han sido sin duda elaboradas a posteriori, después del asesinato de Kennedy. 

Extrañamente, en la conclusión del capítulo VII del informe de la « Warren Commission », la militancia de Lee Harvey Oswald a favor del castrismo no está ni siquiera mencionada. El escrito prefiere poner el acento en las características psicológicas de la persona, a quien consideraba como un fracasado y un frustrado. Y eso que en los interrogatorios por la policía de Dallas, el FBI y los agentes secretos enviados a la ciudad a raíz de su detención en la tarde del 22 de noviembre hasta su asesinato por Jack Ruby el 24 de noviembre, en medio de varias denegaciones y mentiras (« fakes », sic), parecía ser su título de gloria, el aspecto que no vacilaba en poner de relieve. Era su justificación par el asesinato del Presidente, no por tratarse de Kennedy contra quien no sentía una animosidad personal sino por la función misma, la máxima autoridad de esos Estados Unidos que despreciaba u odiaba, ya desde que ingresó en el cuerpo de los marines. Eso demuestra una coherencia marxista (aunque no « marxista-leninista », tal como se lo afirmó durante su interrogatorio al miembro del Secret Service Thomas J. Kelley) a toda prueba. Hay una lógica política muy coherente en el recorrido de Oswald, desde la adhesión al comunismo ortodoxo soviético hasta su alejamiento de esa opción, para elegir una vía más revolucionaria, en la doctrina y en la práctica, hasta la lucha armada: el castrismo.

Fidel Castro en persona, después de haber aludido a la vista de Oswald a la sede diplomática en México, en sus discursos del 23 y 27 de noviembre en La Habana, rechazando naturalmente cualquier tipo de implicación, se reunió en 1964 con un consejero negro de la « Warren Commission », William Coleman. La entrevista se desarrolló en un yate y duró tres horas, según Peter Kornbluh, un especialista de la acción de la CIA a partir de sus documentos desclasificados, particularmente durante los acontecimientos de Bahía de Cochinos[7], quien publicó esa información en 2013 en el diario mexicano La Jornada, retomada en 2015 por el sitio web digital oficialista Cubadebate. Poco tiempo para una conversación con el Comandante en jefe, experto en convencer a sus interlocutores en casi cualquier circunstancia. Coleman salió persuadido de que decía la verdad: no estaba implicado en el asesinato.

5)     Declaraciones de los ex-cónsules cubanos en México, muchos años después

Pero hubo más. Aunque no declararan ante la « Warren Commission », Azcue y Mirabal, así como de nuevo Sylvia Durán, la ciudadana mexicana empleada en el consulado, sí lo hicieron quince años más tarde, en septiembre de 1978, frente al Comité sobre asesinatos de la Cámara de Representantes (« Select Committee on assassinations », HSCA, creado para investigar las muertes de John F. Kennedy y de Martin Luther King en 1968). Prueba de que Earl Warren y los miembros de la Comisión, entre los que figuraban el futuro Presidente, entonces Representante republicano, Gerald R. Ford, y el antiguo director de la CIA, Allen W. Dulles, máximo responsable, junto con Richard Bissell, del desembarco fallido de Bahía de Cochinos, cesado luego por Kennedy, no habían llegado al término de sus investigaciones, que tuvieron que concluir menos de un año después del asesinato de Kennedy el 22 de noviembre de 1963 y de la muerte del policía J. D. Tippitt ese mismo día, abatido por Oswald en Dallas.       

