Entrevista a María Elena Cruz Varela

JOAQUÍN GÁLVEZ

María Elena Cruz Varela (Colón, Cuba, 1953) es una de las voces más importantes de la poesía cubana de la era posrevolucionaria. Su vida y su obra se entrecruzan dado el momento histórico que le ha tocado vivir en su país como luchadora incansable por los derechos humanos durante los años 90, la prisión y luego como exiliada en España y Estados Unidos. Como consigna la crítica literaria Madeline Cámara en su ensayo Vocación de Casandra: “sus poemarios dan fe de una escritura del exceso, producida una vez que se cierran todas las alternativas y más allá del silencio. La fuerza de las imágenes rebasa, en efecto, cualquier intento de domesticar el lenguaje poético en un molde teórico identificable”. Autora de poemarios como Afuera está lloviendo (1987), Hija de Eva, Premio Nacional de Poesía Julián del Casal (1989), El ángel agotado (1992), La voz de Adán y yo (2001), el testimonio Dios en las cárceles de Cuba (2001) y las novelas Juana de Arco: el corazón del verdugo, Premio de novela histórica Alfonso X el Sabio (2003), y La hija de Cuba (2006). La poeta y escritora cubana, radicada en Miami, le concedió esta entrevista a Insularis Magazine.

Irrumpes en la palestra literaria cubana en 1989 al obtener el Premio Nacional de Poesía Julián del Casal con tu poemario Hija de Eva. ¿Cuáles fueron los poetas que más te influenciaron en tus comienzos, así como las circunstancias que incidieron en la escritura de este libro? 

Entre los poetas cubanos anteriores a mi generación he sentido devoción, creo que es la palabra correcta, por la poesía de Emilio Ballagas; ya en mi generación, Ángel Escobar, Soleida Ríos, Efraín Rodríguez y Oscar Kessel influyeron profundamente en mí, en mi cosmovisión poética. La Avellaneda fue siempre, por la intensidad de sus emociones, un referente pero, indiscutiblemente, a partir de un trágico suceso en mi vida personal que no logré explicar con mis propias palabras, me llevó a aferrarme al peruano César Vallejo y con él a cuesta seguí mi camino y, en cuanto a las circunstancias, fueron las motivadas por la inundación de emociones que me ahogaban mientras se iba mi segunda juventud. Entre ellas, la asfixia de la urgencia.

 

Una vez que obtienes el Premio Nacional de Poesía Julián del Casal se produce tu ruptura con la cultura oficial cubana, en 1990, debido a tu Declaración de Principios, y luego firmas la Carta de los Diez como miembro del grupo disidente Criterio Alternativo, razones por las que pagas el alto precio del ostracismo, la represión y la cárcel. ¿Qué nos puede comentar al respecto?

Empezaré por lo del “ostracismo”. Mucho antes del Premio Julián del Casal ya estaba condenada al ostracismo. Participé como jurado en algunos talleres literarios por invitaciones de amigos, nunca por decisión oficial. En realidad, y algunos lo saben y otros hacen como que no, ese premio UNEAC fue organizado más por la confusión del momento que por la voluntad y el deseo de la cultura oficial cubana. La selección del jurado podría decirse que fue “un desliz organizativo” por parte de la directiva de la Unión de Escritores y Artistas. Ya en esa época yo era considerada conflictiva, creo que desde mucho antes. Jamás nadie me propuso para formar parte de la Unión de Jóvenes Comunistas ni nada por el estilo. Siempre tuve fama de tener la “lengua dura” y eso no quiere decir que fuera opositora ni mucho menos, era sólo un “cuerpo celeste” con autonomía y eso no gustaba. Un detalle: Criterio Alternativo fue un grupo opositor, creo que el primero en definirse así, nunca formé parte del sistema, no podía disentir ni tratar de mejorarlo.

¿Cómo es que decides tomar esta postura en contra del régimen cubano y qué importancia ha tenido para ti ser consecuente con tus principios e ideales dentro de un medio cultural postrevolucionario en el que ha escaseado la honestidad y han abundado los intelectuales atados a los mecanismos de poder de la dictadura por tal de mantener cierto estatus de reconocimiento y otras prebendas?

