Introito al dossier “Homenaje a Lilliam Moro”

HÉCTOR MANUEL GUTIÉRREZ

NOTAS AL VUELO 

La consciencia en el cuerpo de Lilliam Moro nos abandonaba por segunda vez el 14 de marzo del 2020. Era la culminación de un proceso que, además de doloroso, fue precipitado, debido más que nada, a las complicaciones de la pandemia, como bien saben los contribuyentes al presente trabajo. Pocos días después del deceso en Miami, intercambié un inusual número de llamadas telefónicas, a la vez tristes y desesperadas, de y al móvil de Lilliam, que quedó en posesión de su esposa. En uno de los intercambios, la imagen de Julia con su cubre-bocas en la pantallita del mío, me sorprendió. Ya estaba sentada en un avión rumbo a Europa, tras la terrible odisea de conseguir un asiento en uno de los pocos vuelos disponibles que no le garantizaba estar a salvo de la contaminación del mal. Éramos presa del caos global que ya invadía a los Estados Unidos, no sin antes producir estragos en Italia y en la mismísima España que la esperaba. 

La idea de un dossier homenaje, nació en medio de una conversación entre Lilliam, Julia y yo, en la que abordábamos el tema de su retorno a los vivos, después de varias semanas en estado de coma. Tuvo lugar en una de mis visitas a su último hogar, un modesto apartamento en Liberty City, situado a unos pasos del Auditorio Joseph Caleb Center. Una vez compartidos los pormenores de aquella, su “primera muerte,” como ella misma la describía, me dijo, resguardada en una impresionante convicción “Héctor, yo creo en milagros”, a lo que inmediatamente, sin previo ensayo respondí: “y yo también”. Por supuesto, ahora puedo revelar que tomé la frase de nuestra amiga como una señal de aprobación al proyecto que en ese preciso instante germinaba en mi ínsula.

Con un poco de osadía e imaginación y el visto bueno de Julia, escribí la convocatoria. Entre los dos, empezamos a hacer los contactos, ella desde Madrid, yo desde Miami. La acogida entre muchos de los escritores, lectores o simplemente personas que la conocieron, fue muy cálida y solidaria. Recibimos unas tres decenas de promesas y poco a poco empezaron a llegar las contribuciones, constituyendo éstas dos tercios del número original. Cada una de ellas traía una visión muy particular, acorde con el carácter y entorno de quien las escribía, pero todas, en su naturaleza y motivación intrínseca, se complementaban y encajaban amorosamente en nuestro afán totalizador. En nombre de mi aliada en el proyecto y el mío propio, agradezco con genuino espíritu de camaradería las contribuciones de los individuos que con esfuerzo e interés, hicieron posible la realización de este humilde y merecido reconocimiento a la obra y ejemplo de nuestra Lilliam Moro.

Mi intervención en la peculiar colección de acercamiento y evaluación a la poeta cubana que hoy recordamos, no debe ir más allá de esta especie de introito. No soy más que un fiel catalizador y curador. La labor entusiasta, conocedora, personal y espiritual en unos o literaria y académica en otros, es más que suficiente para darle forma y contenido al proyecto. Soy uno de esos afortunados que han leído su obra antes de conocerla. Más de uno de los poemas de su autoría, recopilados, o más bien rescatados por mi colega y amigo Jesús Barquet, en su antología historiográfica de autores de Ediciones El Puente, me conmovieron cuando me tocó visitar sus textos por primera vez. Ya a temprana edad mostraba una angustiosa visión existencial que coqueteaba con la muerte, como vemos en una de sus creaciones:

Mi vida

es una larga sucesión de esperanzas

recomenzada antorcha de luces consumidas

emergidos cadáveres que surgen del recuerdo

contorsionando el alma

mientras los dedos bailan

esta canción ajena

lejana

indiferente

Cuando llegó el día en que pude estrechar su diestra o darle un abrazo hermano, para mí el momento fue, más que epifanía, una confirmación. Afortunadamente no estoy solo en este criterio. La cristalización de esta compilación es prueba fehaciente de ello, pues a todo lo largo de los enfoques del dossier se respira la adherencia a una poesía o narrativa que no es selva impenetrable o laberinto de imposibilidades, como muestra el segmento que cito. Las razones para crearlo sobraban. Entonces, ¿Para qué esconder un hecho tan obvio? Conocer a Lilliam Moro, fue siempre un caer bajo el hechizo de su luz. Es decir: al leerla salta a la vista una feliz coincidencia de la esencia de la mujer que conocimos y un imaginario transparente que fascina. No se pulsa en sus trabajos lucha alguna por convencer a críticos empedernidos, que sí los hay, ni convertirse en la mujer poeta que se acomoda a todos los gustos. Tampoco es imprescindible que así sea. Su mayor empresa, su innata intencionalidad, no es competir, ni siquiera persuadir: es, sencillamente, en el más ingenuo y modesto sentido metafísico, ser. 

