Un socialismo a la inversa. Fragmento de “El libro prohibido”

ARIEL HIDALGO

Con la expropiación de los trabajadores independientes culminó, en Cuba, en 1968, el proceso de instauración de este modelo. Miles de trabajadores independientes fueron despojados de sus modestos medios de sustento durante la mal llamada “ofensiva revolucionaria”, ya fueran pequeños talleres, cafeterías, barberías, lavanderías, y hasta los más modestos medios de los vendedores ambulantes. Es decir, no sólo no empoderaron a los trabajadores, sino que también expropiaron a los que laboraban con sus propios medios.  

¿A quién explotaba el dueño de un carrito de helados o un vendedor de fritas? ¿Qué daño hacían? Porque no sólo se estaban ganando la vida honradamente, sino que además estaban prestando servicios valiosos a la población, sobre todo suministros de productos alimenticios. A todas esas familias se les arrebató a la fuerza esos pequeños medios de subsistencia que con mucho sacrificio habían logrado establecer. Se las robaron, es la palabra correcta. La mayoría de esas personas, con las inmensas dificultades impuestas para emigrar, tuvieron que permanecer en Cuba y pedirle empleo al mismo ladrón que les había robado. No tuvieron otra opción que incorporarse al ejército de asalariados del gran capital universal, el monopolio absoluto del Estado centralizado.  

Cuando la autoridad es la que roba, encarcela o mata en juicios sumarísimos sin ninguna garantía procesal, no hay defensa posible, porque no hay tribunales independientes, ni prensa libre para denunciarlo, porque todos los periódicos, las estaciones de radio y todos los canales de televisión, han sido también engullidos por ese Estado. Es como un ejército de vándalos que no responde a ley alguna sino sólo a sus caprichos, que entra a un pueblo y lo saquea completamente llevándose todas las mercancías y todo objeto de valor. Pues esto fue justamente lo que ocurrió, y quizás peor, porque los vándalos originales llegaban, lo saqueaban todo y hasta lo arrasaban, pero luego se iban, y los sobrevivientes volvían a reconstruirlo todo nuevamente, pero éstos no, éstos llegaron para quedarse y no había posibilidad de reconstruir nada.  

Cuando esto ocurrió, yo estaba en prisión con una condena de cinco años por desertar de un campamento de la UMAP e intentar huir del país por vía marítima, pero al ser eliminados estos campamentos por denuncias presentadas en Naciones Unidas, todos los casos fueron cerrados y fui amnistiado. Años después, cuando necesitara papeles de antecedentes penales para salir del país como preso político, no los encontré. Supuestamente nunca había estado preso, y la UMAP nunca había existido. 

Pero lo interesante fue que al ser liberado y salir a las calles tras dos años de prisión, tuve la impresión de encontrarme con una ciudad fantasma. Recuerdo que entré a una cafetería y me encontré todos los estantes vacíos, la dependienta, dormitando con el codo apoyado en el mostrador, y cuando le pedí una gaseosa, me miró asombrada como preguntándose de dónde había salido yo. Por supuesto que me fui con las ganas de tomar la gaseosa. 

Desde el principio, 1960, para quienes estaban al tanto de los pasos que daba eso que por entonces sólo se conocía como “la revolución”, debió ser muy indicativo el hecho de que fuera expropiado el Havana Hilton, porque este hotel no pertenecía a los Hilton, encargados sólo de su administración, sino al sindicato de los gastronómicos cubanos. Es decir, el expropiado no era un latifundista ni una compañía extranjera sino los propios trabajadores. Esto debió alertar de lo que vendría después. 

Si no sólo no entregaron a los trabajadores los medios con que laboraban sino que desposeyeron a los pocos que los tenían, sindicatos, cajas de ahorro y retiro de los trabajadores, a los mutualistas, y asociaciones de profesionales, y a los trabajadores independientes, lo que se hizo, fue un socialismo a la inversa en relación con las concepciones originarias de los primeros teóricos del socialismo, desde Fourier, Proudhon y hasta el propio Marx, de poner los medios de producción en manos de los trabajadores, antes de que los “camaradas” rusos, hicieran su propia interpretación de la teoría marxista de la revolución, como ya vimos, un modelo copiado luego en otros países, porque permitía el poder absoluto con todas las riquezas de la nación en sus manos. En este extraño “socialismo” no se empoderaba a los trabajadores, sino que se les despojaba de los pocos medios de producción que poseían.  