Quizá “cierta locura imprescindible”, como lo definiría años después Eliseo (Lichi) Diego. Cuando no puedo darle la vuelta a las cosas, arremeto de frente. De niña, mi madre me decía: “Eres como los puercos, por donde metes la cabeza, sacas el cuerpo” y no estaba lejos de la verdad, nunca he podido decidir que algo es un problema y no empeñarme en encontrar la solución. Tenía dos hijos menores de los que era responsable y mucho, mucho miedo a la herencia ética que podían recibir. Siempre he creído firmemente que el problema cubano se basa, fundamentalmente, además de en el romanticismo innato, en no tener en cuenta la ética a la hora de tomar decisiones. La segunda parte es que jamás me han interesado las prebendas, ni allá ni aquí, es parte de mi disfunción innata. Ser consecuente es un asunto de lealtad a uno mismo que también tiene que ver con la ética.

Tu novela testimonial Dios en las cárceles de Cuba muestra las vejaciones que sufren las presas políticas cubanas ¿Cómo cambió tu vida esta experiencia carcelaria, tanto humana como literariamente? 

Lo cambió prácticamente en todo. Mis creencias sobre la “debilidad” y la condición de “víctimas” de las mujeres. Sentirse vulnerable y a merced del “otro”, o sea, del “enemigo”, es algo que lacera el alma. Yo no estaba con prisioneras políticas. Sabía que estaba a merced de las prisioneras, comunes todas, que podían “hacerme la cama” por cualquier migaja de “beneficio”. Por suerte, eso no llegó a suceder, al menos, no de manera drástica e irremediable. Pero claro, eso lo sabes cuando ya estás fuera de allí. Desde hace muchos años vivo con una diana en el pecho y quizá también en la cabeza, porque nunca me han “sacado el pie”, nunca. Eso en el aspecto humano, en el literario, muchas veces me cuestioné la futilidad de la escritura y cuánta vanidad puede caber en ello.

 ¿Qué fue lo más difícil durante tus primeros años de exilio en España?

Todo. Estuve llorando más de diez años, me “reventé de dolor”, como me dijo el cirujano que me operó de urgencia por una peritonitis apenas llegada a Madrid. A pesar de que seguía actuando como vocera, denunciante y allí me hice periodista, me sentí siempre sin anclaje. Nunca más he vuelto a tener anclaje en mi vida, ni sentido de pertenencia a ningún lugar, ni siquiera aquí, en Miami. Nadie, ni países ni personas tienen la culpa de eso. Creo que es una consecuencia lógica a partir de la brutalidad de las experiencias vividas de las cuales, aclaro, no me siento víctima. Todo en la vida, hasta la libertad, tiene un precio y hay que estar dispuesto a pagarlo. Yo lo pago cargando “La insoportable levedad” del no ser, a pesar de que amo este país tanto como amo a Cuba, a pesar de que a veces me gustaría despojarme de esos amores, porque duelen, duelen muchísimo.

 

¿Qué acogida tuvieron tu obra y tu testimonio periodístico en España, donde existen políticos e intelectuales que, si no simpatizan con el régimen cubano, al menos mantienen algún tipo de contacto con el mismo?

Hay mucha gente de izquierda en España, es verdad, pero también hay mucha gente que no lo es, es un país grande, pluricultural y si bien sentí el rechazo de unos, puedo decir que, como poeta, tengo hasta club de fans, escritores españoles me nominaron a los Premios Príncipe de Asturias de las Letras y de la Concordia en 1992 y, por lo menos la novela Juana de Arco. El corazón del verdugo, Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio, de Planeta, llegó a ser un “bestseller” con todas las de la ley. En cuanto a la simpatía con el régimen cubano, creo que, respecto a Cuba, muchos españoles simpatizarían hasta con Chang Li Po con tal de que la provincia de ultramar no pasara por manos norteamericanas.

 

Siempre se te había conocido como poeta, sin embargo, incursionaste en la narrativa con las novelas Dios en las cárceles cubanas, Juana de Arco: el corazón del verdugo, y La hija de Cuba. ¿Cómo surge la idea de escribir estas novelas?

