Martí: humanismo y conciencia crítica

JANISSET RIVERO

 
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“Mi única ventura, y lo preví desde niño, está en que unas cuantas almas nobles me conozcan y quieran, - y en dar a la tierra lo que le traje, y no he podido darle todavía,- por lo que me miro con encono y disgusto, como si fuera yo un grandísimo malvado.” Fragmento de la Carta dirigida por José Martí a Manuel Mercado, 30 de agosto de 1883. 

A Rosa Blanca Perera, in memoriam.

Acercarse a José Martí, al ser humano, que es en definitiva acercarse a su vida y a su obra integralmente, no es empresa sin riesgos. Su existencia, corta e intensa, ha sido en innumerables ocasiones cuestión de estudio, así como su obra, amplia y fragmentada. Sin embargo, buscar a este hombre, perfilarlo, encontrar su esencia, no ha sido sólo problema de estudio para eruditos o intelectuales, sino también a otro nivel más profundo, ha sido búsqueda desesperada de un pueblo, su pueblo. Porque Martí ha resultado ser piedra angular de la identidad nacional cubana. Este hecho complica el estudio de su figura y dificulta más su acercamiento, alejándose el hombre y encumbrándose el mito.

De un hombre convertido en arquetipo surge una nación arquetípica. Pero de la simiente de un hombre visto en su totalidad: hijo, poeta, político, amigo, maestro, cronista, patriota, y sobre todo conciencia crítica y sensibilidad humanista, no puede nacer más que el sentido de una nación humanizada, revitalizada y reconciliada. Acercarse a Martí no significa solamente acercarse a una visión de Cuba, sino también a un cúmulo de propuestas éticas y estéticas que por su universalidad, sin dejar de ser reflejo de su tiempo, han permanecido hasta nuestros días con admirable vigencia.

Encontrar al ser humano que fue Martí no es tampoco misión imposible, porque tanto en su vida (que entregó luchando por la independencia de Cuba) como en su obra, se nos entrega todo él, con sus contradicciones internas, con sus temores, con sus luces de hombre preclaro, con su sentido de misión. Basta hojear sus apuntes, sus diarios, su epistolario y ya su imagen comienza a mostrar sus diversas tonalidades y muchas veces sus ambigüedades y contradicciones. Ya tan temprano como a los 24 años, este hombre nos muestra en “Apuntes de un Viaje por Centroamérica” la madurez y sentido crítico del ser humano que no se deja deslumbrar por el brillo de sus propias grandezas: 

“[..] traía el alma robusta con el magnífico espectáculo que a ambos lados ostentan las majestuosas orillas de un gran río; como alas se habían pegado a mi alma aquellos cortinajes de verdura, prendidos en el cielo, mal sujetos sobre las ondas del Río Dulce, salpicados los movibles pliegues por aves blancas y pajarillos de colores.

Y ¡este león rugiente, este corcel de Arabia, y esta águila altanera que yo me siento aquí en el alma! Imagina todo ésto, a horcajadas sobre una innoble mula.” [1]

Simple fragmento en que la humanidad de Martí salta a la vista a través de la forma en la que él mismo se percibe, porque a pesar de sentirse como un  “león rugiente”, “corcel de Arabia” o “águila altanera” no olvida que está montado en una mula. Este Martí riéndose de él mismo nos invita a bajarlo del pedestal altísimo, casi inalcanzable donde ha sido colocado y montarnos en esa simple mula y acompañarlo en el viaje fabuloso que fue su existencia.

¿Alguien podría imaginarse a Martí revisando y bautizando con adjetivos las prendas del ajuar de bodas de su amiga Blanca Z. de Baralt? ¿O tal vez, recorriendo los barrios del populoso Nueva York para encontrar restaurantes con buenos precios y platos exquisitos? ¿Se han imaginado a Martí escribiendo aquellas cartas llenas de pasión y desenfreno a su novia Carmen Zayas Bazán, mientras ésta lo esperaba en México para casarse? ¿O las dulces cartas a María Mantilla donde le da instrucciones de cómo traducir mejor del francés al español, o en las que se queja de que la niña muestra más preferencias por Fermín (su amigo entrañable) que por él?. Ese Martí, curioso, sibarita, apasionado, enternecido y hasta celoso ha sido casi olvidado. La imagen del héroe cayendo del caballo blanco, con la frente “de cara al sol” y muriendo en nombre de la independencia de la patria es la que se enseñó y se repite a las generaciones de cubanos y latinoamericanos subsiguientes. Y es verdad, su muerte no deja de ser heroica porque andemos en busca de su humanidad, sino que precisamente es por esa humanidad desbordante que caracteriza a Martí por lo que no debe encasillarse su recuerdo en el instante de su hora póstuma. Recordarlo íntegramente ayuda a entender mejor ese minuto último de su existencia.

 

Un heroísmo de nuevo tipo

Creer que Martí fue un hombre sin contradicciones es creer que Martí no fue hombre. Y es precisamente en su humanidad donde radica su grandeza. Desdichadamente, el tema de la heroicidad de Martí ha sido manipulado y mitificado demasiado. Su heroicidad, en los códigos de la tradición cubana, se sostiene en el hecho de haber muerto por Cuba. Es hora de que se mire desde otra perspectiva: el hecho de que la parte más heroica de Martí fue haber vivido por Cuba. Lo que cambia por completo los cánones del concepto común que tenemos del heroísmo. Llegó a Cuba en abril y murió en mayo, sólo dos meses fue guerrero, toda una vida fue forjador y alentador de espíritus. Nunca se acomodó, vivió con humildad a veces rayando en la miseria, renunció a la familia, y sufrió mucho por ello, pero jamás renunció a su ideal. Cuando tuvo que renunciar a planes en los que había puesto horas de trabajo y de sacrificio, renunció porque no convenían con su ideal. Ese fue su mayor heroísmo, vivir de acuerdo con su verdad, de acuerdo con sus sueños. Apunta en su ensayo “Nuestra América” que “el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra”. Su vida ha sido encasillada caprichosamente en las últimas horas de su existencia, y es verdad que esas horas fueron para él las más felices, pero no fueron más que el resultado de los 42 años que las precedieron. No hay una carta que Martí haya escrito desde la manigua que no tenga una alegría especial, un sentido de haber completado el ciclo de su existencia. Así se sentía cuando cruzaba los campos de Cuba, avanzando hacia la muerte, con el entusiasmo y la desaprensión de un niño. No fueron sacrificio para él aquellos momentos, el exilio interior y exterior que vivió fuera de Cuba sí lo fueron.

