Fernando Poo, 1869: Destino Final

JOSÉ RAÚL VIDAL Y FRANCO

Todo esfuerzo de los cubanos para lograr su independencia siempre contó con la simpatía del pueblo norteamericano. La determinación de remover la Capitanía General de La Habana y su ejército de la isla entrañó la misma aspiración de justicia que la revolución americana de 1776. La supuesta condición de colonia siempre fue regida por los intereses políticos económicos de Madrid más que por las propias necesidades de cualquier provincia de ultramar. Sin embargo, también es un hecho que el gobierno español de la isla intentó —entre ligerezas y vaivenes de fuerza—, una política cuasi - conciliatoria en los meses previos a la revuelta del 10 de octubre de 1868.  

La isla debatía su permanencia en medio de los intereses criados en todo sector social. El régimen del capitán general Francisco de Lersundi y Hormaechea (1866-69) era demasiado Bourbon como para adaptarse a aquellos que acababan de derrocar las reglas de Isabel II  durante la Gloriosa o Septembrina de 1868.¹ Luego, Domingo Dulce Garay,  Gobernador y Capitán de Cuba (entre 1862-1866 y 1869), toma el lugar de Lersundi y trata de suprimir la revuelta a través de una oferta de amnistía. Su mandato se caracterizó por una política apaciguadora y liberal con oposición al tráfico de esclavos que le granjeó la enemistad de los españoles asentados en Cuba, así como por la decretada libertad de prensa una vez subrayada sarcásticamente por José Martí como Dulcificadora en su célebre artículo El Diablo cojuelo. Allí, quizás el único momento que hace uso de la ironía en su obra, describe de un plumazo la tensión social del momento, con fecha 19 de enero de 1869:

En los tiempos de don Paco era otra cosa. ¿Venía usted del interior, y traía usted una escarapela? —al calabozo! —¿Habló usted y dijo que los insurrectos ganaban o no ganaban?—al calabozo!—¿Antojábasele a usted ir a ver a una prima que tenía en Bayamo?—al calabozo!—Contaba usted tal o cual comentario, cierto episodio de la revolución?—al calabozo! —Y tanta gente había ya en los calabozos, que a seguir así un mes más, hubiera sido la Habana de entonces el Morro de hoy, y la Habana de hoy el Morro de entonces. Puede por esto colegirse lo que por acá queremos a aquel buen señor, de quien dirán las historias que se despedía a la francesa.²

De conjunto, los cubanos se oponen a la medicación del diálogo o apertura como mismo dicta el clima político e ideológico en Madrid. Todo intento llegaba tarde a ambas partes. Y la rebelión comenzada en el oriente cubano pronto causa que La Habana regrese a la política de exclusión más severa que se hubiese practicado en la isla antes de los eventos de octubre de 1868. La oferta de amnistía es retirada y se emite la orden de no tomar prisioneros, sino de fusilar como corresponde a cualquier acto de guerra declarada contra el gobierno en curso. 

En ese contexto, convulso y plagado de incertidumbres, pululan las acusaciones y arrestos. Y para abril de 1869, entre 300 o 400 prisioneros políticos son confinados a la Estación Fernando Poo (Boiko). Anótese, por ejemplo, que solamente el 21 de marzo, por orden expresa del capitán general Dulce, habían salido 250 deportados a bordo del San Francisco de Borja, con el itinerario siguiente:

Cuba/Puerto Rico, Puerto Rico/Madeira, Madeira/Cádiz, Cádiz/Canarias, Canarias/Cabo Verde, y finalmente Cabo Verde/ Fernando Poo. 

