Cien días de poder

ARMANDO M. D’FANA

Entre la voluntad de cambio y la sombra del absolutismo

 

Cien días pueden parecer un suspiro en el calendario del poder, pero son suficientes para mostrar el alma de un gobierno, y también para medir la ansiedad ciudadana frente a ese poder. Ya he vivido este tiempo simbólico antes. Ocurrió en los cien días previos a las elecciones de 2016; imposibles de olvidar. Más tarde, con el triunfo del Partido Republicano, llegaron los primeros cien días de Trump en el poder, que estremecieron las bases del establishment en Washington. La guerra entre republicanos y demócratas se intensificó exponencialmente con el paso de los meses. Juicios políticos, despidos, amenazas, y por último, la pandemia —que, para mí, expuso el peor manejo de salud pública en la historia médica mundial.

Cuántas barbaridades se cometieron en su nombre

 

Después vinieron mis Cien Días de Insomnio, donde consideré desde el inicio de la campaña a Joe Biden como un político corrupto e inepto —por razones morales y de salud— para ocupar la silla presidencial. Pero ello ocurrió, y el tiempo, junto al laptop de Hunter Biden, confirmaron mis consideraciones. Me mantuve escribiendo durante toda su presidencia —mejor dicho, durante los cuatro años en los que nunca supe con certeza quién ejercía verdaderamente la presidencia.

Luego publiqué Cien Días de Insomnio II, diario reflexivo que acompañó la cuenta regresiva hacia unas elecciones históricas, donde por primera vez un candidato fue forzado a retirarse de la contienda —Biden— y sustituido por otro —Kamala Harris— no elegido por el Colegio Electoral. Si consideraba que Biden no era buen candidato, Kamala superaba esa opinión hasta la estratósfera. Todos sabemos los resultados: ganó la democracia y la razón; perdió la ignorancia y el odio.

Hoy regreso a ese mismo umbral de tiempo —pero con un nuevo contexto: los primeros cien días del segundo mandato de Donald Trump. Y lo hago con la misma premisa de siempre: no seguir hombres, sino ideas. Escribo desde la independencia, desde la duda activa, desde esa frontera donde el ciudadano no se calla, aunque no pertenezca del todo a ninguna tribu.

             

 Trump 2016 vs. Trump 2024

Entre la disrupción y la reafirmación del poder

 

En 2016, Donald Trump llegó a la presidencia como una anomalía política —una corriente que, por cierto, comenzó a observarse también en el ámbito continental y europeo: Argentina en América, Italia en Europa. Su victoria fue una bofetada al establishment de ambos partidos y un síntoma de un país cansado del discurso tradicional, del agotamiento institucional y del auge de la doctrina progresista de la izquierda radical. En aquellos primeros cien días, su presidencia fue una ráfaga de órdenes ejecutivas, una narrativa de confrontación con los medios y las instituciones, y un intento explícito de desmontar los consensos globalistas que habían dominado la política estadounidense por décadas —y que tanto daño le estaban causando a la economía nacional.

Hoy, en 2024, Trump no llega como outsider, sino como el primer presidente en más de un siglo en recuperar la Casa Blanca tras haberla perdido. Ya no es el novato disruptivo, sino el hombre que regresa con cuentas pendientes, aliados leales y enemigos declarados. Su segundo arranque no se siente como un experimento, sino como un ajuste de cuentas. Bien lo entendieron aquellos que mantuvieron a Biden en el poder, al punto de hacerlo firmar —si es que alguna vez vio el documento— un perdón anticipado por delitos aún no juzgados.

Y hay un detalle que no debe olvidarse: casi al final de la campaña, Trump fue víctima de atentados que conmocionaron a la nación y al mundo, y marcaron un punto de quiebre emocional en la contienda. Para muchos, esos ataques no solo evidenciaron el clima de polarización extrema, sino que reforzaron la narrativa del Trump asediado por las fuerzas del sistema: el líder resistente, el candidato mártir. Su imagen levantando el brazo ensangrentado, gritando “¡Luchen!”, pasará a la historia como uno de los gestos más aplastantes en la victoria de una campaña electoral.

La diferencia es crucial: en 2016, Trump gobernaba con la duda de si podía imponer su visión. En 2024, gobierna con la certeza —o al menos con la intención— de consolidarla. Y en ese tránsito, la figura que antes parecía improvisada ahora luce decidida, más disciplinada en su estrategia política, aunque no necesariamente más transparente.

 

El espejismo de la inmediatez

 

Sería tentador —y hasta cómodo— emitir un veredicto rápido sobre estos primeros cien días.

Recuerdo aquellos primeros días y meses tras el triunfo de la revolución en mi patria, cuando hasta la muchedumbre celebraba los gritos de “¡paredón!” y aplaudía las absurdas leyes de intervención estatal. Ese mismo Estado que, más de sesenta y cinco años después, sigue en el poder, tiranizando al pueblo.

O, más reciente, las críticas contra Nayib Bukele en El Salvador, por defender los derechos de las víctimas y no del victimario. Y aún más elocuente: la política económica de Javier Milei en Argentina, que para muchos ha comenzado a rozar lo milagroso.