El intelectual cubano Enrico Mario Santí llama a este heroísmo “cotidiano”, Martí llama a esos héroes “naturales”. Y eso fue Martí, un héroe cotidiano y natural. Asumió la vida con el optimismo de los elegidos, y recibió la muerte “con un beso”. Sería absurdo pensar que un hombre de la previsión y profundidad de Martí se haya suicidado. En su diario se puede entrever la necesidad que veía de poder permanecer y ganar méritos en la guerra para en el momento de la victoria poner en marcha la República que soñó. Aunque no pudo hacerlo de esta manera, su pensamiento civilista constituye aún el gran desafío de los cubanos, y como él mismo previó, aunque desapareciera sus ideas permanecerían. A pesar de todas las contingencias ha sido así.

 

Código ético

Lo que hace a Martí universal es esa religiosidad asumida secularmente, comprometida con un código de principios éticos y valores humanos que él propone. Asiste Martí a una época de transformaciones de la conciencia universal. Una época donde la crisis de las ideologías tradicionales y de la religión marcan el pensamiento intelectual. A pesar de esa soledad y desilusión que experimenta la humanidad de la segunda mitad del siglo XIX, Martí viene a hablar de la fe en el ser humano. Es la época en la que el materialismo va tomando cada vez más fuerza, donde el hombre se enfrenta a la caída de sus antiguos dioses, sin embargo, él propone el espiritualismo, la búsqueda y afirmación del espíritu humano como respuesta al derrumbe de la esperanza. Y es que Martí vive en el vórtice de la modernidad, y lo asume de forma positiva. Ante el pesimismo finisecular, él entiende la necesidad del ser humano de volverse a sí mismo y encontrar las respuestas en el interior de cada corazón, de cada conciencia.

Hay valores fundamentales en los que cree y de acuerdo con los que vive. Martí cree en el ser humano, en su bondad, en el bien como valor inmanente, en la virtud como esencia de toda obra humana, en el sacrificio, el servicio y la solidaridad como modos de vaciarse al mundo, y finalmente cree en la libertad como valor trascendente y definidor del hombre.

Afirma que por encima de las ideologías y las doctrinas políticas se encuentran esos valores universales e independientes de cualquier credo religioso o político. Para Martí las íntimas batallas de la humanidad se dan a nivel de relaciones de oposición: amor-odio, bien-mal, raíz-ala que crean en su contraposición el sentido real de la existencia. De ahí que uno de los ideales de la ética martiana es la armonía. Interesante concepto más cercano a las concepciones filosóficas orientales. Lo mismo ocurre con la espiritualidad, que es en definitiva uno de los elementos más importantes de su pensamiento filosófico. Siendo un hombre occidental, donde la contraposición, el enfrentamiento son las formas habituales de resolver las interrogantes existenciales, enarbola la armonía como centro motor de toda su búsqueda humana. La armonía como ideal filosófico no es más que la respuesta que propone ante la necesidad de equilibrar un mundo en crisis que se preparaba para vivenciar los extremismos más atroces, de los que hemos sido testigos durante los siglos XX y XXI.

Por otro lado, los demás elementos que constituyen su código ético son de profunda inspiración cristiana. El amor como respuesta a la otredad; el sentido de sacrificio y deber para con los demás; la libertad como “religión definitiva” son elementos que toma de ese Cristo que no es en esencia dogmático sino naturalmente libre y afirmador de lo humano. En sus dolorosas páginas del presidio político al hablar de la existencia de Dios afirma que está “en la idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser, y deja en el alma que se encarna en él, una lágrima pura.” En el ensayo sobre el poema dedicado al Niágara del poeta venezolano Pérez Bonalde, postula: “Como en lo humano todo el progreso consiste acaso en volver al punto del que se partió, se está volviendo al Cristo, al Cristo crucificado, perdonador, cautivador, al de los pies desnudos y los brazos abiertos, no un Cristo nefando, satánico, malevolente, odiador, enconado, fustigante, ajusticiador, impío.” [2] Para Medardo Vitier, esta postura revela la raìz humanística del pensamiento martiano.

 “La verdad es que eso que denomino aquí ‘lo mejor humano’ y que sustancialmente condena Nietzsche, no se nos transmite tanto por cauce filosófico como por cauce humanístico, es decir, por vía del buen clasicismo, desde Homero hasta nuestro tiempo. La onda, al pasar por el siglo primero de nuestra era, se acrecienta y se configura al contacto de las enseñanzas que dejó Cristo. Después no se ha desdibujado el cuadro…llámese de virtudes o de potencias superiores. Por atenerse a ese cuadro es Martí un clásico. Por creer en lo viejo, renovado en cada individuo, tiene validez universal.”[3]

Martí es esencialmente clásico, proponente de la doctrina de ley natural de los estoicos, del cristianismo más puro. Sólo si vamos a esta escuela es que entendemos su definición de la libertad y del deber.

Ese carácter universal de su pensamiento es lo que resulta en una conjugación de conceptos que pueden confundir a cristianos, católicos, teósofos y orientalistas, pues Martí es teosofía, metafísica, cristianismo en su más pura esencia y espiritualismo oriental, porque es por encima de todos los credos humanista, y en su visión dinámica del ser humano, no cesa de buscar espacios donde el hombre de su tiempo, y el de todos los tiempos se pueda reflejar. Es el hombre ecuménico por excelencia, elemento que lo abre en posibilidades múltiples hacia el mundo en que vive y lo lanza también hacia el futuro sin menguar su frescura y vigencia.  

Este código ético que abraza Martí y que contiene concepciones universales y humanistas le fue inculcado, en gran parte por su maestro Rafael María de Mendive, intelectual y educador destacado que viene de la escuela de José de la Luz y Caballero, y éste a su vez del Padre Félix Varela. Para el profesor J.I. Jiménez Grullón[4], en su estudio sobre la filosofía de Martí, la actuación de éste durante toda su vida estuvo basada en su sentido de misión o de propósito, en una base bien estructurada de pensamiento racional donde los valores éticos eran la raíz. En el poema “Yugo y Estrella”, se pueden apreciar con claridad los cánones en los que se mueve Martí, al presentar las dos alternativas que debe elegir el ser humano en cuanto nace a la conciencia cívica: el yugo, a través del cual el hombre sumiso acepta la imposición, o la estrella, que simboliza la libertad, y que, aunque exige del ser humano sacrificio, a la postre le hace brillar y ser mejor. Al finalizar el poema Martí elige “el yugo para que puesto en él, de pie, luzca en mi frente mejor la estrella que alumbra y mata.”  Este poema sintetiza el código de la libertad en el que cree el poeta. Lo más relevante en Martí es que este tipo de afirmación no es sólo propuesta literaria o reflexión filosófica sino que es conceptualización llevada a la práctica en su vida. Como apunta Jiménes-Grullón en su estudio “nunca se detuvo en los hallazgos de la abstracción. Por el contrario, al igual que lo hacen los hombres de ciencia, partía desde dichos hallazgos hacia lo concreto. Si mediante la abstracción él llegaba a la formulación de conceptos éticos o estéticos, procuraba de inmediato su cristalización en la vida práctica.”[5] 

Estos postulados de humanismo universal son la vena que se mantiene constante en su obra. Ya sean revestidos con la ternura y simpleza del Ismaelillo o la  maestría de La Edad de Oro; con la profusa e intensa palabra de sus Versos Libres, o el arrobamiento de sus Escenas Norteamericanas; con la elocuencia de su oratoria y el ímpetu de su lucha por la libertad de Cuba, en todo momento, hasta en su única novela sobresale este código de principios éticos. Porque Martí más que filósofo, más que intelectual, versador, cronista o revolucionario es un poetizador de la esperanza en el hombre, un renovador del espíritu humano, un soñador, un artista del alma.