Todos formaban parte de insurrectos apresados antes y durante el levantamiento en Las Villas. Según señala Juan Bosch, fueron sentenciados a la deportación como única manera de evitar su fusilamiento, que los voluntarios reclamaban estentóreamente.³

Súmese el hecho, muy significativo, además, de que los deportados mayormente son blancos con recursos financieros unos, o propietarios vinculados a la producción otros. Lo corrobora la inexistencia de negros en esta expedición capturados en iguales circunstancias que fueron condenados a presidio dentro de la isla o sufrieron otras condenas que no contemplaban la deportación, al menos física. Esto no quiere decir que los negros no fueran deportados, pero a condición de la raza el tratamiento se encausaba por entre otras variantes.  Téngase en cuenta que desde 1859 hasta 1898, las autoridades de la isla subordinaron el funcionamiento socio-político y económico de la Guinea española (Fernando Poo-Boiko) a las disposiciones administrativas dictadas desde La Habana, considerada la Capitanía General de Madrid en América (léase Cuba y Puerto Rico). Saben además que cualquier negro que junto a su amo —en su recorrido de deportado—, pisara un territorio donde no existiera la esclavitud como institución, tenía que ser puesto en libertad de inmediato y la causa contra su amo sobreseída. 

El tema de las deportaciones formaba parte de la agenda del congreso en Madrid. Al decir de Pellón Rodríguez, se discutía en los siguientes términos:

El destierro a Fernando Poo se tiene, lo mismo en España que en las provincias de Ultramar, por uno de los mayores castigos; y aunque siempre es doloroso experimentarlo, aun cuando no fuese más que por la distancia a que se encuentra, la opinión que generalmente se tiene de aquel país es muy errada, sobre todo por los daños que origina en la salud a los procedentes de Cuba, pues no sufren allí las enfermedades que atacan a los europeos y además hallan fácilmente ocupación lucrativa y un clima enteramente análogo al de las Antillas, y más libertad que la que disfrutarían en Canarias, donde tendrán precisión de estar vigilados y sujetos a las autoridades.⁴

Mientras tanto en la isla, el gobierno de turno no escatima esfuerzo para evitar que el levantamiento del oriente cubano se extendiera al centro y occidente de la isla. De ahí que la mayoría de los deportados formaban parte de los grupos que intentaron levantarse en Las Villas.

Añádase el hecho de que el levantamiento en Cuba el 10 de octubre de 1868, ocurre casi simultáneamente al levantamiento militar que depone a Isabel II en España, el 19 de septiembre de 1868. Por otra parte, el desarrollo económico en el Oriente, Camagüey y Las Villas, era mínimo respecto al occidente de la isla. Detalle que explica en mucho el esfuerzo español por limitar el conflicto a esas regiones, las contradicciones del momento, el regionalismo durante el mismo conflicto, el por qué la guerra no adquiere una dimensión nacional y el ulterior fracaso que lleva a la rendición de las armas cubanas en 1878.

La deportación masiva era práctica sobre todo tratándose de sujetos de clase media y alta confinados en principio a Isla de Pinos cuando todavía eran pocos y controlables.  Pero el contexto cambia y requiere mayor atención. Ahora mediaría el océano.

La isla Fernando Poo (Boiko) está situada en la costa occidental de África en la ensenada de Biafra al extremo del Golfo de Guinea. Es una de las más exóticas que adornan el mar de la zona con una extensión de 70 km y 32 de ancho. Está cubierta de una vegetación exuberante y bosques inmensos que llegan hasta la orilla. Su fauna es muy variada. En ella se encuentra una amplia variedad de primates y de aves exóticas ocultas entre el excesivo follaje tropical.  El pueblo indígena Bubi es el pueblo autóctono de la isla, cuyo asentamiento se produce hacia los siglos V-VI aproximadamente, luego del arribo de pequeñas expediciones provenientes de diferentes puntos de la costa de la ensenada de Biafra. A fines del XVIII se integra al imperio español tras la presión de Gran Bretaña para comprarla y frenar el tráfico de esclavos.    