Mi editor de Martínez Roca, del Grupo Planeta, me pidió que lo intentara y lo intenté, creo que fue un asunto de mercado, de ventas, lo de “aprovechar el tirón”. No se me dio tan mal, creo.

 

Desde que estableciste residencia en Miami solo has publicado un libro, en 2014, una selección de tu poesía. ¿Ha contribuido esta ciudad, a la que no pocos nombran “páramo cultural”, a ese silencio literario? ¿Cómo ha sido tu relación con la llamada capital del exilio cubano?

No es mala, no creo que Miami sea un páramo cultural en estos momentos. Aquí hay gente increíble en el teatro, la música, la literatura, respecto a eso hay que tener en cuenta que, durante muchos años, Miami fue un lugar de tránsito, como un campamento de refugiados. Después de la primera oleada de refugiados cubanos, que fue la fundacional, muchas personas han venido a ver qué pueden sacar, pero no dejan nada a cambio. Con los años y la prolongación de la tiranía en Cuba, eso ha ido cambiando. Los cubanos hemos hecho de la queja una zona de confort, el “Esto no es fácil” es quizá la frase que más se repite entre las nuevas generaciones. No obstante, sólo mencionaré unos pocos nombres de los que han hecho todo lo contrario: Alfredo Triff, Rosie Inguanzo, Yosvani Medina, Legna Rodríguez Iglesias, Amaury Gutiérrez y… Joaquín Gálvez. Son una buena muestra de que no ando muy equivocada. Claro, si crees que todo tiene que ser “fácil”, estás intoxicado por un aprendizaje erróneo y ahí mismo se te traba el paraguas. En cuanto a publicar,  no se trata de cumplir cuotas. He aprendido otras cosas que tenía como asignaturas pendientes, no he publicado porque no he sentido la necesidad de hacerlo. Todo tiene un tiempo perfecto: el de la depuración.

 

Tu poesía, al igual que gran parte de tu obra literaria, ha estado marcada por las circunstancias, las cuales en el caso de Cuba tradicionalmente han tenido un polémico componente sociopolítico, pero que no le resta valor literario. ¿Qué valor le confieres a la obra de poetas y escritores cubanos exiliados y disidentes que ha sido producto de esas circunstancias sociopolíticas, tales como la tuya?

No lo creo. Mi poesía estaría marcada por las circunstancias si le hubiera escrito odas a Fidel Castro, al Che Guevara o la Zafra del 70. Mi poesía es otra cosa, no creo que los poetas americanos se hubieran ocupado de ella si fuera circunstancial, sin embargo, la antología Balad of The Blood, que publicara en Nueva York la Editorial Harper-Collins, fue durante mucho tiempo considerada una especie de “biblia” para los poetas norteamericanos. Escritores tan importantes como Milán Kundera la han alabado públicamente. En todo caso, todo poema, parafraseando a Ortega y Gasset, es él “y sus circunstancias”, mi poesía es existencial y, hoy por hoy, volvería a escribir los mismos versos, es algo de adentro hacia a fuera, no al revés. Creo que más bien es un grito ancestral que llevamos trabado en el pecho los seres humanos. Toda obra que tiene valor lo tiene en sí misma, trasciende el paso de las circunstancias.

 

¿Te has sentido rechazada o poco reconocida por parte de algún círculo intelectual cubano que menosprecie o mire con prejuicio la obra que lleve este tipo de impronta?

No, no he sentido nada de eso, todos tienen una vida que defender, no se vive buscando ser el centro del interés de los demás. En cada sitio en el que vivas encuentras, por lo menos, tres tipos de personas y actitudes, los que se identifican contigo y se reconocen en ti; los que son absolutamente contrarios a tu forma de ver las cosas y, aquellos a quienes no les importa ni una cosa ni la otra. Cada uno de los tres es hegemónico en su posición. Es normal, no me preocupa en lo absoluto y es parte de la libertad individual. No se puede vivir esperando el reconocimiento de los demás, no están obligados a reconocerte. Hace años decidí elegir entre ser feliz o tener razón, las dos cosas a la vez es imposible. Ser feliz hasta cuando me enojo y sufro, aceptar mis emociones sin juzgarlas.