 

Escritura: pluralidad y armonía

En el Martí creador se revela de nuevo el carácter que trasciende todos los encasillamientos y generalizaciones, de allí que su escritura haya sido gestora de un nuevo estilo plurivalente en el cual confluyen géneros, modos de expresión y visiones que reflejan en su íntima unidad la esencia plural de la experiencia humana según la óptica martiana. “En Martí, la obra literaria se construye siempre, más que sobre lo movedizo e inconsistente de un temperamento, sobre la broncínea firmeza de un carácter.”[6] Y ese carácter transparente que transfiere de su vivencia personal a la palabra es reflejo de su postura filosófica ante la vida.

La escritura martiana es ante todo libre y revolucionaria como el mismo espíritu de su creador. Innova en forma y propone firmes y concretas verdades. Extrapola y transforma los géneros tradicionales rompiendo los límites genéricos. Convierte el ensayo en recreación artística, habiendo sido éste en el ámbito hispanoamericano composición fría, objetiva y técnica, en Martí muestra la intimidad de lo humano. Al poema le acota elementos de prosa, y la novela es mezcla de ficción, ensayo, poesía y aforismo. Su crónica trasciende la inmediatez del relato circunstancial para proyectarse en función de una futuridad que es en definitiva más que una característica de su discurso narrativo, una necesidad vital del escritor. Necesita analizar lo cotidiano y pasajero a la luz de lo perenne universal. Su epistolario es retrato de cuanto circunda a la persona de su tiempo, y es vuelo creativo hacia parajes recónditos de la imaginación.

Martí es modernista porque asume la palabra como fin renovador, como refugio a los tantos conflictos y desilusiones de su tiempo. Es modernista porque se percata además de las posibilidades literarias del símbolo y de la estética del color y de la forma.  Su vena artística lo enclava en este movimiento, pero a la vez su conciencia social humanizante lo diferencia de sus contemporáneos en que la palabra para él no es un fin en sí sino un medio de llegar al alma humana y transformarla a través de un código de esperanza y amor. Afirma que “la palabra es una coqueta abominable, cuando no se pone al servicio del honor y del amor”.  Ve Martí la literatura como instrumento de servicio, así, la característica más importante de la escritura martiana, que constituye su espina dorsal, es la transmutación de lo estético en función de lo ético.  Para Martí la obra literaria tiene como fin fundamental el ejercicio moralizante y armonizador como actividad de servicio al ser humano.  Ese sentido ético de la escritura es el que le imprime carácter universal y es también el que lo diferencia de sus contemporáneos modernistas más preocupados por la forma, o por el deseo de crear arte por el mero placer del arte.

Martí busca, una vez más, la armonía de los elementos que constituyen el fenómeno humano, en este caso el acto de creación en sí. Busca la armonía sustancial entre la forma creativa y la esencia que propone. Ama las formas libres y no comparte los intentos de estructurar y sistematizar la creación humana. Como se apunta en el trabajo introductorio a la novela Lucía Jerez editada por Carlos Javier Morales: “Martí nunca podrá entender el estilo de un autor como un sistema de rasgos expresivos que se manifiesta de un modo formulario y homogéneo en cada obra: en  un autor caben tantos ‘estilos’ como textos diferentes hayan salido de su pluma, ya que en cada uno de ellos la inspiración ha actuado de manera peculiar, tanto en lo que respecta  a la esencia como a la forma: ambas, al fin  y al cabo, son el resultado de ese embrión indisoluble fecundado por la inspiración creadora. De modo que cada esencia sólo puede encarnarse en la forma que naturalmente le conviene.”[7]

Para Martí la literatura como todo ejercicio de creación es el reflejo y el puente de comunicación que intenta el intercambio y la solidaridad humanas. Esta visión antropocéntrica, que fue además el signo primero de la modernidad, la conjuga Martí con un espiritualismo que urge a la humanidad a humanizarse. “Toca a cada hombre reconstruir la vida; a poco que mire en sì la reconstruye.”[8]

De manera que la escritura martiana, como afirma Raimundo Lazo en la introducción de su libro “José Martí: sus mejores páginas”, no nace del enciclopedismo y la erudición sino de la experiencia vivencial: “Su obra, aunque dotada de elaborados instrumentos literarios de expresión, no nace de la literatura sino de la vida; y así hay que verla para comprenderla.” Al mismo tiempo que el pensamiento martiano propone un código de ética, que es hilo interno y raíz de su existencia, en su escritura las formas, las voces polivalentes, la flexibilidad y diacronía reflejan la diversidad de la experiencia personal del escritor y su adecuación a las circunstancias sin dejar a un lado las verdades trascendentes y perennes que definen el signo de lo humano.

 

Ambigüedad o conciencia crítica. Tergiversación y mitología

Hay una serie de estereotipos, encuadres o clasificaciones con respecto al pensamiento martiano, que, en la mayoría de los casos, a la luz de la misma obra de Martí, se desmoronan. Se le percibe como antiespañol porque luchó contra la colonia española en Cuba; también como antiimperialista por su preocupación respecto a la expansión de Estados Unidos sobre Hispanoamérica; y además como latinoamericanista y hasta indigenista, por lo que escribió y sintió por Hispanoamérica. Sin embargo, estas afirmaciones sólo ponen de relevancia una parte de los juicios de Martí, y olvidan otra.