¿Por qué accedió Cuba a dejar testimoniar a Azcue y Mirabal ante una Comisión de la Cámara de Representantes encargada de investigar los asesinatos, entre ellos el de Kennedy? Estábamos en septiembre de 1978. Eran los tiempos de la presidencia del demócrata Jimmy Carter, quien estaba dispuesto a buscar un acercamiento con el régimen castrista. Para ello necesitaba ciertas contrapartidas. Se hicieron en varias etapas. En diciembre de 1977 un grupo de jóvenes Cuban-Americans simpatizantes de la revolución llegó a Cuba para participar en un viaje de reencuentro con sus raíces en la isla. Consciente de lo que podía representar simbólicamente esa apertura, Fidel Castro en persona los recibió calurosamente. Eso daría paso en noviembre de 1978 a un « diálogo » con lo que se vendría a denominar la « Comunidad cubana en el exterior », representada en su mayor parte por una oposición moderada al régimen o cansada de un exilio tan largo. Esta negociaría con Castro la liberación al año siguiente, en 1979, de unos tres mil presos políticos, algunos de ellos encarcelados desde cerca de 20 años, y su partida hacia Estados Unidos. El « diálogo » y el acercamiento concluirían con la ocupación en abril de 1980 de la embajada de Perú por más de diez mil candidatos al exilio y con el subsiguiente éxodo del Mariel, cuando unos ciento veinticinco mil cubanos abandonarían la isla rumbo a la Florida. La aceptación por el Gobierno cubano de que la Cámara de Representantes interrogara a los ex-cónsules en México formaba parte de esos intentos de romper el « bloqueo » (el embargo, en realidad), establecido por la administración americana del Presidente republicano Eisenhower desde 1960 y endurecido por la del Presidente demócrata Kennedy a partir de 1962.

La convocación de Azcue y Mirabal en septiembre de 1979, después de dos reuniones celebradas con ellos en La Habana, demostraba sin embargo que las interrogaciones sobre una posible conexión castrista con el magnicidio de Dallas persistían. Pero era muy improbable que, a partir de esos testimonios, se reabrieran las investigaciones, ya que la Cámara era en su mayoría demócrata y, por lo tanto, dispuesta en su mayoría a seguir la política conciliadora de Carter.

La agudeza implacable de las preguntas de los miembros de esa comisión a los dos ex-cónsules cubanos en México podría, sin embargo, dejar pensar lo contrario. En efecto, los dos hombres, que no hablaban inglés y, por lo tanto, tenían que recurrir a intérpretes, se vieron empujados a confesar sus contradicciones. El interrogatorio fue intenso, interrumpido solamente por pausas de pocos minutos. El tono era directo y no admitía dilaciones. Los Representantes volvían una y otra vez sobre lo que podrían parecer detalles a primera vista pero no lo son. Así es como lograron sacarle al ex-cónsul Eusebio Azcue, ya retirado en Cuba, que Oswald, al llegar a la Ciudad de México, había ido directamente, el viernes 27 de septiembre, al consulado de Cuba antes de ir a pedir una visa a la embajada soviética. Y, sobre todo, que no había estado allí solo dos veces ese viernes, tal vez fuera de los horarios de apertura de la sede, de las 10 de la mañana a las dos de la tarde, sino tres. Además, la tercera fue un sábado, un día en que normalmente los funcionarios no atienden a nadie. A menos de que se trate de alguien que disponga de alguna información de suma importancia. Las declaraciones de Sylvia Durán, recogidas pocos días después del magnicidio, en 1963, y las de Eusebio Azcue y Alfredo Mirabal, dadas a conocer solamente en 1978, concuerdan en la versión de los hechos. Hubo una fuerte discusión entre Oswald y Azcue, por negarse éste a extenderle inmediatamente una visa de tránsito, y eso a condición de que consiguiera antes una con destino a la Unión Soviética. Oswald lo trató entonces de « burócrata », de la misma forma que calificaba a los « camaradas » soviéticos cuando residía en Minsk, en la República de Bielorrusia, antes de 1962, donde tuvo ocasión de conocer a algunos becados cubanos, enviados por centenares en aquella época a la URSS.