`En el fondo no había una guía ética o ideológica de los pasos a seguir: no se trataba de despojar a las clases explotadoras como la burguesía o los terratenientes y de favorecer a los explotados, sino de controlarlo todo, despojar a cualquiera que poseyese algo, no importa si eran capitalistas o trabajadores. 

El discurso posterior de que, al intervenirse industrias, tierras, bancos y comercios, entre otros bienes de producción, los asalariados eran liberados de la explotación capitalista y se convertían en propietarios de esos bienes, fue el más grande de todos los fraudes. Como ya vimos, el propio Martí había alertado acerca de lo que llamara “funcionarismo autocrático”, que el trabajador, “de ser esclavo de los capitalistas… iría a ser esclavo de los funcionarios”.   

Y entonces Martí pasó a un segundo lugar en la iconografía oficialista, y el primero lo ocuparía Marx, quien comenzaba a considerarse ideólogo de aquel proceso. Pero Marx también habría criticado al nuevo modelo cubano, calificando al Estado recién creado en lo que llamara, en el tomo III de El Capital, “el supremo terrateniente”, ya que, como había alertado, la estatización de las tierras no implicaba necesariamente el fin del latifundio: “Cuando no son terratenientes privados, sino el propio Estado, como ocurre en Asia, quien los explota directamente como terrateniente además de enfrentarse a ellos como soberano, coinciden la renta y el impuesto”. Y agregaba: “El Estado es aquí el supremo terrateniente”. Y en sus Manuscritos Filosóficos de 1844, calificaría a semejante sistema de “comunismo grosero”, donde el Estado actuaría como un “capitalista universal”. Estos primeros pasos dejaban entrever cuál iba a ser la suerte de todas las riquezas del país.  

El nuevo Partido Comunista, liderado por el grupo de dirigentes “históricos” y su flamante líder - formado por tres de los grupos que habían participado en la lucha insurreccional, entre ellos los comunistas del PSP -, se autoproclamó “vanguardia de los obreros y campesinos”, dirigían, en nombre de ellos, al nuevo Estado que acaparaba todas las riquezas con un ejército de burócratas designados desde ese nuevo poder.  

El silogismo era muy simple: Todo pertenece al pueblo, yo soy el representante del pueblo, ergo, todo me pertenece. Así comenzó el proceso de instaurar el fatídico modelo del centralismo monopolista de Estado que nos ha llevado al abismo. 

Desde entonces, el destino de la nación se hallaría en las manos exclusivas y omnímodas de un solo hombre que gobernaba por decretos, sin constitución ni asamblea legislativa alguna, y que no sólo controlaba los cuerpos represivos y una maquinaria de vigilancia omnipresente, sino también los tribunales, la prensa y todos los medios laborales. La totalidad de las instituciones y asociaciones estaban subordinadas al único partido permitido legalmente. Así se completó la instauración de un sistema nacido más bien de una regresión a los aspectos más reaccionarios del pensamiento hegeliano, pues, como ya vimos, fue Hegel quien había propuesto “llevar la Sociedad Civil, la voluntad y la actividad del individuo, a… la unidad sustancial del Estado”.

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Ariel Hidalgo (La Habana, Cuba). Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana. Su primer libro, Orígenes del Movimiento Obrero y del Pensamiento Socialista en Cuba, fue incluido en la bibliografía suplementaria de todas las carreras de Letra. Premiado en el concurso de Ensayo convocado por la Universidad de Panamá sobre José Martí y el Istmo de Panamá. Siendo Profesor preuniversitario de Filosofía para estudiantes de Bachillerato, fue condenado a ocho años de cárcel en 1981 por un manuscrito publicado posteriormente con el título de Cuba, el Estado Marxista y la Nueva Clase. Tras siete años de prisión, liberado por una campaña internacional, viajó a los Estados Unidos. Ha publicado, además, las obras Disidencia, El más grandioso de todos los secretos, Jesús de Capernaún, Apocalipsis, la Gran Revolución Civilizatoria y El Libro Prohibido.

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