 

A partir de los años 90, en Cuba tomó fuerza un movimiento disidente y opositor encabezado por escritores y artistas, del cual formaste parte. La oposición cubana en la actualidad tiene el protagonismo de escritores y artistas como los del Movimiento San Isidro. ¿Cuáles son las diferencias principales y los puntos de contacto entre esa oposición de los años 90 y la actual?

Todas las diferencias: Treinta años de distancia; la muerte de Fidel Castro, muchos de ellos han tenido largas estancias en el extranjero y, sobre todo, Internet,  a pesar de sus restricciones. Todo esto marca diferencias, sazonadas todas con la incapacidad del régimen para satisfacer las más elementales necesidades de los cubanos después de seis décadas de promesas.

¿Puede aún una intelectual como tú, formada en el siglo XX, jugar un rol importante en el mundo de hoy, un mundo dominado por la corrección política y otras inquisiciones, o crees que hay que aprender a desaparecer y tomar distancia ante un mundo que inexorablemente cambia y del que no se forma parte? 

Desaparecer es un ejercicio que practico con frecuencia, junto con el desapego, la objetividad y el análisis más allá de mis propias expectativas o deseos. Desaparecemos aunque no lo queramos, así que, aceptarlo es lo menos dañino y evita la frustración. El reconocimiento, como el amor, no son cosas que se puedan exigir. En cuanto a formación, creo que no, no tiene mucho que ver el siglo XX con el XXI, al igual que no comprendo cómo siguen apelando al ideario martiano del siglo XIX y su romanticismo en esta época, lo cual pone de manifiesto   la carencia de analistas y pensadores del presente sobre todo, no parcializados. No. No pertenezco a esa Cuba, la razón lo dicta así, aunque la emoción me inunda cuando alguien levanta su voz contra la tiranía y la ira me arrasa cuando golpean, repudian y encarcelan a los cubanos. Evidentemente, ni Cuba es el mismo país ni yo soy la misma. Cada cual debe hacer lo que deba hacer en su momento. Yo hice lo mejor que pude en el mío, puedo ayudar desde aquí si me lo piden, pero yo ya no estoy allí, hace mucho tiempo. Hay otra Cuba, cubanos que han crecido bajo la terrible influencia de un régimen siniestro, lo que me sorprende es que algunos hayan tenido coraje para enfrentarlo, aún desde la confusión del adoctrinamiento. Reconozco que hay mucho desconocimiento y hasta “bobería” en quienes pregonan que Cuba puede llegar a tener un sistema de gobierno como el de Noruega, Bélgica o Suiza, como si esto alguna vez pudiera ser posible. Eso, desde mi punto de vista, es “comer de la que pica el pollo”. En lo que se refiere al mundo, no deja de asombrarme la intensa carrera involutiva que ha emprendido. Espero no estar aquí para ver el desenlace. No lo deseo.


Joaquín Gálvez (La Habana, 1965). Poeta, ensayista, periodista y promotor cultural. Reside en Estados Unidos desde 1989. Se licenció en Humanidades en la Universidad Barry y obtuvo una Maestría en Bibliotecología y Ciencias de la Información en la Universidad del Sur de la Florida. Ha publicado los poemarios “Alguien canta en la resaca” (Término Editorial, Cincinnati, 2000), “El viaje de los elegidos” (Betania, Madrid, 2005), “Trilogía del paria” (Editorial Silueta, Miami, 2007), “Hábitat” (Neo Club Ediciones, Miami, 2013) y “Retrato desde la cuerda floja” (Poemas escogidos 1985-2012, Editorial Verbum, Madrid, 2016). Tiene inéditos los libros “Desde mi propia isla” (poesía) y “Para habitar otra isla” (reseñas, artículos y ensayos). Textos suyos aparecen recogidos en numerosas antologías y publicaciones de Estados Unidos, Europa y América Latina. Desde 2009, coordina el blog y la tertulia La Otra Esquina de las Palabras. Fue editor y miembro del Consejo de Dirección de Signum Nous, portal de Arte, Literatura y Pensamiento.

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