Pero esa versión tal vez fuera elaborada en Cuba, después de la muerte de Kennedy. Cuando el ex-cónsul Azcue concluyó su misión en México ¿fue a petición suya o del Gobierno cubano? Las explicaciones suyas, apoyadas en deseos de reunirse con parte de su familia que residía ya en la isla, resultaron enredadas. Pero aún más sospechosas fueron sus explicaciones sobre las distintas copias del formulario que rellenó Lee Harvey Oswald para pedir su visa de tránsito a Cuba. Eran seis copias, finalmente puestas a disposición de los investigadores, pero no coincidían entre ellas: en otros términos, habían sido falsificadas. Y, en sus declaraciones, Azcue defendió la tesis de que no había reconocido en la persona considerada como culpable de los disparos contra el Presidente americano, a quien dijo haber visto por primera vez en la pantalla cuando Jack Ruby lo asesinó, al hombre que se había presentado ante él pocas semanas antes. La descripción que dio no correspondía para nada a Oswald. Su sucesor en el cargo, Mirabal, quien dijo encontrarse en México por ponerse al día en los asuntos de la legación diplomática, afirmó por su parte haber captado solamente algunas bribas de la discusión que hubo entre ellos, ya que se encontraba en un despacho aledaño. Pero ¿por qué no intervino, si se trataba de un enfrentamiento verbal a gritos?

Después del 22 de noviembre de 1963, ya en Cuba, el ex-cónsul Azcue fue convocado rápidamente no por el ministerio de Relaciones exteriores sino por el ministerio del Interior. Tuvo largas conversaciones allí con el temible comandante Manuel Piñeiro, apodado « Barbarroja », entonces jefe del Departamento América del Comité central del Partido comunista de Cuba, el organismo encargado de todas las operaciones guerrilleras en el mundo, particularmente sobre el continente americano pero también en África o en el Medio Oriente, y luego de la Dirección General de Inteligencia, la DGI. Piñeiro era el interlocutor directo de todos los dirigentes revolucionarios partidarios de la lucha armada. Y uno de los hombres de confianza de Fidel y de Raúl Castro para todas sus intervenciones encubiertas, que fueron innumerables. « Barbarroja » murió en 1998 en un accidente de automóvil en La Habana, manejando teóricamente su vehículo -aunque no sabía conducir- por las calles del barrio del Vedado. Salía de una recepción en la embajada de México, donde se había explayado ¿demasiado? sobre ciertos secretos del poder que él conocía mejor que nadie. Tenía la intención, confiada a algunos periodistas extranjeros, de escribir un libro cuyo propósito era volver sobre ciertos asuntos sensibles[8]. Su muerte sigue siendo uno de los enigmas más impenetrables de la cúpula castrista.

En la ciudad de México, Oswald quizás no estuvo solamente en los consulados de la Unión Soviética y de Cuba. También habría participado, según ciertos testimonios, en una reunión (un party) en casa de Sylvia Durán y su esposo con intelectuales simpatizantes de la revolución cubana. Uno de ellos llama particularmente la atención: el de la escritora Elena Garro, por aquel entonces casada con el poeta, futuro premio Nobel de literatura y uno de los mayores críticos del castrismo a partir del « caso Padilla » en 1971, Octavio Paz, más tarde divorciada de él. La escritora, quien estaba acompañada por su hija Elenita, afirmó haber hablado con Oswald y haber visto allí a un cubano negro, pelirrojo, descripción que corresponde con la del nicaragüense Gilberto Alvarado. El FBI interrogó en dos ocasiones a Elena Garro poco después del asesinato de Kennedy pero desechó sus declaraciones por considerarlas contradictorias y por concluir que la escritora tenía demasiada imaginación.

En las sesiones de la comisión sobre asesinatos de la Cámara, varios Representantes apuntan, sin embargo, a otro escritor, el inglés Comer Clark, quien tuvo un encuentro con Fidel Castro en 1967. Clark publicó el contenido de su conversación: 

      « Lee Oswald vino a la embajada cubana en la ciudad de México dos veces. » Castro siguió:

     « La primera vez me dijeron que quería trabajar para nosotros. Le pidieron que explicara en qué, pero no quiso decirlo. No entró en detalles. La segunda vez dijo que quería « liberar a Cuba del imperialismo americano ». Luego dijo algo así como: « Alguien tendría que matar a ese Presidente Kennedy. » Luego Oswald dijo –y es exactamente así como me lo reportaron a mí: « Tal vez yo intente hacerlo. »

     ("Lee Oswald came to the Cuban embassy in Mexico City twice," Castro went on.