Analizar cada orden ejecutiva, cada titular, cada gesto de poder como si en sí mismos contuvieran su impacto real no es lógico ni prudente. Porque el poder no se mide por sus primeras palabras, sino por sus consecuencias. Y esas, por definición, tardan en llegar.

He leído y escuchado muchas promesas en este tiempo. Algunas suenan a restauración constitucional; otras, a imposición unilateral. Pero evaluar el resultado de esas acciones ahora sería un ejercicio de especulación, no de pensamiento. El análisis honesto exige espera, contexto, perspectiva. No me interesa contribuir al ruido de quienes convierten cada movimiento político en una victoria o un desastre. Prefiero la duda activa, la vigilancia cívica que no se deja arrastrar por la urgencia.

Porque en política —como en literatura— el tiempo no es solo un marco: es también un filtro. Y aún no ha pasado el suficiente.

Ciudadano frente al poder:

Entre la vigilancia y la sumisión

 

En todo proyecto de poder, el ciudadano tiene solo dos caminos: someterse o vigilar. Puede disfrazarse de fervor partidista, de resignación pragmática o de indiferencia cínica, pero al final la elección es esa. Y cada gobierno, cada narrativa dominante, pone a prueba esa elección con nuevos métodos. Por ello, yo elijo el disfraz de ciudadano independiente, que exige democracia, libertad y orden.

Trump —como cualquier líder que acumula discurso y aparato— exige una ciudadanía alerta. No porque sea un monstruo ni un salvador, sino porque concentra poder. Y el poder, sin vigilancia, se corrompe. La pregunta no es si nos gusta su estilo, su tono o sus enemigos; la pregunta es si lo estamos observando con la misma exigencia con que observamos a sus predecesores.

En 1887, el historiador y político británico Lord Acton escribió en una carta dirigida al obispo Mandell Creighton: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.”

Yo no archivaría esa frase. La mantendría enmarcada frente a mi escritorio, para recordar su sentencia cada día.

La libertad —ese bien que se nombra tanto y se cuida tan poco— no se garantiza sola. Se cuida desde abajo, desde esa actitud casi artesanal de no dejar pasar una mentira sin nombrarla, ni una verdad sin comprobarla. Aunque, a veces, para los medios, una verdad que se esconde termina convertida en mentira.

A Trump no se le debe temer más de lo que se le debe exigir. Lo mismo que a cualquier otro presidente.

Mi compromiso no está con un nombre. Está con la idea de que el ciudadano debe ser incómodo, molesto, incluso rebelde, si ve amenazada su autonomía. Prefiero dar tiempo al desarrollo de la idea, aunque también prefiero equivocarme por ser crítico que ser cómplice por quedarme callado.

Epílogo breve: pensar sin permiso

 

No hay que temer a los gobiernos que piensan distinto, sino a los que no toleran que pensemos distinto. Son esos los que fomentan el odio y tienden a esclavizar.

En estos primeros cien días del regreso de Trump, no busco certezas, sino preguntas bien formuladas. No quiero respuestas discursivas en X, ni interminables ruedas de prensa. Me aterra el malgasto público y las regulaciones absurdas que asfixian la economía, pero más me duele el silencio —y el permisismo— de quienes consienten tales actos.

No escribo para defender un nombre, ni para atacar otro. Escribo porque pensar sigue siendo un acto de responsabilidad, incluso —y sobre todo— cuando incomoda.

La historia no se escribe con titulares, ni con tuits, ni con urgencias fabricadas. Se escribe con tiempo, con perspectiva, y con la conciencia de que cada paso de un gobierno deja huellas más profundas que su retórica. Por eso prefiero observar, esperar, contrastar. No para quedarme al margen, sino para no equivocarme de trinchera.

Escribir, para mí, es una forma de no rendirme. Aún cargo en mi espalda el dolor de ver a mi pueblo sin libertad. Por eso, en este nuevo país que me ha acogido, y con el respeto profundo que le guardo a su gente, seguir escribiendo es la manera más digna que tengo de seguir siendo libre.

Cuando lo que se espera es obediencia o silencio, pensar —pensar sin permiso— sigue siendo, incluso hoy, el más urgente de los deberes y actos civiles.

  

Armando M. D’fana.  Periodista y escritor cubano radicado en Miami.  Es miembro de la junta directiva del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio.


Armando Manuel D’Fana (Cuba, 1950) es poeta, narrador y ensayista. Después de cinco años de estudio en la Escuela de Medicina de la universidad de la Habana, fue expulsado por motivos ideológicos en 1980, partió al exilio en 1982. Reside en Estados Unidos, donde ha desarrollado una intensa labor cultural, literaria y política. Es autor de varios libros de poesía y ensayo, entre ellos Poemas del confinamiento y Cien Días de Poder, obra esta pronto a publicarse que analiza la estructura y narrativa ideológica del actual gabinete de Donald Trump. Es miembro activo del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio.

Previous
Previous

Fragmentos de "Las mafias literarias en Cuba"

Next
Next

De follies y bataclán habanero 1920-1930