¿POR QUÉ UN DOSSIER HOMENAJE A LILLIAM MORO?

De mi época de estudiante universitario hace ya décadas, recuerdo una anécdota que me resultó simpática y didáctica a la vez. En una feria de las flores [eufemismo medieval para lo que hoy llamaríamos un festival de poesía] me tocó a mí presentar a la organizadora del evento, mi profesora favorita de aquel entonces. Con profundo respeto y admiración, dije tímidamente al micrófono: "Recibamos con un cálido aplauso a la poetisa Diana Ramírez de Arellano”. Ostentando aquel apellido de alta alcurnia, no por matrimonio, sino como legado materno, la excéntrica y popular maestra de entusiastas futuros poetas salió al escenario y cariñosamente agradeció la presentación. Acto seguido, con su acostumbrado sentido del buen humor, me dijo [verbatim y con voz amplificada por los parlantes de un auditorio repleto de estudiantes y profesores]: "Héctor, la próxima vez que me llames 'poetisa', pues te llamo a ti también poetiso." 

Aquel momento quedó grabado en mi ínsula como una lección de luminosa gravedad. El tono jocoso de la educadora celaba, de modo sabio y sutil, importantes permutaciones conceptuales, en este caso, razones feministas que hasta ese momento no habían repercutido en mi cerebro. Como buena conocedora, la catedrática supo inculcarme además, las implicaciones lingüísticas del vocablo, que, para mí y quizás para el resto de la audiencia, todavía no eran tan obvias. De ahí que desde ese entonces, las llame a todas, poetas, con la salvedad de la P mayúscula, signo que utilizo cuando me refiero a una “poeta poeta”, como describía mi amiga Lilliam Moro a los rapsodas de su preferencia. 

“Todo se transforma,” dice la canción del uruguayo Jorge Drexler, y la percepción se aplica a tantas cosas, que más que un concepto teo-filosófico, es ya una entidad generalizada. Gracias en gran parte a los cambios utilitarios de los vaivenes de nuestra contemporaneidad, el surgimiento, modificación y adaptación de viejas y no tan viejas palabras, gana gran proliferación y con frecuencia se asocia a infinitos campos del entendimiento. Como consecuencia de la libertad de uso y abuso, más la inmediata aplicación en la praxis, los significados y malentendidos se multiplican. Y ni hablar de la adulterina interpretación. El fenómeno ya no nos sorprende, pues la increíble rapidez con que se extiende la aparición de nuevas palabras en los medios sociales es irrebatible. Desafortunadamente, con el auge cibernético, las transformaciones no son siempre profundas o trascendentes. Quiéranlo o no, con los avatares socio-económicos que impulsa la tecnología mediática de nuestros tiempos, la lengua de Cervantes también se deteriora o, en el menor de los casos, se sofistica. Si tiene usted alguna duda al respecto, hágale una visita a las arcas de las academias de la lengua española y verá que la evidencia de este principio es avasalladora.

Lo que abordo más arriba nos lleva al término dossier, galicismo comúnmente aceptado en cuestiones relacionadas con archivos de documentos y otras entidades sistémicas de usos variados. Originalmente significó un paquete de papeles, derivado de la palabra dos que significa detrás. Esto se refiere a las etiquetas que se fijan a la parte posterior o la columna vertebral de los archivos. La versión más aceptada es, y cito: “un documento escrito, en soporte físico o en versión digital, que presenta información sobre varios aspectos de un individuo o una institución, ya sea de carácter público o privado. El término, si bien no parece pertenecer a nuestra lengua, muchos diccionarios de español lo adoptan como un giro ya instaurado que no necesita de una traducción específica para que otra persona entienda de qué se está hablando. Asimismo, dossier, si quisiéramos traducirlo, significa expediente o ‘informe.” [Fin de la cita].

Sin embargo, en el universo de la literatura, el giro asume otra dimensión y — ¿por qué no? —  otra exclusividad. Y es esa exégesis genérica, la opción parlamentaria a  que me refiero. En un dossier de esta naturaleza, se ensamblan nombres de escritores y poetas con el común denominador de evaluar la labor de colegas conocidos a nivel personal o a través de sus obras. 