"The first time -I was told- he wanted to work for us.

"He was asked to explain, but he wouldn't.

"He wouldn't go into details.

"The second time he said he wanted to 'free Cuba from American imperialism.'

"Then he said something like: 'Someone ought to shoot that President Kennedy.'

"Then Oswald said -and this was exactly how it was reported to me- 'Maybe I'll

try to do it.')

     Comer Clark transcribe así el final de su diálogo con Fidel Castro:

     « Sí, yo oí hablar del plan de Lee Harvey Oswald para matar al Presidente Kennedy. Yo hubiera podido salvarlo, pero no lo hice. »

     (« Yes, I heard of Lee Harvey Oswald’s plan to kill President Kennedy. It’s possible that I could have save him, but I didn’t. »)[9]

Naturalmente, se dijo que ese diálogo nunca había tenido lugar y que Comer Clark, que trabajaba para un tabloid inglés, se lo había inventado. Sin embargo, Castro pudo haber cometido un desliz y hablado más de lo necesario, en medio de su verborrea habitual con todos y cada uno de sus interlocutores.

Cada vez que los Representantes apuntaban hacia un posible conocimiento del plan por las autoridades cubanas, los dos cónsules, Azcue y Mirabal, respondían airadamente, con una argumentación semejante, retomando palabras o ideas del « Comandante en jefe », que condenaba cualquier forma de « terrorismo ». Así, Eusebio Azcue:

 « No mencionó nada por el estilo a ninguno de nosotros, y mucho menos hubiéramos transmitido ese tipo de información a Fidel. No veo cómo nuestro Comandante en jefe hubiera podido estar al corriente de alguna conversación que Oswald decía haber tenido con uno de nuestros agentes. Los únicos agentes presentes eran los tres que he mencionado –los dos cónsules y la secretaria. En primer lugar, yo nunca habría tolerado una conversación de esa naturaleza porque, sin lugar a dudas, se hubiera tratado de una provocación, y nosotros no permitimos que se nos provoque. Nuestra revolución nunca hizo tratos con nada que tuviera relación con el terrorismo, y mucho menos con la muerte del Presidente Kennedy. ¿Qué hubiera sido de nosotros si hubiéramos intervenido en eso? Es ridículo pensar que podíamos haber intentado meternos en la boca del lobo, y eso ha sido reafirmado repetidamente por nuestro Comandante en jefe. Nosotros nunca hemos practicado el terrorismo. Nosotros nunca hemos apoyado el terrorismo, inclusive en los casos en que simpatizamos con los puntos de vista de los que lo practican. »

El ex-cónsul respondía indignado a la sospecha de que Fidel Castro hubiera podido no estar detrás del atentado sino simplemente estar al corriente de que se fuera a producir. Sin embargo, varios testimonios e indicios apuntan hacia esa posibilidad.

En cuanto a la afirmación de que la revolución cubana nunca apoyó el terrorismo, es lícito dudar, a la luz de la historia del movimiento castrista desde la lucha insurreccional en Cuba hasta en los años más recientes, una vez conquistado y consolidado el poder. La convicción proclamada por Eusebio Azcue solo demostraba una indignación calculada, común a los discursos de los militantes revolucionarios cubanos, quienes repiten los elementos de lenguaje ideológico inculcados por la plana mayor. Fidel Castro en persona se había dejado llevar ante algunos de sus interlocutores hasta insinuaciones de que le podía ocurrir algo al Presidente americano si seguía amenazándolo verbal o militarmente, después del desembarco de Bahía de Cochinos en 1961, de la « crisis de los misiles » en 1962 y de la « operación Mangoose », que consistía en apoyar ciertas operaciones militares contra la revolución desde la Florida u otros puntos del territorio americano, que seguía en pie en el momento del asesinato de Kennedy.