Desde entonces Madrid vuelve la atención sobre sus posesiones en el Golfo de Guinea. Y en lo sucesivo se elaboraron varios proyectos de desarrollo económico que contemplan la colonización de la isla con los negros emancipados de Cuba.  La idea era mantener la pacificación de Fernando Poo introduciendo las costumbres, lengua, religión y cultura española que habría de conducir a su hispanización definitiva y alejaría toda aspiración inglesa sobre la misma.  El proyecto, además, pretendía disminuir la tensión que generaba la presencia de los emancipados en el seno de la sociedad esclavita cubana.⁵ De ahí que en la década de 1850 varias localidades de África occidental ya habían comenzado a trascender su función original como punto de partida para la trata de esclavos, convirtiéndose de modo operacional en un lugar de intercambio en la dirección inversa. Cabe apuntar que entre 1859–98, en lo que pudiera considerarse su período antillano, Fernando Poo entra a jugar un papel decisivo —de vía y término—, para canalizar una estrategia de distensión político – administrativa condicionada desde La Habana. Inicialmente se concibió como un destino para el movimiento hacia el este, primero para los negros emancipados, y poco después como destino final de deportados políticos.

Unos 10 años antes de que comenzara la guerra en Cuba, en octubre de 1868, la isla es utilizada como colonia carcelaria para los deportados políticos cubanos confesos o presuntamente vinculados a los movimientos de insurrección separatista de la época.

Los convictos se emplean para hacer carreteras y cortar árboles durante largas jornadas al resistero del sol o bajo intensas lluvias. La malaria mató muchos de ellos. También los relatos del cuerpo de sanidad militar español documentan extensas bajas por disentería. Era alarmante la alta morbilidad y mortalidad asociadas a fiebre, dolor abdominal y diarrea con deposiciones de mucosidad y sangre. Según reportes del cuerpo, los negros son las únicas personas que sobreviven en la isla durante mucho tiempo.

La prensa norteamericana de la época se hace eco de la situación y las deportaciones. Y no duda en informar a la opinión pública sobre la cantidad de tumbas que atestiguan la mortandad entre los blancos en aquel lugar. Asímismo, subraya que the transportation of these political prisoners to Fernando Poo is an outrage against humanity and a disgrace to civilization.⁶

Para entonces el levantamiento en Cuba ya había logrado resultados importantes, aunque de ninguna manera concretaba su objetivo principal. Lejos estaba de definir la separación. Y a pesar de que toda la isla se entusiasma con los tambores de guerra, la autoridad colonial limita el conflicto a la región oriental. No obstante, la emancipación de los esclavos por parte de los insurrectos fortaleció la causa y aumento la simpatía en el extranjero.

The Herper’s Weekly enfatiza el hecho de que It is impossible to ascertain the true history of the conflict which has been fought.  That they have not been such in their results as to increase the confidence of the Spaniards is clear from the continual stream of reinforcements pouring in from the mother country.⁷

Y en efecto, alrededor del 18 de febrero —bajo el mando del general Lesca—, una expedición de 3000 soldados arriba en cuatro vapores al puerto de Nuevitas.⁸ Luego de la organización pertinente en tierra, Lesca parte hacia el interior con el objetivo de levantar el asedio a Puerto Príncipe. Su propósito se cumplió, pero aparentemente a un elevado costo material y humano. La marcha del general a través de la Sierra de Cubitas fue acosada de continuo por el fuego de los insurgentes. Mucha de la baja española fue dejada en cuevas a lo largo de la Sierra; otra se aglomeró en la impedimenta. Según registros se contabilizan 31 muertos y 82 heridos en los reportes del mando español. Entre los cubanos fueron 2 muertos y 15 heridos. Cuenta la leyenda de campesinos de la zona que en la noche aun se escuchan los quejidos y tormentos de los soldados atrapados en las cuevas.

