Fragmento de “La explosión del cometa”

JOSÉ HUGO FERNÁNDEZ

(Fragmento inicial de un libro dedicado a la obra literaria de Félix Luis Viera)

¿Por qué un poeta deja de escribir versos? Tal vez exista una sola razón disfrazada con diversas evasivas. Tal vez ninguno esté absolutamente seguro de que la razón que expone es la única que tuvo. Es presumible que la decisión de dejar de escribir poesía obedezca a esas quijotescas sinrazones que a la razón se acomodan. De cualquier manera, si nos atenemos al extendido tópico según el cual los poetas nacen, no se hacen, por más que luego necesiten cultivar esa esencialidad que les lleva a sentir y a pensar la poesía incluso antes de haber escrito el primer poema, algo parece quedar fuera de dudas, y es que de igual modo que no basta con escribir versos para ser poeta, tampoco a un poeta, para dejar de serlo, le bastará con dejar de escribir versos. Hasta donde se sabe, ni siquiera los poetas suicidas se inmolaron como perentoria para dejar de escribir. Al contrario, quizás lo hicieron al comprender que por mucho que les afectase, no podían purgar la existencia sino en clave poética. Son obviedades, pero no impiden que ante cada nuevo ejemplo de renuncia vuelva a detonar la intriga y se despliegue otra vez el manto trágico. Con la excepción de muy puntuales casos, como el de Jaime Gil de Biedma, de quien cuentan que dejó de escribir poesía desesperado ante la imposibilidad de convertirse en poema él mismo, los únicos que por lo general no demuestran ver enigma ni drama en el asunto son los propios poetas que renuncian. A nadie le interesaron tan poco como a Rimbaud las explicaciones sobre su célebre silencio. Reinhard Jirgl, el notable narrador-poeta alemán, consagró lo mejor de su efervescencia vital a escribir libros que él sabía de antemano que no iban a ser publicados, debido a la censura que sobre su obra decretaran en la RDA. Probablemente no aspiraba al merecido reconocimiento en vida. Pero lo cierto es que le llegó, apenas algún tiempo después de la caída del Muro de Berlín. Y he aquí que una vez transformado en un escritor popular y consecuentemente premiado, Girgl resolvería dejar de escribir. La mordaza que jamás pudieron imponerle los gendarmes de la Alemania comunista, se la impuso al parecer la fama con todo lo que le cuelga. Y nada iban a importarle entonces la perplejidad o las demandas y reproches de lectores y críticos. Sencillamente se limitó a declarar que su desistimiento no significaba renuncia sino revalidación.

Aún con menos vehemencia que Reinhard Girgl, y que casi todos los demás, se lo ha tomado Félix Luis Viera, uno de los mayores poetas cubanos de la contemporaneidad. Cuestión aparte es que –al igual que los otros- él aventurase comentarios mediante los que alguien con ganas podría extraer fácilmente motivos para dramatizar la decisión, pero bien examinados, muestran el discreto interés que concede a las explicaciones definitorias en torno al tema. Y él con mayor razón, ya que abandonar la creación poética en términos formales no le acarrea dejar de escribir. Ni siquiera significa que deje de escribir poesía, puesto que nos encontramos ante uno de esos raros protagonistas de la historia de la literatura en cuya obra sobresalen títulos de diferentes géneros pero con niveles de calidad tan homogéneos que resulta imposible discernir cuál es verdaderamente el que mejor lo tipifica y, en particular, cuáles son las diferencias esenciales entre su quehacer poético y el resto.

En la literatura cubana (por no ir más lejos) será difícil hallar otro ejemplo de integridad creativa tan coherente y armoniosamente consumada como la de Viera, algo que puede constatarse a través de un simple cotejo entre sus libros de poesía y narrativa. Que los entendidos y otras sapientes hierbas no lo hayan hecho, o al menos no con la pertinencia que amerita, no revela más que el aturdimiento que viene padeciendo nuestra crítica y la desvertebración que ha impuesto a nuestro panorama literario el que los escritores tengamos que vivir dispersos por las cuatro esquinas del globo, como los bichos de la profecía de Daniel, con alas largas y demasiados colmillos pero con un débil y sangrante corazón humano.

Afortunadamente, Viera ha conseguido vadear las consecuencias de esta limitación, hasta donde es humano conseguirlo. Debe ser por su índole de poeta ecuménico, a fuerza de haber sido capaz de refundar en su interior el terruño perdido y de asumir su lengua de cuna como única identidad. Valdrá tenerlo presente a la hora de interpretar (declaraciones de ocasión al margen) las causas por las que ha renunciado a escribir versos justo en un período de plena madurez, cuando se reconoce apremiado por la necesidad de materializar varios proyectos narrativos para los que, según él, la vida no le alcanzaría. “El olfato me indica –ha dicho- que aún conservo recursos creativos novedosos (novedosos en cuanto a mis posibilidades como escritor) y quiero aplicarlos a la novela”. Pues, ni más ni menos, he ahí un detalle, expresado sin el menor tremendismo, con displicencia incluso. No es que Viera esté dispuesto a apartar los ojos del cometa cuando estalla, sino que se propuso concentrarlos en su núcleo con el fin de administrar más eficientemente las potencias del estallido.