 A pesar del abandono por su administración de los combatientes de la Brigada 2506 que combatió en Bahía de Cochinos, John Kennedy y su esposa Jacqueline recibieron a los presos liberados el 29 de diciembre de 1962 por el Gobierno cubano, a cambio de 53 millones de dólares en tractores y productos para bebés, con todos los honores en el Orange Bowl de Miami. Las negociaciones habían sido llevadas a cabo, bajo la supervisión directa de Robert Kennedy, por el abogado James B. Donovan. Extrañamente, Donovan fue acusado más tarde por los servicios secretos cubanos de haber querido cometer, en 1963, uno de los múltiples intentos de asesinato atribuidos por el Gobierno cubano a la CIA, cuando en realidad su intervención en la negociación había concluido en diciembre de 1962, en vísperas de Navidad. La ceremonia y las palabras de los Kennedy, sobre todo las de Jackie, muy emotivas, pronunciadas en español (« Es un honor para mí estar en medio de los hombres más bravos que haya en el mundo… »), reafirmaban su apoyo a los combatientes hasta que el estandarte de la Brigada flotara en La Habana, lo que jamás llegó a producirse.

 Al final del interrogatorio del cónsul Mirabal, quien precisó haber sido comunista desde antes de la revolución castrista para rechazar la posibilidad de una pertenencia de Oswald al Communist Party de Estados Unidos, el chairman Stokes, de la Comisión de investigación de la Cámara de Representantes les agradeció sus testimonios a los testigos, así como la cooperación brindada por las autoridades cubanas durante las dos estancias efectuadas por él mismo y por otros Representantes en la isla, entre el 30 de marzo y el 4 de abril y entre el 26 y el 29 de agosto de 1978. Así mismo le expresó su « profundo agradecimiento » (deep appreciation) a Fidel Castro, con quien pudo reunirse, junto con otros miembros de la Comisión, durante cuatro horas en el transcurso de su primer viaje. Castro se mostró dispuesto a hacer todo lo posible para aclarar todo lo que podía rodear una tragedia de ese tipo[10].

Sin embargo, el tono de las preguntas y de las observaciones lanzadas por esos mismos Representantes a los dos cónsules cubanos en México demostraban que esa conversación no los había convencido y que, efectivamente, necesitaban muchas más aclaraciones.

Ellos disponían, en efecto, de algunos informes secretos del FBI y de la CIA, transcritos en lo que se dio a llamar el « Lopez report ». En su esencia, se concentraban en las visitas de Oswald a los consulados de la Unión Soviética y de Cuba entre finales de septiembre y principios de octubre de 1963.

Poco después de su llegada a la Presidencia de Estados Unidos en enero de 2017, Donald Trump ordenó la desclasificación de todos los documentos secretos sobre el asesinato de Kennedy. 3100 documentos pertenecientes a la CIA y al FBI iban a ver por fin la luz. Pero las dos agencias gubernamentales se opusieron rotundamente a la publicación en línea, prevista para el 26 de octubre según una ley votada en 1992, veinticinco años antes. Solamente 2800 fueron revelados, quedando unos 300 bajo resguardo en los Archivos Nacionales. La presión sobre el Presidente, incluso por parte de Mike Pompeo, entonces director de la CIA, más tarde secretario de Estado, fue demasiado fuerte. « I have no choice », declaró. La razón invocada fue que varios de los agentes involucrados están vivos aún y que el contenido de los testimonios y grabaciones pueden dañar a la vez la seguridad nacional y las relaciones con una potencia extranjera, México en la ocurrencia.

Esos archivos aún vetados no contendrían revelaciones sobre la presencia de otro u otros asesinos, colocados en la grassy knoll de Dealey Plaza, en Dallas, de donde habrían surgido los disparos, en lugar del Texas School Book Depository, donde se encontraba Oswald. Pero sí sobre su estancia en la ciudad de México, entre fines de septiembre y principios de octubre de 1963. 