En cuanto a España, en su pensamiento hay una clara división entre la herencia española y la dominación colonial en Cuba. En primer lugar, los padres de Martí son españoles, de manera que la herencia cultural la lleva en la sangre y en el hogar que lo cobija desde que nace. Si bien se siente cubano, y su cubanidad lo hace hispanoamericano, la vena que late en el interior de esa condición es de raíz española. España da y quita a Martí. En el orden cultural de ella hereda la lengua, instrumento de trabajo del creador, compañera inseparable, porque fue a través de la palabra que pudo realizar su obra; la mentalidad, que es latina y como apunta Medardo Vitier tiene “los ingredientes españoles que le comunican ímpetu, tenacidad, lucidez a un tiempo para lo ideal y para lo práctico”[9]; y muchas de sus inclinaciones filosóficas, de sus gustos literarios, de sus ideas creativas y enfoques los encontramos en escritores o pensadores españoles que influyeron decisivamente en él. Escribe sobre las ideas que, como el krausismo, tuvieron tanto impacto en España y elogia  a muchos de sus impulsores; habla de escritores y místicos, de Santa Teresa, de San Juan de la Cruz, de Calderón con cercanía y cariño y del arte español y sus valores; hace crónica sobre la vida en España, sobre su gente; y con imparcialidad comenta sobre los políticos de la época sus ideas, logros y fracasos. En el orden personal vivió profundas emociones en España: realizó sus estudios superiores, se enamoró por primera vez, y como él mismo recuerda en uno de sus versos sencillos, allí rompió “la poca flor de su vida”.

Asimismo, como cubano separatista, la otra cara de España, la que pudo apreciar en las Canteras de San Lázaro, la del dogmatismo, la imposición y la injusticia lo convence de la necesidad de su lucha por la independencia de la Isla. De acuerdo con sus conceptos éticos y filosóficos, la intransigencia de la corona española en Cuba era inaceptable para él. Y esta dualidad de sentimientos hacia España, aunque se hace evidente en muchos de sus escritos cobra un color especial cuando en su poema “La bailarina española” Martí recuerda que “han hecho bien en quitar / el banderón de la acera,/ porque si está la bandera / no sé, yo no puedo entrar”, y acto seguido comienza una febril descripción de aquellos pasos de baile flamenco que la mujer va dibujando, y con el verso pareciera que reproduce el ritmo y la cadencia de aquel cuadro español. Esa bailarina representa a esa otra España, la que Martí ama porque de ella lleva fibra su corazón, y esa bandera significa el yugo que esclaviza a la patria.

Otra vez asume el hombre esta ambivalencia tratando de ser justo en sus juicios y fiel a la experiencia vivida. Y es precisamente por esa fe en el ser humano y por esa lealtad a su código ético que cuando habla de esos españoles que llevan la política en la metrópoli, no puede faltar a la verdad y acota lo que de bueno hacen y critica lo que considera incorrecto, y cuando recuerda algunos dias alegres piensa que allá en la península tuvo un buen amigo y quiso a una mujer.

Si se trata de establecer sus juicios sobre los Estados Unidos de América, existen numerosos ensayos y crónicas donde se ponen de manifiesto nuevamente dos visiones. Por un lado, describe con optimismo y admiración las libertades y derechos que en el país del Norte disfrutan los ciudadanos, los logros en materia política y social, así como el espíritu emprendedor de ese pueblo. Y en aquel discurso en la velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York expresó en gran medida mucho de lo que en sus escenas norteamericanas había expresado: “De lo más vehemente de la libertad nació en días apostólicos la América del Norte. No querían los hombres nuevos, coronados de luz, inclinar ante ninguna otra su corona. […] nacieron los derechos modernos de las comarcas pequeñas y autóctonas […] y preferían las cuevas independientes a la prosperidad servil […] suelo sin tiranos es lo que buscan para el alma sin tiranos”. O en aquellas crónicas brillantes donde habla de las elecciones presidenciales y de partidos, de la importancia que se le da al voto, de las huelgas laborales, del disfrute de los derechos ciudadanos y del vigor con que se defienden esos derechos. Páginas memorables que retratan la vida en Nueva York, y que buscan que los pueblos de la América hispana conozcan más y entiendan mejor a la potencia que se les levanta en el Norte “cuya enemistad no es cuerdo ni viable fomentar, de la que, con el decoro firme y la sagaz independencia, no es imposible y es útil ser amigo”.

Y es que Martí entiende los defectos y peligros del pujante país, y quiere que “nuestra América” reflexione sobre ello. Conoce la soberbia y la hipocresía del poblador del Norte, pues ha vivido la mayor parte de su vida en el corazón del nuevo imperio. Sabe el peligro que corre Hispanoamérica si no se prepara para lidiar con este desafiante país que no conoce bien a los hispanoamericanos, ni los entiende. Sabe el peligro que se cierne sobre las islas del Caribe, entre ellas Cuba, y trata de alertar sobre ello. Sí, Martí es antiimperialista, porque la naturaleza de su pensamiento y su eticidad a toda prueba no aceptan las imposiciones de unos hombres sobre otros, ni las violaciones, ni las injusticias, pero esas convicciones no le impiden identificar las características positivas de Norteamérica.

Hoy, quienes gobiernan en Cuba quieren justificar sus apetitos de poder y sus transgresiones a los derechos humanos con posiciones de enfrentamiento con los Estados Unidos y utilizan el pensamiento antimperialista martiano para legitimar sus argumentos. Se equivocan doblemente, en primer lugar, no existe justificación alguna en el ideario de Martí que convenga en injusticia de algún tipo, y en segundo lugar, porque como bien lo expresó él mismo en sus reflexiones sobre las relaciones entre la América hispana y los Estados Unidos, la confrontación  no era medida inteligente.

Muchos de los ensayos que escribió para “The Sun”, así como los que escribía para “La Nación” y que hablaban a los norteamericanos de Hispanoamérica y a los hispanoamericanos de Norteamérica tenían el objetivo de, a  través del conocimiento de la cultura, las costumbres, los logros y fracasos de ambas Américas se tendiera un puente de comunicación para que los egoísmos y ansias imperiales de unos, y las debilidades y complejos de los otros hallaran un terreno común que fuera en beneficio del futuro de los dos pueblos. Martí, en estos escritos se nos revela una vez más como el conciliador y no como el animador de odios.