Los demás comentarios que ha ido desgranando para explicar por qué ya no escribe poemas no parecen ser sino atajos destinados a restarle peso a la cuestión, cuando no claramente dirigidos a relativizar el carácter ceremonioso que algunos le conceden. Como no puede aducir (ni aun con la juguetona reticencia de Marcel Duchamp) que ya no crea porque no se le ocurre nada nuevo, resulta manifiesto el tono socarrón que ha empleado para afirmar, por ejemplo, que fue la poesía la que le abandonó a él y no al revés, que se sintió vacío después del último poemario, o que ahora, cuando le llega la “inspiración” para un poema, es capaz de rechazarla con mayor facilidad. Hasta en la que podría ser tomada como su confesión más severa al respecto, contenida en el epigrama “Página en blanco”, de su antología poética Sin ton ni son, se aprecian (o al menos creo yo apreciar) guiños de sátira: “Yo sé que un día me vas a matar”, proclama el poeta ante la página en blanco, precisamente cuando se ha planteado reordenar su sistema de creación con el propósito de llevar adelante las muchas ideas y proyectos de libros inéditos que tiene en el disparador. 

Que Viera no necesita escribir poemas formales para expresarse en cuerda poética, es algo que no debió sorprender al lector de sus novelas, y en especial para el caso a quienes leyeron las últimas que ha publicado. Una muestra que cita él mismo: “En mi novela corta Irene y Teresa, recientemente publicada, hallamos una casa al pie de un bosque. Desde adentro, se puede mirar a un lado y al otro, cómo cae la hojarasca. Brilla el sol, que irradia entre los ramajes. Esta imagen, que se completa con la mujer amada —ella de andar ligero digamos, de sonrisa abarcadora, de gestos resueltos —, cuyo color de piel, ojos, cabellos es ámbar... esta imagen, sin duda poética, me acompañó por más de 30 años, y me acompaña, es poesía”.

El ejemplo nos acerca a ciertas peculiaridades de su poética que ayudan a comprender por qué no parece haberle afectado la determinación de no volver a escribir versos para concentrar todo el poder creativo en la novela. Por lo menos a mí me ayudan. Posiblemente porque mi relación con los libros de Viera es mucho más emocional que intelectual, y porque estas páginas no buscan otra cosa que no sea una aproximación parcial a su obra, circunscrita a mi óptica de lector más o menos atento al que suelen aburrirle (y a veces le asustan) esos análisis de docta densidad que abordan la pulpa como accesorio de la cáscara. 

Vista desde ese prisma personal, la poesía de Félix Luis Viera se interconecta (o se consustancia) con su narrativa a través de fluidos insondables que no sólo determinan su originalidad y el lugar de franca excepción que ocupa dentro de la literatura contemporánea de Cuba (por no ir más lejos), sino que también le han otorgado la virtud de pasearse entre uno y otro género sin importantes transgresiones de estructura y sin tensar siquiera las cuerdas que son propias para cada cual. Podría decirse que tanto en el fondo como en la forma esa inusual capacidad está viabilizada por el coloquialismo que todos señalan como rasgo de su estilo poético. Pero eso tal vez no sea decir mucho. No en todas las ocasiones los versos de Viera son descriptivos, ni son anecdóticos en su totalidad, ni siempre llegan marcados por la impronta oral, pero lo que sí creo notar como una constante en ellos es el uso de técnicas o esquemas narrativos que si bien no forman parte de sus dotes congénitas como poeta (pues vienen acompañando este quehacer desde Homero, por lo menos), fueron absorbidos con tal organicidad que aún más que de un estilo, parecen ser expresión de su naturaleza como persona. Una naturaleza que se manifiesta a la luz de sus significados. No es que él emulsione la poesía a la hora de convertir lo exterior en interior, sino que la despoja de los residuales con que suele recargarla la falsa erudición o la mal entendida modernidad. También, según lo veo yo, obedece a la feliz apropiación de un legado shakesperiano que ya no parece estar de moda (aunque dicen que Shakespeare aún lo está), aquel que enseña a entrar en comunión directa con las situaciones y los personajes, para después, solamente después, extraer de ellos el poema.

Claro que la esencia -mucho más que lo circunstancial- de esta dúctil virtud que revela la obra del poeta para la hibridación de géneros, es un tema sobre el que se podría escribir cientos de páginas, inútiles la mayoría, si es que en verdad lo que importa es la esencia. Por otro lado, tampoco creo que cientos de páginas alcancen para demostrar que el coloquialismo que se le adjudica a su poesía le ha bastado por sí solo para moverse con tanta soltura entre el poema y la novela o el cuento. No escasean los poetas coloquiales o conversacionales en la literatura cubana, y más de uno entre ellos incursionó también en la narrativa, pero ninguno ha conseguido alear ambas formas de expresión de un modo tan genuino. Entonces, por muchas cuartillas que emborronemos intentando desmenuzar el meollo, no es posible llegar a otra causa tan concluyente como la del talento excepcional de Félix Luis Viera y la forma en que su personalidad gravitó sobre el talento para convertirlo en un escritor muy versátil. El más integral y (para mí) el único clásico vivo de nuestras letras, poniendo por delante aquella definición según la cual un clásico es ese creador capaz de interpretar y reordenar brillantemente el canon a partir de la propia autenticidad.   

Para adquirir el libro:

https://www.amazon.com/EXPLOSI%C3%93N-DEL-COMETA-Prontuario-literaria/dp/B08C4DHFWF


José Hugo Fernández (La Habana, 1954) es escritor y periodista. Durante la década de los años 80, trabajó para diversas publicaciones en La Habana, y como guionista de radio y televisión. A partir de 1992, se desvinculó completamente de los medios oficiales y renunció a toda actividad pública en Cuba. Premio de Narrativa 'Reinaldo Arenas' 2017, tiene alrededor de una veintena de libros publicados. Actualmente reside en Miami.

 

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