De los hechos ocurridos en la legación diplomatica cubana en México y de las respuestas evasivas de los funcionarios interrogados, se puede deducir que la máxima autoridad cubana estaba, al menos, informada de las palabras de Oswald que apuntaban hacia un posible intento de asesinato del Presidente americano, aunque no lo apoyara[11].  

Referencias

[1] Report of the Warren Commission on the assassination of President Kennedy, New York, Bantam Books, 1964.

[2] George Orwell, 1984, London, Sexker and Warburg, 1949.

[3] Los castristas y sus seguidores tienen muy poca imaginación. En enero de 2019, el presidente venezolano Nicolás Maduro retomaba esa consigna : « Donald Trump, hands off Venezuela ! » Le había sido dictada, sin lugar a dudas, por su mentor Raúl Castro.

[4] Carlos Bringuier, Red Friday, 1969, Operación Judas, Miami, Universal, 1993, Crime without punishment, 2013.

[5] La infiltración en los medios anticastristas del exilio es uno de los métodos más comunes de la revolución, tal como se ve en la serie de la Televisión cubana En silencio ha tenido que ser, o con la « Red Avispa », que desembocó en el encarcelamiento y la condena en Estados Unidos entre 2001 y 2014 de varios espías, considerados y glorificados como « los cinco héroes » por el Gobierno de la isla, que dio lugar en 2019 a una película propagandística de Olivier Assayas.

[6] Jim Garrison, A heritage of stone, New York, Paperback, 1970.

[7] Cfr. Peter Kornbluh, Bay of Pigs declassified. The secret CIA report on the invasion of Cuba, New York, The New Press, 1998.

[8] Véase sobre ese tema el libro de Corinne Cumerlato y Denis Rousseau, L’île du docteur Castro, París, Srock, 2000.

[9] Gus Russo, Live by the sword. The secret war against Castro and the death of JFK. Baltimore, Bancroft Press, 1998, p. 224.

[10] Fidel Castro se plegó regularmente a esa afirmación suya. Incluso accedió a recibir en Cuba, en 1997, al hijo del Presidente asesinado, « John-John » Kennedy, entonces director de la revista George, quien seguía investigando sobre las razones y sobre los responsables de la muerte de su padre. Murió en un accidente de avión en 1999.

[11] Es también la convicción de Brian Latell, antiguo analista de la CIA, autor de varias obras sobre el castrismo, entre ellas Castro’s secrets, New York, Palgrave Macmillan, 2012. Léase también su entrevista por Axel Gyldèn en la revista L’Express del 24 de abril de 2012, en la que afirma que Jean Daniel estuvo « manipulado » por Castro. 


Jacobo Machover nació en La Habana en 1954 y vive en París desde 1963. Es actualmente catedrático en lengua, literatura y civilización hispánicas en la universidad de Aviñón, en Francia. Escribe indistintamente en español y en francés. Ha sido crítico literario y periodista en revistas y diarios como Magazine littéraire y Libération, así como corresponsal en París de Diario 16 y Cambio 16. Colabora en Revista de libros y Revista hispano-cubana. Entre sus libros se encuentran la novela Memoria de siglos (Madrid, Betania, 1991), la recopilación de relatos El año próximo en… La Habana (Madrid, Cocodrilo verde, 2001), y los ensayos La memoria frente al poder. Escritores cubanos del exilio: Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas (Valencia, Prensas Universitarias de Valencia, 2001), La dinastía Castro. Los misterios y secretos de su poder (Madrid, Áltera, 2007), La cara oculta del Che. Desmitificación de un héroe “romántico” (Barcelona, Ediciones del Bronce-Planeta, 2008), El terror “humanista”. Tribunales revolucionarios y paredón en Cuba (1959), Madrid, Editorial hispano-cubana, 2010 y El Sueño de la barbarie, Atmósfera Lite, 2012 y El exilio lejos del paraíso, Atmósfera Literaria, 2016.

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