Nuestra América es el nombre con el que llama Martí a Hispanoamérica. No habría que explicar por qué siente esta cercanía con los pueblos de la América hispana, pues su cubanidad e hispanidad hermanan su sentimiento con los países de los que culturalmente es parte sustancial.  De esta América escribe con profusión. Habla de sus orígenes, de las civilizaciones precolombinas, habla de la conquista, de españoles dignos, como el Padre las Casas, y de criollos heroicos, como Bolívar, San Martín o Hidalgo. Habla de los poetas latinoamericanos como Pérez Bonalde, de los maestros e intelectuales como Bello o Simón Rodríguez. Escribe a los niños y a los adultos, les urge a aprender su pasado que es una forma de forjar un mejor futuro. “El deber urgente de nuestra América es enseñarse cómo es”. Así también le preocupaba la soberanía: “América debe ser americana, no madrileña o rubia.” Y avizoraba la necesidad de que se reconociera la diversidad de herencias dentro de las nuevas repúblicas americanas y que se aplicaran métodos naturales y autóctonos a los problemas sociales y políticos y no fórmulas extranjerizas que poco tienen que ver con la idiosincrasia americana. En su majestuoso ensayo “Nuestra América”, apunta “[..]el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país [..] el gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país [..] Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”

Pero su amor a la tierra hispanoamericana, su orgullo de sentirse heredero de su historia y de sus heroicidades tampoco le impiden ver los defectos, señalar las debilidades. Le preocupaba la “hojosidad” o la superficialidad del latinoamericano, usando la metáfora para comparar el fenómeno social con los bosques latinoamericanos que tienen muchos árboles con mucho follaje, lo que impide ver “la substancia del tronco”.  Le preocupa que los pueblos latinoamericanos envidien al vecino del Norte por su pujanza y descuiden el desarrollo de las repúblicas que se estrenan a la libertad. Y esas preocupaciones han demostrado en el transcurso de los años posteriores cuán basadas en problemas reales estaban. Hay que recordar que Martí, a pesar de haber vivido en Nueva York la mayor parte de su vida, viajó por varios países de Hispanoamérica, tuvo relación contínua con las repúblicas americanas y hasta fue cónsul de Uruguay en Nueva York. Conocía bien de lo que hablaba.

En uno de los ensayos del libro “Pensar a José Martí: notas para un centenario”[10], Enrico Mario Santí toca un aspecto muy revelador en cuanto a la visión de Martí sobre Latinoamérica. Basándose en las crónicas que Martí realiza sobre el Congreso Panamericano de Washington en mayo de 1890, en sus cartas a Gonzalo de Quesada durante ese período y en el ensayo de Martí “Nuestra América”, Santí  analiza las preocupaciones, conflictos y conclusiones que experimenta y narra acerca del papel de Latinoamérica en el trabajo por la independencia de Cuba,  y que se ponen de manifiesto durante ese Congreso. Urgido por los rumores de negociaciones entre Estados Unidos y España para que la colonia vendiese la Isla al nuevo imperio, y por los intentos por parte incluso de cubanos de que Cuba se anexara a Estados Unidos, Martí ve la necesidad de buscar que de ese Congreso, donde se daban cita las repúblicas de América, saliera una resolución de apoyo a la independencia de Cuba, con lo que los ánimos de anexión y las negociaciones para lograrlo tendrían un duro obstáculo en su camino. Pero del Congreso, en el cual las repúblicas derrotaron las propuestas norteamericanas, no resultó nada en pro de la libertad de Cuba. Y Martí se siente desilusionado, excluido por sus propios hermanos. “Precisamente porque Martí se ve a sí mismo como un paradójico ‘americano sin patria’, suspendido en el limbo intermedio de la piedad de sus colegas y la profecía histórica, busca refugio en lo que él mismo llamó ‘Nuestra América’”.[11] Tras enumerar algunos ejemplos epistolares en los que Martí muestra desilusión con respecto a la reacción de las nuevas repúblicas, Santí concluye que al analizar el latinoamericanismo de Martí es fundamental también tomar en cuenta la existencia de una opinión ambivalente con respecto a la manera en la que éste veía a Latinoamérica: unas veces con amor otras con recelo.

Al analizar los textos en los que Martí hace referencia a nuestra América, como apuntamos anteriormente, salta a la vista su identificación con ella. Lo sentía porque veía a Cuba como  “centinela natural” de estas repúblicas. Sin embargo, como vivió en algunas de ellas, y además se relacionó durante su exilio en Nueva York con políticos, intelectuales y empresarios latinoamericanos, de alguna manera logró conocer los vicios que arrastraban las jóvenes repúblicas, y las debilidades de carácter de muchos de sus hijos. Con lealtad a los principios de acuerdo con los que vivió, Martí no podía sustraerse de apuntar estas fallas. Lo que sí pienso, como también lo afirma Santí, es que lo hacía como un hermano que le da un “coscorrón” a otro. A diferencia de cuando habla de Estados Unidos, de América Latina habla con dolor y cariño.

El ensayo “Nuestra América” está lleno de responsos a los pueblos latinoamericanos. Les habla fuerte y con sinceridad porque quiere lo mejor para ellos, y por eso no puede obviar la verdad. “[..] el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella.”  De forma magistral, Martí en este ensayo toca puntos claves en cuanto al comportamiento latinoamericano, que después han sido causa de muchos de los males que aquejan a Latinoamérica hoy. El desconocimiento de la historia propia que produce una crisis en la identidad y un debilitamiento por tanto de las naciones; la necesidad de un liderazgo natural, auténtico, que nazca de las necesidades naturales del país y no de sistemas o fórmulas extrañas; la idea integradora de las repúblicas, donde el indio, el negro y el mestizo tengan iguales espacios y oportunidades; la envidia hacia el vecino del Norte, que crea desconfianza y abre las puertas a los apetitos foráneos; y la tendencia acomodaticia  que alienta nuevas castas y se aleja de la idea original que forjó la independencia latinoamericana. Todo esto lo toca Martí en ese artículo, y habla nuevamente de la necesidad de que Latinoamérica gane respeto, por mérito propio, a los ojos de Norteamérica, para que ésta no vea a los latinoamericanos con desdén, como una raza inferior. La claridad de Martí en estos planteamientos asombra a la luz del devenir histórico latinoamericano: las oligarquías y dictaduras militaristas, la falta de entendimiento entre las dos Américas, las malas prácticas de gobiernos corruptos y faltos de compenetración y compromiso con los pueblos que gobiernan, y la pérdida de identidad son algunos de los fenómenos que hemos visto repetirse una y otra vez en Latinoamérica.

Su experiencia en los países latinoamericanos en que vivió no es satisfactoria del todo. De Guatemala tiene que irse luego de una campaña que le cierra las puertas tanto en lo académico como en lo social y político, anteriormente una experiencia parecida había sufrido en México, de donde partió a Guatemala. Luego en Venezuela el dictador Guzmán Blanco lo declara persona non grata. A juzgar por estas vivencias, Martí no tendría motivos para amar a las repúblicas que lo han rechazado. Sin embargo, en sus estancias logra captar la belleza y la grandeza de esos pueblos. Conoce lo bueno y lo malo, y, como era norma en él, habla más de las virtudes, pero no deja de mencionar los defectos para buscarle remedio. Su visión es global.