Las noticias que corrían en Estados Unidos sobre el conflicto cubano habían captado la atención de la opinión pública y el gobierno al punto de que la misma prensa aseguraba que:

It seems probably that our Government will soon recognize Cubans. The meeting held at Steinway Hall in this city on the evening of March 25 indicates the strong hold which the Cuban cause has already gained upon the sympathies of our people. Henry Ward Beecher made a very effective speech, and Mr. Paul Du Chaillu, to whom we are indebted for many of the facts presented in this connection, gave a graphic description of Fernando Poo, an made an eloquent plea for Cuban Independece.⁹

Poco quedaba del esplendor de antaño a la corona española que sufría los embates de muchas contradicciones tanto en su política exterior como doméstica. La inclusión de Fernando Poo en el magro balance de un imperio anquilosado entre el exceso del control colonial y la corrupción de sus gobernantes, funciona solo como una medida de contención y control que exacerbó la opinión pública en todos los círculos políticos y sociales de Europa y América.

Madrid no escatimaba esfuerzo para incrementar la represión en medio de un contexto de insurrecciones y disgustos sociales en la lejana isla de Cuba. La deportación estaba a la orden del día. La interpretación de la ley permitía imponerla tanto por delitos comunes como políticos. El contexto dictaba la sentencia. Ante la mirada de Madrid la misma legislación daba a entender que se abusaba de esta pena mandando a la Península o a distintos puntos de África a reos acusados de cualquier delito. Pero nada frenaba los excesos de una permisibilidad cuasi dictada entre los recovecos de la ley. Consta en el Ministerio de Ultramar que cada sentenciado era seguido de un expediente que detallaba el embarque desde Cuba hacia Puerto Rico —desde donde continuaban viaje a la Península—, así como las comunicaciones cruzadas entre los gobernadores civiles de las provincias por las que van pasando. Estos expedientes incluyen nombre, estado civil, color, naturaleza, profesión u oficio, fecha de llegada a la Península y al lugar donde debe cumplir la pena. 

La instrucción bajo pena de deportación se enmarcaba en los extremos de un diapasón amplísimo que agrupaba desde las prácticas de extrañamiento —adjudicadas a extranjeros considerados indeseable, fundadas en cuestiones de seguridad interna o externa para el gobierno—, hasta los propiamente descritos bajo el concepto de relegados, desterrados y confinados, según el Código Penal de 1870, descrito en los artículos 111º, 112º y 116º, respectivamente. Cualquier indicio que condujera a uno de estos conceptos siempre dio lugar a deportaciones, incluso sin haberse instruido el caso en su totalidad.

De ahí la utilización de territorio distantes del foco de disturbios que desafían el poder establecido en las posesiones de ultramar. Con la deportación forzosa a zonas remotas se implementa el más efectivo aislamiento de prisioneros políticos. Las plazas africanas ofrecían esa ventaja además de la fácil vigilancia y la complicación de cualquier intento de fuga.

El mando de La Capitanía General de la Habana fue también manipulado por los que ostentaban el poder económico entre españoles y canarios residentes en la isla. Los oficiales de turnos, imbuido por los intereses político- económicos de la burguesía con su clase media satélite —administradores, propietarios de almacenes y transportes, abogados, médicos, etc., tuvieron que implementar actos represivos contra todo aquel probado o presuntamente sospechoso de simpatizar con la causa rebelde. Entre los más habituales contamos las confiscaciones, encarcelamientos, fusilamientos. Y para los más afortunados: la deportación. El clima de revueltas y represiones sirvió además para que proliferara la corrupción administrativa y se canalizaran las más bajas pasiones de la venganza y la envidia para incautar bienes.

A la larga, los costos fiscales, financieros, institucionales e ideológicos de la corrupción terminaron socavando el control colonial de la isla. El Estado percibe cada vez menos ingresos y el contribuyente cubano se ve forzado a cotizar una deuda pública cada vez más creciente. En ese contexto, mientras este último tuvo que pagar por el aumento de los costos de la corrupción y de los funcionarios públicos corruptos, los contratistas militares y financieros privados se beneficiaron sobre manera. 

Del mismo modo, los Capitanes Generales de turno se vieron desbordados por la intolerancia de los españoles residentes en Cuba que se mostraron reacio a cualquier concesión a los cubanos que implicara perdida de su hegemonía socio-político y económica en la isla. Creían ser los albaceas de la ley y el orden.  