En nuestro caso en particular, concebirlo, planearlo y hacerlo realidad, resultó ser un experimento lleno de desafíos. Fue una tarea que, debido a la tiranía global de la pandemia y a situaciones relacionadas con la distancia [en ocasiones en el sentido metafórico], no estuvo exento de dificultades. Mas los inconvenientes perdieron relevancia, a medida que la empresa se nutría del amor, calor y disponibilidad de los contribuyentes que se sumaron al llamado del editor. 

A estas alturas, establecida y re-visitada la noción que nos ocupa, puedo responder con espontánea lealtad a la pregunta del título. Existen sólidas y bien fundamentadas razones para crear un documento que conmemore la presencia de la poeta Lilliam Moro en nuestro contorno cultural. Además de ser un gesto de apreciación y admiración, sería un acontecimiento justo, necesario, a la vez crucial y festivo. De ahí que, por legítima propiedad, lo llamemos dossier, con todo el rigor que se merece esta autora. 

Para robustecer el tema, permítanme traer a colación su reacción a una pregunta incluida en una breve entrevista que publiqué no hace mucho. Entre otras cosas, en ésta me interesaba percatarme de sus reflexiones existencialistas, después de haber “regresado” de un largo estado de coma:

“El mito del Ave Fénix —me decía Lilliam— simboliza la capacidad del ser humano de pasar de su total destrucción a una profunda regeneración. Una vez que se ha cruzado el umbral de lo Desconocido, ya no se es la misma persona. El agradecimiento por una segunda oportunidad te obliga a la benevolencia con el resto del mundo, a manejar la realidad con más flexibilidad, tratando de soltar las amarras de la rigidez de ciertas verdades absolutas. En mí no se produjo un giro de ciento ochenta grados, sino un fortalecimiento de mi actitud de fluir con los acontecimientos, el aceptar que todo lo que sucede tiene un propósito, aunque nunca logremos saber cuál es, que el azar no existe y que no podemos competir con Dios, porque en definitiva, estamos inmersos en un Misterio que es imposible de interpretar. No hay mayor incógnita que el Amor, pues no se puede explicar, solo dejarse poseer por él y ser su canal de expresión. El Amor es la metáfora de Dios.” 

Con estas palabras lapidarias, puedo concluir que el proyecto es, y seguirá siendo, un esfuerzo más en la serie de acercamientos que, en sus intentos de recordar a la poeta, la reviven y renuevan. Hago constancia de que ese Amor con letra mayúscula al que se refiere, se extendía a su afición a la escritura. Sus últimos dos libros, que concibió ya consciente de que no tendría la oportunidad de escribir más, son prueba fehaciente de su dedicación. Son a la vez una confirmación de las alusiones epistemológicas en la cita.

Los familiarizados con el espléndido imaginario de Lilliam, su órbita creativa y halo espiritual, encontrarán en esta compilación, además de una cuidadosa selección poética, un abrazo familiar; quizás un íntimo y consolador apretón de manos o una sonrisa de camaradería, como muestra la foto. Para los que no la conocen, las ofertas de los colegas serán una noble remuneración a sus inquietudes de lector, una puerta abierta y útil a un mundo por descubrir.

No. 3 Insularis Magazine. Marzo 2022

https://www.amazon.com/HOMENAJE-LILLIAM-MORO-DOSSIER-Editorial/dp/B09186JYYB


Héctor Manuel Gutiérrez, Miami, ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido con poemas, ensayos, cuentos y prosa poética para Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous, Suburbano, Eka Magazine y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky. Ha sido reportero independiente para los servicios de “Enfoque Nacional”, “Panorama Hispano” y “Latin American News Service” en la cadena difusora Radio Pública Nacional [NPR]. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Es miembro de Academia.edu, National Collegiate Hispanic Honor Society [Sigma Delta Pi], Modern Language Association [MLA], y Florida Foreign Language Association [FFLA]. Es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011, CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, Authorhouse, agosto de 2015, CUANDO EL VIENTO ES AMIGO, iUniverse, abril del 2019 y DOSSIER HOMENAJE A LILLIAM MORO, Editorial Dos Islas, marzo del 2021. Les da los toques finales a tres próximos libros, AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, antología de ensayos con temas diversos, ENCUENTROS A LA CARTA, entrevistas y conversaciones en ciernes, y LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato.

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