En el caso específico del Congreso mencionado, como una jugada política pretendía lograr la resolución de apoyo, pensaba que con sus relaciones y facilidad de palabra lo iba a lograr, pero chocó con esas fallas de carácter que después apunta con agudeza en su ensayo “Nuestra América”. “Por eso –apunta Santí-  no es exagerado ver en ‘Nuestra América’ como la defensa de Martí de una identidad cultural latinoamericana que resistían los propios delegados al Congreso Panamericano, representantes de países pretendidamente libres; mientras que el propio Martí, ‘un americano sin patria’, era el que estaba dispuesto a abrazar esa identidad”.[12] A pesar de todo, estaba convencido que la libertad de Cuba era una necesidad y que tarde o temprano vendría a dar ejemplo a toda la América hispana. Por eso su visión de Latinoamérica no puede ser uniforme y cerrada, tiene que ser abierta y crítica, como trató de que fueran sus juicios y posturas, sin separarse ni un milímetro de su código ético. El hecho de que se juzgue el latinoamericanismo de Martí desde una sola vertiente, va en contra de la propia visión martiana del fenómeno humano y social.

 

Cuba: la idea civilista

Martí hereda la idea de la República independiente. El hilo de pensamiento del que le llega va hasta Mendive, y el maestro lo siembra en el joven Martí, para que germine en el presidio político, donde éste recibe su bautismo de fuego. Una y otra vez la idea civilista de la República aparece en los textos martianos. Cuando habla de Céspedes y Agramonte[13] dice que el uno es “ímpetu” y el otro es “virtud”. Pero no deja de apuntar el momento en el que Céspedes “no se ve como mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de la libertad que ha entrado vivo en el cielo de los redentores [..] se mira como sagrado, y no duda que deba imperar su juicio”, y de esta manera Martí analiza cómo Céspedes tuvo que entender al fin por qué la revolución era más que “el alzamiento de las ideas patriarcales cuando la juventud apostólica le sale con las tablas de la ley al paso”. En estas afirmaciones Martí sienta una vez más su idea civilista, liberal y moderna frente a la idea autoritaria y patriarcal, heredada de España. No resta en estos juicios que hace de Céspedes su admiración por el patriota, pero es interesante cómo en ese mismo artículo, al hablar de Agramonte recuerda aquello que el Bayardo le decía a Amalia, su esposa: “¡Jamás seré militar cuando acabe la guerra! Hoy es grandeza y mañana será crimen!”. Al finalizar el ensayo Martí vuelve a citar a Agramonte reaccionando contra los que en su propio regimiento alientan la confrontación con Céspedes: “¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del presidente de la República!”.

Y ¿este hombre que habla del amor, de la conciliación y de la paz, es el que organiza la guerra que dará la independencia a Cuba de la colonia española? Martí está conciente de la necesidad de esa guerra, por eso la llama la “guerra necesaria”, porque como él mismo afirmó “es criminal quien promueve en un país la guerra que se le puede evitar; y quien deja de promover la guerra inevitable”. Sabe lo que conlleva la guerra, por eso la prevé vigorosa para que terminase pronto. Sabía el peligro que ofrecía el imperio pujante del norte, entendía que España nunca iba a consentir una negociación con los criollos para entregar  “la siempre fiel Isla de Cuba”, y veía con dolor la indolencia de los pueblos de América, de manera que el único camino que quedaba era la guerra frontal contra el coloniaje, pero intuía que en la medida que la guerra fuese más rápida la República podía surgir con más fuerza y el peligro, también presente, del militarismo y el autoritarismo exacerbado que una guerra larga y desgastadora alimentaría, iba a ser menor. Estaba la experiencia anterior, y los problemas que surgieron dentro del propio Ejército Libertador.  Por eso, cuando Gómez y Maceo le llaman en 1884 para un nuevo intento después del fracaso de la llamada Guerra Chiquita, y Martí lo deja todo en el entusiasmo primero, surgen las diferencias entre ellos. Y es que Martí encarna la idea del gobierno civil, y los generales ven la guerra en términos militares a corto plazo, mientras que el ideólogo lo ve en términos de la República futura. Es después de este incidente que le escribe a Mercado y le confiesa con referencia a las ideas de Gómez y Maceo:

“¿Ni a qué echar abajo la tiranía ajena, para poner en su lugar con todos los prestigios del triunfo, la propia? [..] ¿Ni cómo contribuir yo a una tentativa de alardes despóticos, siquiera sea con un glorioso fin; tras del cual nos quedarían males de que serían responsables los que los vieron, y los encubrieron, y con su protesta y alejamiento al menos, ¿no trataron de hacerlos imposibles?” [14]

La postura de Martí años más tarde será mejor entendida por Gómez que por Maceo, aunque ambos llegaron a estimar y querer a Martí. Era también difícil para ellos comprender lo que decía aquel muchacho, más joven, que no había participado en la primera guerra y que era un escritor, un hombre de letras, no un guerrero. Pero sería ya en Cuba, después del desembarco de Martí y Gómez, en la histórica reunión con Maceo en La Mejorana, que resurgiera el conflicto. En varios fragmentos del diario último de Martí se puede apreciar la reticencia de los generales a que existiera un gobierno civil que velara por el desenvolvimiento de la guerra y preparara al país para la República. Parece que las tropas le llamaban a Martí “Presidente”, pero Gómez y Maceo querían que le llamaran general. De acuerdo con el propio Martí, él no quiere que le llamen ni lo uno ni lo otro, y narra:

“El espíritu que sembré, es el que ha cundido, y en la Isla, y con él, y guía conforme a él, triunfaríamos brevemente, y con mejor victoria, y para paz mejor. Preveo que, por cierto tiempo al menos, se divorciará a la fuerza a la revolución de este espíritu, -se le privará del encanto y gusto, y poder de vencer de este consorcio natural, - se le robará el beneficio de esta conjugación entre la actividad de estas fuerzas revolucionarias y el espíritu que las anima. –Un detalle: Presidente me han llamado, desde mi entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa, y a cada campo que llego, el respeto renace, y muestras del goce de la gente en mi presencia y sencillez. –Y al acercarse hoy uno: presidente, y sonreír yo: ‘No me le digan a Martí Presidente: díganle General: él viene aquí como General: no me le digan Presidente”.[15]

Martí teme lo que pudiera ocurrir en el umbral de la victoria de las fuerzas independentistas si no se tiene claro la República por la que se lucha. Sólo en su idea, en la soledad más terrible de toda su existencia, él frente al papel en blanco de su diario, su único confidente, escribe con preocupación el 5 de mayo de 1895: 