El sexenio 1868-74 resulta particularmente convulso en la esfera del poder político en España tras el derrocamiento de Isabel II. La desestabilización del gobierno, sinónimo de vértigo y emoción, hace mellas lo mismo en la Península que en Cuba donde los criollos ricos —alentado por ideas reformistas o autonomistas unos, anexionistas o separatistas otros—, se lanzan en bloque a la manigua creyendo sentar las bases para el inicio de una especie de revolución burguesa que beneficiaría a todos, especialmente, en el orden económico.

Ante la mirada del público norteamericano existen dos lecturas, diríamos tendenciosas. Una desea que isla rompa nexos con España; la otra que Estados Unidos controle el azúcar de Cuba: independencia frente a anexión. Sin embargo, a pesar de los abusos admirativos, y la corrupción que de continuo lo confirma, Norteamérica no le es hostil a España y vela porque se implemente el Neutrality Act. Sabe que es horriblemente mal gobernada y mal administrada; que el cubano no solo tiene que someterse a impuestos internos sin representación, sino además no es admitido en los servicios públicos y políticos de la sociedad.

Los disturbios en la finca De Majagua generaron a posteriori el fenómeno de la deportación que impactó tanto la población como a todas las instancias del poder político a lo largo de la isla. La guerra fue iniciada por personas de buena fe que se reunían en secreto para discutir el destino político económico de la isla.  Terminó diez años después en fracaso a causa de desacuerdos radicales, los excesos propios de la guerra y confianza errónea en el regionalismo. Se prolongó porque parecía más fácil disimular que admitir que había sido consecuencia de decisiones inapropiadas que mediaban entre el mando civil y los mandos  militares, así como la ineficacia de llegar a un final que concretara las razones por la que había comenzado. Una guerra de agonías para las partes involucradas. Se estima que unos 100 000 ¹⁰ cubanos habrían muerto para el final de la guerra en 1878. Al menos 91 000 ¹¹ soldados españoles también perecieron en el conflicto, ya fuese en combate o por enfermedades. 

Por la parte española se acentúa de modo especial la incapacidad y corrupción administrativa para hacer frente a la revuelta comenzada en el oriente cubano que impactó la estructura e instancias de la Capitanía con relevos y destituciones que poco o nada aportaron a la terminación de un conflicto interno que llegó a prolongarse por 10 años.

La implementación de deportaciones para frenarlo se presenta como una salida desesperada que subraya la ausencia de una respuesta nítida por parte de la metrópolis—: lo mismo desde Madrid que desde La Habana. La falta de previsión política de las autoridades españolas nunca aquilató el hecho de que aquel evento del 10 de octubre de 1868 era camino de una sola vía para el pueblo cubano en su anhelo por independizarse de España y por el cual no había punto de regreso. El propio historiador Nicolás Estévenez Murphy, sintetiza esos años de disensiones políticas y deportación a ambos lados del Atlántico, subrayando que:

Todavía nos lamentamos algunos del fracaso evidente de la revolución española, pero ésta no fracasó en la Península sino después de algunos años de luchas y debilidades y torpezas; donde fracasó vergonzosamente desde el primer día fue en las colonias.¹²

Para muchos cubanos y españoles fue una brutal guerra civil. Para otros, un sangriento episodio político-económico de una lucha por la independencia. Pero lo cierto es que para todos los que estuvieron dentro o fuera del conflicto, e incluso para aquellos que simplemente la seguían a través de la prensa, la Guerra de los Diez Años fue un evento de agonías que impactó a familias cubanas y españolas de todo estrato social. Ninguna de las dos partes ganó.