“Maceo y G. hablan bajo, cerca de mí: me llaman a poco, allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento del gobierno: una junta de los generales con mando, por sus representantes, -y una Secretaría General: -la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército, como Secretaría del ejército. Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación: ‘pero ¿Ud. se queda conmigo o se va con Gómez?’  Y me habla cortándome las palabras, como si fuese yo la continuación del gobierno leguleyo, y su representante. Lo veo herido –‘lo quiero- me dice- menos de lo que lo quería’ –por su reducción a Flor en el encargo de la  expedición, y gasto de sus dineros. Insisto en deponerme ante los representantes que se reúnen a elegir gobierno. No quiere que cada jefe de Operaciones mande el suyo, nacido de su fuerza: él mandará las cuatro de Oriente: ‘dentro de 15 días estarán con Ud. –y serán gentes que no me las pueda enredar allá el Dr. Martí’. –En la mesa, opulenta y premiosa, de gallina y lechón, vuélvese al asunto: me hiere, y me repugna: comprendo que he de sacudir el cargo, con que se me intenta marcar, de defender ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo, rudo: el Ejército, libre, -y el país, como país y con toda su dignidad representado. Muestro mi descontento de semejanza indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir […] Y así, como echados, y con ideas tristes, dormimos.”[16]

Las hojas que corresponden al 6 de mayo están arrancadas del diario. Pero con estas notas puede apreciarse la magnitud de la batalla que Martí enfrentaba en esos momentos cruciales. El fin de la guerra y los primeros años de la República dan testimonio fiel de que los temores de Martí  estaban fundados en la realidad: la intervención norteamericana y la subsiguiente lucha hasta los años 30 por lograr la soberanía y el derogamiento de la Enmienda Platt, la propensión a que caudillos militaristas se establecieran como caciques en el poder (Machado, Batista, Castro); la necesidad de preparar al país para la vida civil con instituciones fuertes que defendieran los derechos de los ciudadanos. La circunstancia de Cuba hoy es muestra fehaciente de los peligros que Martí pudo ver, que se cernirían sobre el joven pais si no se preparaban desde la misma guerra las bases. A ésto le dice el “espíritu” de la guerra, que no es más que el espíritu que anima a la nación para hacerse libre. Lo que plantea Martí, es la guerra como último camino, pero inspirada en una serie de principios y convicciones que preparan (el espíritu),  y no la guerra inspirada en el deseo de destruir al enemigo y obtener la victoria. Tal vez hay una diferencia imperceptible en estas dos ideas, pero en el fondo son muy disímiles. No quería Martí avivar el odio entre cubanos, y así lo proclama el Manifiesto de Montecristi:

“La guerra no es el insano triunfo de un partido cubano sobre otro [..] La guerra no es la tentativa caprichosa de una independencia más temible que útil. [..] Los que la fomentaron y pueden aún llevar su voz, declaran en nombre de ella, ante la patria, su limpieza de todo odio; su indulgencia fraternal para con los cubanos tímidos equivocados; su radical respeto al decoro del hombre, nervio del combate y cimiento de la República; su certidumbre de la aptitud de la guerra para ordenarse de modo que contenga la redención que la inspira”.[17]

Tampoco quiso nunca alimentar el odio a los españoles que residían en el país, y sus pensamientos siempre alentaron el sentido de caridad y reconciliación, incluso sabiendo el dolor que la imposición de la colonia había hecho sentir a los cubanos. Por eso, años antes, cuando en 1887 le escribe a su amigo Fermín Valdés Domínguez quien logró que mediante el testimonio de Fernando Castañón y José F. Triay, fuese demostrada la inocencia de los estudiantes de medicina fusilados en 1871, le dice:

“Tú has servido bien a la paz de nuestro país, la única paz posible en él sin mentira y deshonra, la que ha de tener por bases la caridad de los vencidos y el sometimiento y la confusión de los malvados. Tú, recabando sin cólera de los matadores la confesión de su crimen, has sembrado para lo futuro con mano más feliz de los que alientan esperanzas infundadas, o pronuncian amenazas que no pueden ir seguidas de la obra, ni preparan a ella con determinación y cordura. Tú nos has dado para siempre, en uno de los sucesos más tristes y fecundos de nuestra historia, la fuerza incalculable de las víctimas.”[18]

Y cuando habla de la República dice que la ley primera debe ser “el culto a la dignidad plena del hombre”. Aspira a una nación moderna, que sea incluyente con sus hijos todos y que logre la paz social a través del respeto a los derechos de sus ciudadanos.

Martí en la nación cubana

Cuando Martí muere en Dos Ríos, su idea de la República estaba dispersa entre artículos, discursos, cartas y anotaciones. A pesar de que relevantes intelectuales de su tiempo participaron de los esfuerzos independentistas, su desaparición deja desnuda a la Revolución de aquello que él llamó “el espíritu”. Y así, pasa Martí, como en un halo místico, a la memoria del cubano que estrena la República. Después, cuando la nación se había recuperado de la guerra, y cuando se iniciaba el paso a una nueva generación, Martí resurge como bandera del nacionalismo para guiar a los jóvenes que derrocaron al dictador Machado, y la Enmienda Platt e iniciaron un proceso, no exento de exabruptos, que culminó en la Constitución de 1940. Este documento se inspira fundamentalmente en la idea civilista martiana de la República. Paradójicamente, es durante esta época de cambios radicales en el país, que Martí, casi olvidado en los primeros años de la República, es convertido ahora, por la necesidad urgente de la nación de asirse a una razón universal, en mito.

En los años siguientes el mito se fue agigantando y haciéndose intocable su imagen. El pensamiento martiano se redujo a algunos versos, una que otra cita sacada de sus ensayos o discursos y aquella pintura inolvidable del apóstol cayendo en Dos Ríos. Sus pensamientos canónicos fueron utilizados por tirios y troyanos, ya en la batalla democrática entre partidos, como en el discurso de la imposición: primero Batista y después Castro. La diferencia entre estos dos últimos es de intensidad. Castro lleva 40 años manipulando el ideario martiano, presentándolo como autor intelectual del sistema comunista que hoy impera en Cuba.

La desfiguración que del pensamiento de Martí se ha logrado en esta segunda mitad del siglo XX supera cualquier expectativa. En su nombre se han violado la libertad y los derechos ciudadanos; se ha censurado la expresión natural; se ha fusilado y humillado, se ha echado a unos cubanos contra otros, sembrando odio, miedo y desconfianza. En su nombre se ha empobrecido el país que soñó próspero y vibrante. Y su heroísmo, ese natural y cotidiano que formó su carácter, ha sido sepultado para dar paso a la mueca inerte del arquetipo. Su pedestal verdadero, que debió nacer de la virtud de su pueblo, ahora es una estaca de mármol frío que se eleva como símbolo de la opresión.

A pesar de todo, basta estar atento a las noticias que salen hoy de Cuba para encontrar los ecos de su voz verdadera. Martí vive aún en la idea del bien, en la necesidad de rescatar la moral doblada, en la disposición de romper la rigidez del yugo y lucir la estrella, en el deseo de vivir de un pueblo que ha padecido, y como creería él mismo, se ha purificado en ello. Vive en la urgencia de pluralidad, de fomentar la conciencia crítica y el sentido de solidaridad humana.  Ha sobrevivido, a pesar de todo, porque aceptó la contradicción permanente que plantea la existencia humana, porque supo entender su propia otredad, oposición al dogma y al absoluto. Gracias a ello, hoy su pensamiento resurge, como pequeño resquicio en la conciencia alerta de sus mejores hijos, casi imperceptible pero más fresco que nunca.