Citas y Referencias

*  Las deportaciones forzosas, lo miso desde las provincias de Ultramar que desde España, tenían dos puertos finales: Canarias y Fernando Poo. Y aunque nuestro trabajo se centra en Fernando Poo, vale apuntar que — en igual período—, Canarias fue destino final de elementos liberales durante los eventos que marcaron el reinado de Isabel II en septiembre de 1868. Su utilización fue más exclusiva para el destierro de españoles peninsulares que participaron notablemente en el golpe contra la Corona en 1868. La nómina incluye a célebres personalidades del momento como el Duque de la Torre, Caballero de Rodas, López Domínguez, Serrano, Milans del Bosch, López de Ayala, etc., entre muchos otros.

1-  La Revolución de 1868, llamada la Gloriosa o Revolución de Septiembre, también conocida por la Septembrina, fue una sublevación militar con elementos civiles que tuvo lugar en España en septiembre de 1868 y supuso el destronamiento y exilio de la reina Isabel II y el inicio del período denominado Sexenio Democrático.

2-José Martí: El diablo cojuelo, en O.C. 1, 31.

3- Juan Bosch: De Cristóbal Colon a Fidel Castro, p. 661.

4- Pellón Rodríguez: intervención en el Congreso de los Diputados, el día 9 de julio de 1869, sobre los deportados cubanos a Fernando Poo. Diario de Sesiones de las Cortes, N. 163, p. 3602.

5- Archivo Histórico Nacional (AHN) Ultramar, leg.  4620, exp. 24.

6- Harper’s Weekly. A Journal of Civilization. New York, April 10, 1869. Vol. XIII. —No 641, p. 226. (Printed).

7- Harper’s Weekly: op. cit.

8- El Capitán General organizó una columna de las tres armas (artillería, infantería y caballería) que puso a la disposición del general Juan Lesca a quien entrega el mando del Distrito Central luego de relevar de su cargo al Gobernador Militar de Camagüey. El 18 de febrero de 1869 había desembarcado en la ensenada de la Guanaja el célebre general ya con informes puntuales de inteligencia sobre la presencia de insurrectos a lo largo de vía férrea de Nuevitas apostados por el general Quesada.

9- Harper’s Weekly, 226. (Printed).

10- Entre las bajas cubanas por distintos conceptos se estiman unos 100.000 muertos, de ellos: 40.000 guerrilleros (25.000 de ellos por enfermedades y represión), 60.000 civiles, en combates, por enfermedades y represión. Los rebeldes nunca movilizaron más de 15.000 soldados a la vez.

11- Entre los españoles se estiman unos 90.000 muertos, de ellos, 81.000 soldados españoles (54.000 de ellos por enfermedades), 5.000 infantes y milicias cubanas, 3200 infantes de marina españoles, y 1700 marineros españoles.  España envió 150.000 soldados y reclutó 166.000 cubanos.

12- Estévenez Murphy, Nicolás: Fragmento de mis memorias. Madrid, 1903, p. 197.

BIBLIOGRAFÍA

Archivo Histórico Nacional (AHN) Ultramar

Bosh, Juan: De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El caribe frontera imperial.

Cordón, Lorenzo. M. V.: La Revolución y La República.

Diario de Sesiones de las Cortes. Congreso de los Diputados, el día 9 de julio de 1869.

Estévenez Murphy, Nicolás: Fragmento de mis memorias. Editorial: Hijos de R. Álvarez, Madrid., 1903.

Harper’s Weekly. Printed.

Martí, José: El diablo cojuelo, en O.C. 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.


José Raúl Vidal y Franco. Nació en La Habana en 1968. Ensayista y crítico. Profesor investigador de la obra martiana. Autor de José Martí: a la lumbre del zarzal (2014) y Los Versos libres de José Martí: notas de imágenes (2015). La Narrativa cubana del Exilio (2015). Otros trabajos suyos incluyen: El ritmo semántico como principio estructurador de los Versos libres (1995). La naturaleza en Martí: motivo de una reflexión (1995). Amor con amor se paga: un proverbio inmenso (1994), Lo de Puerto Príncipe (1994). Autor adjunto de Ediciones Homagno. Colaborador de Nagari, Revista de Creación Literaria. Vive en el exilio, Miami desde 1998.

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