Toca ahora, a las nuevas generaciones de cubanos, más de 100 años después de su caída en Dos Ríos recoger al hombre íntegro, darle sepultura al mito que los ha alejado tanto de la vitalidad de su ideario, y rescatar a la República martiana, que espera todavía ser redimida, no por héroes de pedestal, sino por esos héroes que anónimamente la sueñan y la padecen, la construyen y la deconstruyen, humanizándola y haciéndola, tal vez, posible.

OBRAS CITADAS

1- ALVAREZ TABIO, Pedro, Antología Mínima, José Martí, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972.

2- BARALT, Blanca Z., El Martí que yo conocí, Las Américas Publishing Co., New York, sin fecha

3- BUENO, Salvador, Martí por Martí, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982.

4- CALATAYUD, Antonio, Martí visto por sus contemporáneos, Mnemosyne Publishing Company, Miami, 1976.

5- DE QUESADA Y MIRANDA, Gonzalo, Martí Hombre, Imp. Seoane, Fernández y Cía, La Habana, 1939.

6- DE QUESADA Y MIRANDA, Así fue Martí, Gente Nueva, La Habana, 1977.

7- DUARTE, Andrés, José Martí, Prosas, Unión Panamericana, Washington, Impreso en México, sin fecha.

8- HERNANDEZ CATA, Alfonso, Mitología de Martí, Mnemosyne, Miami, 1970.

9- JIMENEZ-GRULLON, J.I. La Filosofía de José Martí, Universidad Central de Las Villas, 1960.

10- José Martí, Edición y selección de notas María Luisa Laviana Cuetos. Instituto de Cooperación Iberoamericana, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1988.

11- José Martí, Diarios, Con un ensayo preliminar de Fina García Marruz, Editorial Libro Cubano, La Habana, 1956.

12- LAZO, Raimundo, José Martí: Sus mejores páginas, Editorial Porrúa, México, 1985

13- MANACH, Jorge, Martí, el Apóstol, Espasa-Calpe, Madrid, 1975.

14- MARTI, José, Epistolario, Tomo II, Cultural, S.A. La Habana, 1930.

15- MARTI, José, Cartas a Manuel Mercado, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1946.

16- MARTI, José, Lucía Jerez, Edición de Carlos Javier Morales, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 1994.

17- MARTI, José, Cartas a María Mantilla, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1982.

18- MARTINEZ FORTUN Y FOYO, Carlos, Código Martiano o de Ética Nacional, Seoane, Fernández y Cía, La Habana, 1943.

19- MASSO, José Luis, Camino de Dos Ríos, Echevarría Printing, Miami, 1966.

20- PERERA, Rosa Blanca, El Martí no conocido, Green Sun Printing, Miami, sin fecha.

21- Pensamiento y Acción de José Martí, Universidad de Oriente, Conferencias y ensayos ofrecidos con motivo del primer centenario de su nacimiento, Santiago de Cuba, 1953.

22- RIPOLL, Carlos, Escritos desconocidos de Martí, Eliseo Torres & Sons, New York, 1971.

23- RIPOLL, Carlos, José Martí: Letras y Huellas Desconocidas, Eliseo Torres & Sons, New York, 1976.

24- RODRIGUEZ, Carlos Rafael, Martí, guía y compañero, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1979.

25- SANTI, Enrico Mario,  Pensar a José Martí: Notas para un centenario, Society of Spanish and Spanish-American Studies, Colorado, 1996.

26- Siete enfoques marxistas sobre José Martí, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1978.

27- VITIER, Medardo, Martí, estudio integral, Premio del Centenario, La Habana, 1954.

CITAS

[1] Martí, José, Diarios- Con un ensayo preliminar de Fina García Marruz, Editorial Libro Cubano, La Habana, Enero de 1956. Pág. 79

[2] ALVAREZ TABIO, Pedro, José Martí: Antología Mínima, La Habana, 1972, Pág. 236

[3] VITIER, Medardo, Martí: estudio integral, Premio del Centenario, La Habana, 1954, Pág. 82

[4] JIMENES-GRULLON, J.I., La filosofía de Martí, Universidad Central de Las Villas, La Habana, 1960, Pág. 14.

[5] Ibid, Pág. 24.

[6] LAZO, Raimundo, José Martí: Sus mejores páginas, Editorial Porrúa, S.A. México, 1985. Pág. XII, Introducción.

[7] MORALES, Carlos, José Martí: el hombre y el escritor después de un siglo, Prólogo a la edición de Lucìa Jerez, Ediciones Cátedra, S.A, Madrid, 1994.

[8] ALVAREZ TABIO, Pedro, Op. Cit. Pág 240.

[9] VITIER, Medardo, Op. Cit. Pág. 66.

[10] SANTI, Enrico Mario, Pensar a José Martí: Notas para un Centenario”, Society of Spanish and Spanish-American Studies, Colorado, Estados Unidos de América, 1996.

[11] Ibid, Página 108.

[12] Ibíd., Página 111.

[13] MARTI, José, Céspedes y Agramonte, artículo publicado en El Avisador Cubano de Nueva York,  10 de octubre de 1888, en la selección de prosas de Martí realizada por Andrés Iduarte, Unión Panamericana, Washington, Pág. 51

[14] MARTI, José, Cartas a Manuel Mercado, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1946. Página 91.

[15] MARTI, José, Diarios…, Op Cit. Página 204 y 205.

[16] Ibid, Página 190-191.

[17] LAZO, Raimundo, Op. Cit. Página 68.

[18] MARTI, José, Martí por Martí, Selección, Prólogo y Cronología de Salvador Bueno, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982.


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Janisset Rivero Nacida en Camagüey, Cuba en el año 1969. Salió de Cuba exiliada a Venezuela. Licenciada en Comunicaciones y Publicidad del Instituto Universitario de Nuevas Profesiones en Caracas, y en Español de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) en Miami. En el año 2003 concluyó una maestría en literatura hispanoamericana de FIU.  

Miembro fundador del Directorio Democrático Cubano, representó a esta organización internacionalmente en foros como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Ha publicado poemas, ensayos y artículos en periódicos y revistas de Venezuela, Puerto Rico y Estados Unidos.  Es autora de los poemarios publicados “Ausente” (España, Aduana Vieja, 2008) y “Testigos de la noche” (Estados Unidos, Ultramar, 2014). En preparación para ser publicados se encuentran el poemario “Diálogos con la luz” y su primera novela “Cartas a Pedro”.

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